Dinero

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Dinero: Moneda corriente.

Su padre le había dado una misión, y ella tenía que obedecer. Siempre fue así, y siempre lo sería. Esta vez era la más importante y complicada de su vida, porque la llevaría a ser aceptada entre los de su clan, a no volver a ser considerada como una mujer débil; sería una prueba de valor.

Sin embargo, la heredera del clan Hyuga, por una vez en su vida, no estaba de acuerdo con su líder; no porque la misión fuese difícil, sino porque Hinata Hyuga nunca había matado.

Y su objetivo no era otro que Neji Hyuga, su primo.

El por qué tenía que acabar con su vida era algo que desconocía. Sólo los miembros del clan e incluso la propia Hokage conocían los motivos, pero ella no tenía derecho... Simplemente tenía la orden de cometer el asesinato y no mostrar su debilidad por una vez.

Era eso lo que le había dicho su padre en aquella reunión, pero ella no estaba de acuerdo.

No lo estaba porque ella le amaba desde que era una chiquilla.

—No puedo hacerlo, padre —habló seriamente aquella vez, con voz tan decidida que muchos de los allí presentes abrieron los ojos con sorpresa.

—Como parte de este clan, estás obligada —le había dicho su padre, sin embargo ella siguió negándose.

—Me niego —respondió Hinata.

—Entonces espera las consecuencias de tus actos —la resolución de lo que sucedería, estaba impregnada en aquellas siete últimas palabras.

Y ahora se encontraba en su habitación, sabiendo lo que sucedería de un momento a otro, resguardada en sus recuerdos y memorias.

Entonces él entró, y tan sólo unas palabras salieron de su boca:

—¿Algún deseo antes de morir? —y ella supo lo que responder casi al momento.

—Quiero que tomes mi virginidad —los ojos de él se abrieron con estupor, sorprendidos—. Cumple mi único deseo antes de darme muerte.

—Está bien.

Hinata abrió su kimono, dejando su desnudez al descubierto. Su blanca, tersa e impoluta piel era como un bálsamo para los fríos ojos de aquel que iba a darle muerte.

Sin dudarlo mucho, se abalanzó hacia ella y le jaló los pechos con fuerza, lamiéndolos. En su camino de besos hasta su cuello, dejó su espada y su ropa esparcidas por el suelo.

Forzándola a posar su cuerpo sobre el suelo, le abrió las piernas con brusquedad e introdujo con frenesí.

Ella gritó débilmente, pero ahogó su llanto con ambas manos, tapándose la boca. No había placer, sólo dolor. Le sintió entrar en ella con desesperación, casi con odio. El ir y venir en su interior era doloroso, y la poca lubricación la había hecho sangrar en demasía.

Hinata llevó una de sus manos a la espalda masculina justo en el momento en que él cambiaba de posición y la situaba encima de él.  Las lágrimas aún estaban sobre sus mejillas cuando él cayó rendido al suelo.

Fue entonces cuando Hinata Hyuuga dejó de ser la debilucha heredera de la que todos se reían. Sólo tuvo unos segundos para alcanzar la katana que él había dejado caer descuidadamente al suelo; sólo un momento para hundir la afilada hoja en su pecho, dejando libre su tibia sangre.

—Por… ¿Por qué Hinata…sama? —preguntó él, con los ojos abiertos por la sorpresa.

—La ley del más fuerte, Neji-niisan —fue lo único que dijo antes de que más lágrimas se resbalaran por sus mejillas.

Y es que, más que el dinero, las mujeres eran la perdición de los hombres.

30 ViciosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora