Un mes pasó volando como el otoño en los meses anteriores, el reino se tornó de colores oscuros en la fría estación, la luz estaba finalmente apagada cuando todo llegó finalmente a su fin en un doloroso y rocoso pasillo en una profunda sombra. La nieve había comenzado en la madrugada, cuando los pequeños copos caían sobre el suelo y llenaban de blanco las hojas del jardín, el viento golpeaba con fuerza las paredes de ladrillo en la extensa arquitectura construida hace siglos atrás, el candelabro sobre el centro de la pequeña mesa calentaba la habitación de Millicent, igual que la pequeña chimenea a lo lejos con el fuego haciendo pequeños sonidos. Estaba acostada de costado sobre su cama, tapada hasta el cuello para protegerse de un resfriado, sus ojos puestos sobre la pared y su mente perdida en algún lugar entre los recuerdos viejos de su madre. Su relación con su padre se volvió más tensa y fría de lo que era normalmente, ya no se levantaba todas las mañanas para acompañarlo en el desayuno, su mente se perdía en cada reunión del consejo al que asistía, no era solamente porque se encontraba de luto y el dolor seguía persistiendo en su corazón, sino porque sabía que las cosas ya no serían como antes, y eso la asustaba.
Hablando de su padre, el rey usaba sus emociones negativas para seguir enfocándose dia a dia en los preparativos de la guerra, aunque la ausencia de su hija era completamente razonable, no podía dejar de sentir una culpa golpeando su pecho cada vez que respiraba, tal vez el haber estado para salvar a su esposa hubiera hecho las cosas diferentes. Por supuesto que lo serían, ya no podía escuchar su risa en los pasillos, su voz gruesa cada vez que se enojaba con él por estar demasiado tiempo lejos de su familia, las veces que su cabello cubría su bello rostro por un segundo, como sus ojos brillaban cuando su hija aparecía. No había algo más doloroso, que cuando veía a su esposa en el comportamiento de Millicent.
Siguiendo con el resto, Azael claramente siente la ausencia de su majestad, a pesar de no ser su madre, construyeron entre ambos una linda relación a través de los años, por supuesto que la reina se encariñó con él desde que puso un pie en su hogar, se volvió una segunda madre para él, siempre apoyando y aconsejando. Claramente hay un sentimiento de culpa por no haber estado allí, no haberla visitado más temprano para sacarla de sus aposentos y tal vez, salvarla. Aun así, sus responsabilidades como general del ejército y mano del rey eran lo importante, aunque primero debía empezar por lo más rápido posible.
El resto de nuestros reconocidos bendecidos están apagados, por darle un significado a cómo se veían, Pietro estaba en un callejón sin salida al no encontrar un momento a solas para poder superarlo sin los pésames que se escuchan en los pasillos, siendo que no era cercano a la difunta. Y Arlet y Maximo no encuentran algo mejor que intentar matar el tiempo con exhausto trabajo.
Yelena y Amanda se encontraban en la sala de entrenamiento, practicando con la espada. La pelirroja terminaba de afilar la punta con una piedra característica mientras hablaban entre las dos de los últimos acontecimientos sucedidos en las semanas anteriores.
— Es una pena todo esto, ha pasado tan rápido que no lo he podido procesar todavía — comentó.
— Es normal que sea difícil, lo es para todos nosotros. Aunque la muerte siempre nos toma de manera desprevenida, es la ley de la vida — dijo Amanda, moviendo el arma de un costado al otro para lograr estabilidad con su brazo.
— He visto la muerte toda mi vida desde pequeña, debería estar acostumbrada a ver a la gente dejar de estar en este plano — comenzó, dejando a un lado la roca para agarrar su espada — y aun así, lo que le ha pasado a la reina me ha dejado en una energía muy baja.
— Jamás puedes acostumbrarte a la muerte lo quieras o no — aclaró la menor.
Luego de colocarse en sus puestos y estirar sus extremidades, las dos mujeres se acercaron para comenzar la práctica. El acero de las espadas se golpeaban uno contra el otro, el sonido sobre las paredes, los rayos del sol iluminando aquella sala donde ambas se dejaban llevar por sus habilidades. Cuando el pequeño entrenamiento llegó a su fin, Yelena y Amanda se tomaron un momento para descansar, ambas acostadas en el suelo y compartiendo el momento.
— No puedo imaginar el dolor que debe estar sintiendo Millicent — comenzó Yelena — si algo le sucediera a mi hermano, me volvería loca.
— Estoy segura que Máximo asesinaría a los que intenten dañarlo antes de que puedan acercarse — comentó Amanda, soltando una risa.
— Entiendo que mi hermano se ve completamente impotente y un hombre realmente valiente, pero sigue siendo mi familia — tomó una respiración profunda — es mi compañero de locuras en este mundo cruel, no puedo perderlo.
Las reuniones del consejo normalmente transitaban en la mañana, pero al tratarse de una emergencia, no hubo peros de ningún hombre y mujer para trasladarse hacia la sala. El rey Stefan se encontraba en la silla al final, sus otros participantes eran cinco: Azael Kalahari a su derecha como su mano y jefe militar, Lord Vincent Lackbood al lado izquierdo como principal exportador del ganado, Lourden Dushbell sentado junto a Azael como maestre principal de la corona y profesional en tipo de enfermedades crónicas. Lady Isbeth Tades era la primera mujer en un consejo real, participando como señora de las mareas, quien se sentaba a un lado de Lord Vincent. Y por último, Lord Magnus Rechar, administrador de la corona, sentado al otro extremo de la mesa.
— ¿Qué tenemos esta vez? — preguntó el rey mientras se acomodaba sobre su asiento.
— En este momento tenemos 500 caballeros listos para luchar, 300 caballos y 100 barcos grandes — comenzó Azael — debemos asegurarnos que tengamos los suficientes recursos para largos viajes, si es que el mar fuera nuestro principal objetivo.
— La corona no puede poner toda su concentración sobre esta lucha, todavía debemos mantener un ojo sobre el pueblo — recordó Magnus — tampoco podemos abusar del dinero que disponemos, debemos hacer un movimiento seguro si queremos ganar esta guerra.
— Si debemos ganar esta guerra, debemos procurar tener hombres fieles a nuestro rey — dijo Isbeth — mis guerreros son personas de fe, han peleado en muchas ocasiones por su causa. La marea está con usted.
— Majestad, si queremos ser seguros en esto hay que recordarles a los otros reinos quién es usted — exclamó Louren — pedirles que se unan a nosotros para fortalecer nuestra unión.
— No deseo involucrar a más personas por una traición entre el rey Vinter y yo — negó Stefan — La sangre que se derrame será de aquellos que osaron asesinar a la reina, no hay duda sobre ello.
La sala se quedó en silencio, dudando si hacerle recuerdo al rey de las fuertes alianzas que tenía con los reinos del Norte, pero incluso en aquellos momentos donde uno tomaba la decisión de levantarse, alguien interrumpia. En esta ocasión, fue la princesa.
— Llegas tarde — reprendió Stefan — traigan una silla para mi hija.
Luego de que todos finalmente discutieran acerca de los preparativos, se llegó a la conclusión de reunir a sus mejores hombres para la batalla; estar preparados por mar y tierra. Alrededor de dos millones de hombres se dividirian por su mejor destreza, ochocientos barcos estarían preparados en la mañana, y dos mil quinientos al día siguiente. Los herreros se pondrían en marcha para el anochecer, los suministros debían quedar asegurados una semana antes.
ESTÁS LEYENDO
𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀 𝐇𝐄𝐂𝐇𝐈𝒁𝐀𝐃𝐀
FantasyACTO UNO Pietro es un escritor mediocre del pueblo Aarush. Sin saber, una oportunidad llega a su puerta, algo que le cambiaría completamente la vida. Zyra, un reino con una maldición, y él, que debería entrar a conocer a sus gobernantes. ¿Podrá co...