06 𝐝𝐞 𝐞𝐧𝐞𝐫𝐨 𝐝𝐞 1814
Nisiquiera me di cuenta de cuánto tiempo pasó desde que llegué al reino y pude saber que era uno de ellos, las semanas pasaron volando y digamos de alguna manera que he podido comenzar a controlar mis poderes. No tuve un buen comienzo, si puedo ser sincero, pero Yelena dice que todo es cuestión de paciencia. Justamente lo que no estaria teniendo en estos momentos. La mañana era muy tranquila, había algo en la rutina que llegaba a gustarme, claramente pasar de vivir en mi humilde hogar a un castillo tan viejo y caro hacía que me gustara quedarme. Aunque no simplemente era el lugar donde me encontraba, también la gente, la energía y todo lo que había a mi alrededor me daban ganas de quedarme por siempre.
Era la primera vez que no me sentia invisible entre tantas personas, era alguien importante para los demás, como la última pieza de un rompecabezas, o algo mucho más grande y siniestro. No lo sé, las cosas últimamente han ido muy rápido y siento que comienzo a ahogarme poco a poco sin saber que hacer en este lugar tan inmenso. No llegaba a tener el apetito que tenía siempre que miraba las comidas que servian, y cada vez me costaba más salir de la cama. Todo era tan bueno y vacio a la vez que no sabía donde meterme o quedarme mirando.
Esa mañana finalmente pude salir luego de lo que se sintió como un año, mi mirada iba a cada lado de los pasillos, buscando al resto, había logrado comenzar una amistad con Arlet luego de unas cuantas semanas desde mi estadía. Yelena se convirtió en mi consejera sobre mis poderes y una gran compañera, la soledad siempre me había acompañado toda mi vida, aunque jamás estuve solo.
Siempre me sentía así, como si fuera una roca sobre el zapato aunque esta vez era diferente, y me alegraba que fuera así. Seguí buscándolos hasta que pude encontrarme con Azael sobre los pasillos, para mi sorpresa su rostro se veía iluminado, lo que fuera que lo hiciera feliz irradiaba una luz a cualquiera que lo mirara, yo incluido.
- Buenos días, se nota que has podido descansar bien - Dije mientrás me acercaba con una sonrisa, sus ojos se clavaron en mi.
- Hay que aprovechar el tiempo ahora para dormir lo más que podamos ¿No lo crees? La guerra se acerca y no sabemos que podremos encontrarnos. Recargar energías es una de las mejores cosas que podemos llegar a hacer - Dijo él.
- Lo tendré en cuenta, los entrenamientos cada vez son más duros y hay veces que mi cuerpo automáticamente desea descansar. Pero espero que esto termine pronto y todos volvamos sanos y salvos -
- Es normal que no entiendas esto porque jamás has estado en el campo de batalla, pero como la mano derecha del rey y el general de este reino, te voy a dar un consejo - Asentí mirándolo, esperando que hablara - En cualquier guerra, jamás vuelven todos. Y los que regresan, nunca pueden volver a ser los mismos que antes. La guerra no es un momento que pasa en sólo instantes, varios de nuestros ancestros han tenido que mancharse las manos de sangre para que nosotros podamos vivir en armonía por siglos o intentar al menos. Siendo la primera vez que saldrías a un campo de batalla, puedo decirte que tu mente no volverá a ser la misma luego de eso.
Afirmó, la idea de las incontables de muertes que habrían luego de todo lo sucedido me dejaba un sabor amargo en la boca, por alguna extraña razón, sentía como si el comienzo de la guerra fuera mi culpa. Pensar que uno de mis compañeros o personas que no conocían podrían llegar a morir luego de luchar por su reino me ponía la piel helada. Era claro que, este tipo de cosas eran inevitables y nadie podría convencer al rey de negarse a que su gente de mayor confianza termine suicidándose, pero, ¿quién era yo para pedirle algo?
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𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀 𝐇𝐄𝐂𝐇𝐈𝒁𝐀𝐃𝐀
FantasyACTO UNO Pietro es un escritor mediocre del pueblo Aarush. Sin saber, una oportunidad llega a su puerta, algo que le cambiaría completamente la vida. Zyra, un reino con una maldición, y él, que debería entrar a conocer a sus gobernantes. ¿Podrá co...