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𝟎𝟑 𝒅𝒆 𝒆𝒏𝒆𝒓𝒐 𝒅𝒆 𝟏𝟖𝟏𝟒

Ocurrieron varias semanas desde que aquella pareja tenían sus encuentros todas las noches, mostrándose su amor de distintas formas y colores, en público como si nada hubiera ocurrido, como si cada noche no se entregaban uno al otro como si fueran a morir. Sus ojos, sus cuerpos, sus mentes, sus corazones y sus almas eran testigos del fruto de ese amor, cuando explotaba y se dejaban ser, desnudos en cuerpo y alma, mostrando sus más profundas heridas sin ningún temor de ser juzgados.

Aquella noche en el comedor guardaron silencio ante los demás, puesto que, las paredes hablaban y las puertas escuchaban a través del mármol, la femenina lo miraba a los ojos de una manera sutil mientrás tomaba sorbos de su copa de vino. Como si no hubiera nadie más el rubio le guiñó un ojo, coqueto, mientrás ella se moría de los nervios por dentro.

La relación entre el rey y la princesa luego de la muerte de la reina comenzaba a desmoronarse de una manera lenta y dolorosa para ambos, cada vez que sus miradas se encontraban eran sus mentes quienes reproducían esos amargos recuerdos hasta el cansancio. Costó tanto tiempo que ambos empezaban a darse por vencidos.

Por alguna extraña razón, en aquel entonces, sus problemas se desvanecieron a la luz de las velas, como si nada hubiera sucedido entre ambos. El aroma de la carne y las verduras, acompañadas de aquel sabroso vino causaba placer entre los presentes aquella noche, las múltiples risas y la música era lo más escuchado en el lugar. Cuando los demás se sonreían y bailaban juntos, ellos anhelaban su privacidad para volver a juntarse.

Cuando todos se retiraron a sus aposentos, ellos se regalaban besos entre los pasillos soltando bajas risas entre sus labios, dejando que la luna también fuera testigo de la forma en la que se miraban y se anhelaban. Azael fue cerrando la puerta a medida que Millicent se sentaba sobre el escritorio y lo esperaba, ansiosa.

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Acariciaba su cabello platinado mientrás ella le sonreia con aquellos ojos verdes que le robaban el aliento, el corazón y el alma, trazando pequeñas caricias sobre su pecho, la femenina dejó un último beso sobre los labios del contrario para después levantarse de la cama, colocándose una bata blanca que tapaba la mayor parte de su cuerpo.

-¿Te estás cuidando? -Preguntó el rubio observando como la ajena se servia otra copa de vino, sentándose sobre una silla frente a él.

-Por supuesto que si, ¿y tú? -Respondió dando un pequeño sorbo a este.

-Claro que si, por el momento no podriamos tener hijos, almenos no míos. -Decía el masculino mientrás se sentaba sobre la cama.

-Bueno, en eso tienes razón, si mi padre supiera que me estoy acostando con el hombre que amo, en vez de alguien de la realeza, nos mataría.

-Exactamente, tal vez en algún futuro podríamos tener dos o tres.

-Podríamos, si. Pero pronto se viene una guerra cariño, una en la que voy a vengar la muerte de mi madre, y lo juro por ella, que cuando encuentre a ese traidor lo mataré con mis propias manos.

Azael se quedó callado mientrás miraba los ojos de su amada llenarse de odio cada vez que hablaba de aquella persona. Pero lo que no se sabía, era que estaba en Zyra, en el castillo, escuchando esa conversación en profundo silencio.

𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀 𝐇𝐄𝐂𝐇𝐈𝒁𝐀𝐃𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora