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𝐔𝐍𝐀 𝐏𝐑𝐎𝐏𝐔𝐄𝐒𝐓𝐀 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐌𝐔𝐄𝐑𝐓𝐄

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𝑨𝒛𝒂𝒆𝒍


Me moví sobre la cama soltando un pequeño quejido al no poder seguir durmiendo como lo habia hecho anteriormente, abrí mis ojos observando los alrededores de los aposentos de mi amada, miré hacia un costado mirando en silencio la fuente de calor hacia mi lado. Con cuidado de no despertarla, fui levantándome de la cama a la par que tomaba mi ropa del suelo y me vestía, mirando por encima de mi hombro cada tanto de que no fuera a abrir los ojos, me moví sobre el lugar tomando mi espada de su escritorio colocándola en la vaina que iba ajustada a mi cintura.

A pasos lentos terminé de acercarme al cuerpo de la femenina, agachandome un poco para depositar un beso sobre su frente saliendo unos segundos después. Igualmente debía irme del lugar tarde o temprano, ya que, o podrían encontrarnos a la mañana siguiente o se preguntarian porqué no me encontraría en mis aposentos a horas tan tardes. Caminé por los largos pasillos del castillos mirando a los lados vigilando que no hubiera nadie cual pudiera llegar a sorprenderme su presencia, o yo sorprender con la mía a tales horas de la madrugada.

Solté un suspiro entre medio de estas, moviendo mi cabeza hacia un costado cuando algo me había llamado la atención, la puerta de los aposentos del rey media-abierta, podría simplemente retirarme y ir a los míos como si siquiera no hubiera estado allí a esas horas, pero la verdad, es que sentía algo dentro de mi como si necesitaba hablar con alguien luego de todos los acontecimientos sucedidos, y como su mano derecha, debía averiguar lo que le ocurría. Abrí la puerta con delicadeza asomando mi cabeza sobre esta mirando a lo lejos al rey de espaldas, y por el reflejo del espejo, no se le veía nada bien.

- Majestad - Dije llamándole la atención al escuchar mi voz, logrando que el contrario se de vuelta mirándome directamente a los ojos - Disculpe por molestarlo, pero es que vi la puerta así y quería ver si todo estaba bien. - Volví a decir.

- No pasa nada Azael, por favor entra - Dijo en un susurro que alcancé a escuchar, asentí dando unos pasos para luego cerrar la puerta detrás mio, esperando alguna orden suya. - Siéntate

Coloqué mis manos detrás de mí espalda avanzando aún más por la habitación, haciendo la silla hacia atrás para posteriormente sentarme. Miraba su lenguaje corporal, era claro en su rostro que la muerte de la reina lo había llegado a afectar mucho, pero no tanto la distancia que tomó con su hija, aveces realmente me preguntaba si amaba a ambas o solo tenía excusas con, hacer lo que sea por su bien, olvidando su felicidad.

- ¿Quierés? -Preguntó mientrás alzaba una botella de whisky, negandome al segundo. Observando cada una de las cosas que hacia, se sirvió una copa sentándose después, soltando un suspiro antes de tomar un sorbo.

- Lo noto preocupado, ¿hay algo que desee contarme? Usted sabe que puede hacerlo conmigo, jamás le diría nada a nadie - Ladee mi cabeza hacia un costado dándole una pequeña sonrisa para que este pudiera llegar a tranquilizarse, cosa que no logré, ya que unas pequeñas lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas.

- Estás en lo correcto, Azael, me encuentro mal. La repentina muerte de Crystal, la guerra que se avecina con Vinter y además... - Por unos segundos dejó de hablar, llamando mi atención nuevamente.

- ¿Y además, majestad? - Pregunté mientrás el tomaba todo lo que su copa obtenía de whisky, volviendo a servirse.

- Además, tendré que conseguirle un nuevo esposo a Millicent - Mi respiración se entrecortó al instante. - Tendré que hablar con los reinos más lejanos, tal vez encontremos un príncipe interesado y un rey que esté dispuesto a sernos fiel en la guerra. De todas formas tenemos ventajas contra ellos, tenemos más guardias y más bendecidos capacitados, aunque el mero hecho de que Bastian sea uno de los más poderosos no me deja dormir tranquilo.

Tragué saliva profundo, intentando que un sollozo no saliera de mi interior, la muchacha que amaba con todo mi ser me iba a ser nuevamente arrebatada de mis brazos para ser casada con otro hombre, uno que no conocía y podría llegar a ser un completo idiota como su anterior prometido lo era. La ira y la tristeza se apoderó de mi ser mientrás el rey seguía hablándome de su idea mientrás yo, me moría por dentro. Tal vez podría llevar a tener razón, luego de todo, solamente me estaba ilusionando en poder ser su esposo algún día, después de todo, solamente era un insignificante guardia enamorado de una heredera, y nunca podría llegar a ser algo importante en su vida.

- Recuerdo muy bien que la reina tenía una idea de que tú fueras su esposo algún día Azael, yo también lo creía correcto - Volvió a quedar otros segundos en silencio. - Pero lamentablemente los dioses aveces no están de nuestro lado, quizás si tu hubieras sido de la realeza como nosotros podría considerarlo, eres como un hijo para mi, pero no puedo dejar que eso ocurra.

No volví a decir nada, mi corazón se encontraba totalmente destrozado, nisiquiera pensaba en que algo pudiera llegar a salir de mi, me levanté en silencio sintiendo su mirada sobre la mía mientrás le hacía una reverencia y me daba la media vuelta saliendo de sus aposentos, dejándolo allí solo con sus penas. Cerré la puerta detrás de mí volviendo a caminar por los pasillos a mi habitación, soltando un sollozo tapando mi boca con la palma de mi mano, me sentía de la misma manera como cuando había llegado a perder a mi familia siendo tan pequeño, las lágrimas caían por mis mejillas mientrás yo lloraba en ese lugar frío, solo y sin nadie que podría llegar a abrazarme. Hace tiempo, cuando la reina aún vivía, ella se encargaba de hacerme sentir mejor, como si de alguna manera el espíritu de mi madre vivía en el de ella, pero ya no había nada, todo había muerto con ella, se lo había llevado todo.

Seguía llorando en silencio hasta llegar a mis aposentos, no sé cuánto tiempo estuve así hasta que sentí el sueño comenzar a llegar a mi, no tenía ganas de levantarme al día siguiente de solo pensarlo, volver a verla, que se me acercara con su dulce mirada y aquella magnífica voz, su sonrisa que me enamoraba cada vez más y la risa que me erizaba la piel. Las palabras del rey eran una propuesta que me había terminado de matar con todas las heridas que ya tenía sobre mi piel, cicatrizadas o no, recientes o viejas, aquella propuesta de la muerte, era mi final, y como si hubiera muerto aquella noche, sólo me dejé llevar por los brazos del morfeo.

𝐂𝐎𝐑𝐎𝐍𝐀 𝐇𝐄𝐂𝐇𝐈𝒁𝐀𝐃𝐀Donde viven las historias. Descúbrelo ahora