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Sexo Kinky

Greg siente la vergüenza en el filo de sus labios, su rostro lleno de confusión y timidez y el nudo molesto en su garganta lo hacen ver cómo un maldito raro en medio de un ambiente tan exótico. Las luces rojizas que lo deslumbran cada vez que recorren el espacio lo tienen hipnotizado, la música a todo volumen lastima un poco sus oídos pero está bien, todo está bien porque Greg no está sentado con un trago que ni siquiera ha tocado por la experiencia, está por el lindo chico en el escenario.

Todos lo viernes Greg guarda un poco de dinero de su sueldo para gastarlo en un bar nada discreto, el servicio es pésimo y seguramente las chicas que atienden la barra de tragos le han dedicado miradas de desprecio más de una vez cuando se queda callado pensando que puede pedir porque no conoce mucho de licores, además todo el tiempo huele a cigarrillos baratos con sabores extraños como fresa o menta, Greg nunca entenderá la tendencia de fumar esas cosas, él preferiría mil veces una cajetilla de la tienda cerca de su casa; aún así y con toda la porquería que aguanta estado dentro hay algo, mejor dicho alguien que lo mantiene encadenado al lugar. Es Mycroft, un chico joven con una edad aproximada a la suya, tal vez un par de años menor, de cabello rojo y los ojos azules, con piel blanca y complexión delgada, ese hombre es dopamina pura para su desgastado cuerpo.

La primera vez que lo vió fue gracias a una compañera de trabajo que lo llevó a emborracharse después de haber terminado con su última novia, sus ojos vagaron unos segundo y entonces, la belleza de Mycroft lo dejó cegado en solo segundos. Su forma de bailar y la ropa tan ajustada o reveladora que usa envían espasmos a su ingle cada que cruzan miradas.

Mycroft es uno de los bailarines estrella de un bar de mierda para jóvenes que buscan desmayarse de ebrios, es un trabajo cansado y en ocasiones denigrante pero la paga es buena y le da al chico una sensación mucho más satisfactoria que la de recibir dinero, la sensación de tener las miradas de todos encima, la sensación de saber que puede manipular a toda esa bola de idiotas con solo mover sus caderas para que le arrojen elogios y porqué no, también buenas propinas. Sin embargo estás últimas semanas hay alguien en su público que llama bastante su atención, es un hombre, que parece no tener idea de dónde está pero que siempre le regala la generosa cantidad de cien libras, oh pero él no lanza los billetes como los otros tipo, es se acerca y prefiere ofrecerle el dinero en sus propias manos, es algo extraño pero Mycroft piensa que es un gesto amable en medio de la decadencia eufórica de otras personas.

Pasan días, semanas y meses, antes de que sea Mycroft quien finalmente de un paso arriesgado y en medio del tumulto pregunté con la voz más tersa que tiene, cuál es el nombre de su caballero misterioso, entonces él le responde "Greg".

Con la noche más helada que nunca Holmes sale de su trabajo con un enorme abrigo negro y aún así siente el frío calando en sus huesos, odia tanto no saber conducir. Las farolas de las calles se ven tétricas pero afortunadamente no le teme a los escenarios tan sombríos. Justo cuando está a punto de marcharse entre escalofríos una voz lo detiene un poco ansiosa.

—Disculpa

Mycroft se da la vuelta para ver a su dulce Greg, indeciso y nervioso —Qué necesitas querido

—Yo... Solo quería saber cuál es tu nombre real, sabes el mío pero yo he vivido todo este tiempo queriendo saber quién se esconde detrás del lindo bailarín del bar

—Sabes mi nombre, lo dicen cada noche antes de mi presentación

—¿Mycroft?

—Si, ¿Acaso pensaste que era algún tipo de nombre artístico?

—Ciertamente, lamento el error, es un nombre poco común pero muy lindo

—Gracias. No me avergüenzo de lo que hago debo decir, por lo tanto no encuentro sentido en elegir un nombre artístico para mí

Smuttober (Mystrade) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora