26 de Noviembre

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Al principio, todo sucede según lo previsto: el aperitivo (bueno, los aperitivos), la pizza, las cervezas y los digestivos directamente, sin pasar por el café. Cuando llegamos al Mouse estamos ya bastante eufóricos y, una vez dentro, seguimos dándole, yo al vodka y Marco al tequila.

Mientras hablamos y bebemos apoyados en la barra, aparece Mara de improviso, me fulmina con la mirada y le grita algo a Marco. La pelea estalla de inmediato pero no dura mucho, ya que al cabo de unos minutos ella se marcha, seguida por él, que me deja sola como una idiota delante del bar. Miro en derredor en busca de caras conocidas y entonces alguien me abraza por detrás y me susurra un «hola» justo dentro del pabellón auditivo. No necesito volverme para saber quién es. Aunque Giovanni ya va un poco cocido, se halla en mejores condiciones que yo. Me pregunta

si estoy divirtiéndome insuflándome su álida voz en la oreja, como corresponde al perfecto e irresistible (Don) Giovanni, y me confiesa que está enfadado conmigo, porque le habría encantado acompañarme a la fiesta, pero Marco se le adelantó. Me dispongo a soltarle que es un mentiroso, pero al volverme y mirarlo a los ojos la mentira empieza a gustarme. Mientras me habla con su cuerpo pegado al mío y sus manos en mi cintura, su voz me hipnotiza y el perfume, que he notado en más de una ocasión y que sintoniza perfectamente con su camisa blanca y sus ojos verdes, me aturde. Y todo el vodka que llevo en el cuerpo se lo dice, pese a que debo esforzarme para hilvanar las palabras.

Cuando pide otros dos, pienso que tal vez debería parar, pero cuando tengo la copa delante la apuro de un trago. La música suena a todo volumen, el local está abarrotado y Giovanni sigue hablando, a pesar de que sólo oigo la mitad de lo que dice, esto es: que soy mona, aunque demasiado tímida (¿?), y que lamenta lo que le ocurrió a mi madre. En ese preciso instante la idea de que, cuando vuelva a casa, no la encontraré levantada esperándome, sea cual sea la hora de la noche, me resulta insoportable y hago un gran esfuerzo por no llorar. Sin embargo, toda la tristeza que he tratado de mantener alejada con el vodka se precipita sobre mí como un río en crecida que ha roto los diques. Sólo percibo el estruendo de la música y el cuerpo de Giovanni, que me aprieta. Empiezo a sudar y siento que me arde el estómago. Lo aparto con un ademán brusco y me abro paso entre la gente buscando un sitio para sentarme. Me doy cuenta de que me he pasado mucho con el alcohol, pues apenas puedo poner un pie delante del otro. Choco contra dos tipos que me empujan con malos modos; por suerte, Giovanni sigue a mi espalda, me aferra un brazo y me lleva a uno de los silloncitos en una de las zonas más oscuras del local. Sentada, con la cabeza echada atrás, cierro los ojos. Cuando vuelvo a abrirlos, unos segundos más tarde, veo la cara de Giovanni sobre la mía. Empieza a acariciarme el pelo y besarme. Respondo mecánicamente a sus besos y ni siquiera lo rechazo cuando me mete la mano bajo el suéter y los dedos bajo el sujetador. Luego su mano empieza a deslizarse hacia abajo, hasta que la noto entre las piernas.

Entonces trato de apartarlo, pero él, sin atender a razones y con los labios pegados a mi oreja, susurra que me esté quieta. Llegado un momento se detiene y, ladeándose con un gesto torpe que pretende ser una caricia, me pasa una mano por el pelo y me pide que me levante, que nos vayamos. Finjo no

entenderlo y lo miro con los ojos entornados y sonrisa de borracha. Dado

que no me muevo, me coge de un brazo.

-Vamos, levántate -me apremia irritado.

Cuanto más lo miro, menos ganas tengo de moverme. Y de repente se lo suelto, igual que antes le confesé que me gustaba su perfume:

-No tengo la menor intención de irme contigo. ¿Quién coño te has creído que eres? Me sale así, una frase pescada por el alcohol en algún rincón de mi mente, donde, por lo visto, la metí a la espera de utilizarla alguna vez. Esta vez. Su boca me dedica una sonrisa preciosa, pero su mirada trasluce lo cabreado que está.

-Maldita capulla deprimida, que te den por culo -me espeta, y se aleja.

Estoy sola -realmente sola- en este silloncito de mierda, rodeada de merdosos, y me siento tan mal que un segundo después empiezo a vomitar sobre la moqueta burdeos del Mouse.


La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora