En ocasiones tomo conciencia de que estás
muerta y lo acepto todo: la casa que ya no
reconozco, tus cosas que lentamente van
deslizándose hacia una lejanía de objetos
olvidados. Ahora me doy cuenta de que tu
muerte se repite en cada cosa, también en
mí: tu muerte es mi muerte. Recuerdo a
una amiga de mi abuela, Teresa, que se
quedó sola en su piso enorme. De
pequeña, cuando mi abuela iba a verla, a
veces me llevaba consigo. Desde que sus
hijos se marcharon y su marido murió,
muchas habitaciones estaban siempre
cerradas y con los postigos entornados.
Dentro reinaba una penumbra perenne y un
silencio de objetos impregnados del olor de
esos espacios sin vida. Las únicas
habitaciones que todavía usaba eran la
cocina y el cuartito al final del pasillo,
donde dormía. El resto estaba vinculado a
un pasado remoto y mudo que aullaba su
nostalgia en la oscuridad. Era tal el silencio
que en ciertos momentos aún parecían
oírse las voces y los ruidos de los primeros
tiempos, cuando los adultos hablaban y los
niños jugaban.
Pobre Teresa, me daba una pena...
Cuando se lo dije a mi madre, ella contestó
que no estaba obligada a visitarla, y luego
oí que reñía a mi abuela. Pensé que se
había enfadado, pero volvió para hablar
conmigo:
—¿Por qué no se lo dijiste enseguida a
la abuela?
No se lo había dicho porque la señora
Teresa me daba pena. Creo que mi madre
lo intuyó y entonces me contó una historia
sobre ella y sus nietos, que iban a verla y
le llevaban pasteles. Sabía que no era
cierto, pero me sentí aliviada.
Creo que también se muere así: cuando
se deja de usar ciertos objetos o de entrar
en algunas habitaciones. Aprisionamos el
pasado para que no nos dé alcance con el
peso de los recuerdos.
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La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*
Novela JuvenilA sus 17 años, Alessandra ha vivido una de las experiencias más dolorosas: el cáncer se ha llevado a su madre y ahora se encuentra entre la aceptación de una pérdida insoportable y un agudo sentimiento de abandono. Al reincorporarse a la escuela, en...