He vuelto al colegio tras dos días de
ausencia. Ayer Angela nos dio una
sorpresa: se presentó a las ocho de la
mañana y mi abuela dijo que no pasaba
nada si, por un día, no iba a clase; claro
que no sabía que el anterior también me lo
había tomado libre. Mientras
desayunábamos en el bar, Angela me
preguntó si todo iba bien; luego paseamos
por el centro y de vuelta a casa.
Dedicamos el resto de la mañana a charlar
con mi abuela. A la hora de comer nos
invitó a un restaurante, un local abierto
recientemente, y por la tarde ella y yo
fuimos a dar un largo paseo por la playa.
Le dije que me alegraba de que hubiese
venido. Me respondió que sólo tenía que
pedírselo, que ella vendría a verme
siempre, o que, en caso de que lo
necesitase, también yo podía ir a su casa.
La abracé y me sentí mejor. Esta mañana
se marchó temprano, no sin decirnos que
volverá dentro de unos días. La idea me
encanta. Me siento menos sola, menos
triste. Angela no parece tan atenta como
Claudia, porque es más tímida, pero tiene
un gran sentido práctico y por eso me
gusta más: es una de esas personas que
podrían desmontar un reloj y luego
montarlo de nuevo sin cometer el mínimo
error. Transmite seguridad. Sobre todo en
este momento.
Gabriele, en cambio, no se ha
presentado hoy en clase, lo que me
preocupa, porque es una señal de que no
quiere saber nada de mí. Yo tampoco lo he
buscado, no he tenido el valor.
La profe de Italiano nos habla del
examen, de cómo formular la tesina, pero
lo único que yo oigo es esta soledad sorda,
más profunda que el miedo, que me deja
muy abatida. En la pausa me cruzo con
Giovanni en el pasillo, pero
sorprendentemente ni siquiera me mira.
Me vuelvo a fin de asegurarme de que a
mis espaldas no esté Gabriele o algún
profesor. Durante las clases no dejo de
pensar si habrá decidido dejarme en paz de
una vez por todas. Me siento tan aliviada
que saboreo algo similar a la felicidad y los
ojos se me empañan.
A la salida sucede lo mismo cuando me
lo encuentro en lo alto de la escalera.
Nada, como si yo no existiese. Como si
fuese alguien a quien no hubiera visto ni
conocido en su vida. Durante unos
segundos, la felicidad se desvanece y en mi
mente se insinúa una sospecha: ¿esperará
sorprenderme cuando estemos a solas, sin
gente alrededor?
Vuelvo a casa analizando un sinfín de
hipótesis y ya me veo metida en un hoyo.
Mi imaginación rememora las historias de
sucesos de los últimos tiempos cuyas
protagonistas fueron chicas que pecaron de
exceso de confianza.
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La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*
Novela JuvenilA sus 17 años, Alessandra ha vivido una de las experiencias más dolorosas: el cáncer se ha llevado a su madre y ahora se encuentra entre la aceptación de una pérdida insoportable y un agudo sentimiento de abandono. Al reincorporarse a la escuela, en...