Hoy en el instituto soy el centro de todas
las miradas. Siento tanta vergüenza que
me gustaría estar varios metros bajo
tierra. Apenas entro en clase, las más
capullas se acercan para preguntarme
cómo estoy.
—¿Por qué? —replico con dureza.
—La otra noche tenías una cara... —
afirma Silvia en tono insolente, mientras
complacida mira de reojo a Barbara, quien
se deleita con la escena desde un rincón.
—¿Nunca has visto a nadie como una
cuba? —me defiendo con arrogancia, como
si hubiese hecho la cosa más guay del
mundo, pese a que me siento incómoda;
confío en que no se me note. En cualquier
caso, la verdadera pregunta es otra, que
de hecho llega enseguida:
—¿Y Gabriele? —inquiere la muy víbora.
—¿Gabriele qué? —replico mirándola
con odio.
—Te llevó fuera él, ¿no? —responde
Silvia con una sonrisita estúpida.
—¿Y qué? —le espeto mirándola
fijamente.
—Nada, lo decía por decir. —Se hace la
idiota y añade, con una risita de auténtica
gilipollas—: Es que hacíais muy buena
pareja. —Y mira alrededor para comprobar
el efecto que produce la burla.
—Ya. ¿Y eso te hace reír? —le digo
mientras me acerco peligrosamente a su
cara demasiado ancha, rosácea y
granujienta, e intento que me venga a la
mente algo lo suficientemente venenoso
para herirla.
—Va, sólo era una broma —me dice
retrocediendo. Y añade para disculparse—:
Es que estábamos preocupadas por ti.
—Por supuesto —replico con frialdad—,
ya vi cuánto os preocupabais. —Intenta
protestar, pero se lo impido, irritada por
ser el centro de atención—. A ver si
aprendes a no meter las narices donde no
te llaman. Si te hubiera pasado a ti, al día
siguiente no te recogían ni los de la
limpieza.
Palidece, niega con la cabeza y hace un
ademán con la mano, como diciendo que
estoy como una cabra y que no sirve de
nada hablar conmigo. La escruto unos
instantes, inmóvil, para darle a entender
que mi próxima respuesta será aún peor.
Por la manera en que me mira comprendo
que sabe de sobra que conmigo lleva las de
perder. Aún recuerdo su expresión cuando,
en cuarto, después de su enésimo
comentario cargado de hiel, me vengué
mezquinamente escribiendo en la pizarra:
«Incluso por dentro eres un callo.» En
aquella ocasión hizo un gran esfuerzo por
simular que no le importaba, pero se veía a
la legua que le había sentado fatal. Nuestro
duelo silencioso toca a su fin cuando la
imponente masa corporal de la profe de
Matemáticas ocupa por entero el vano de
la puerta. Nos retiramos a nuestros
respectivos pupitres.
La profe empieza a preguntar y la llama
justo a ella, a la muy cabrona, que no tiene
ni idea y regresa a su sitio con un cuatro.
Me alegro en el alma y me olvido de todo:
de Gabriele, la pizza y el ridículo espantoso
de la otra noche.
Durante la pausa evito las miradas de
todos escabulléndome del aula y
refugiándome en los servicios. Cuando
regreso, la clase de Italiano ha empezado
ya. Me paso la hora buscando señales de
Gabriele en el pupitre mientras las
gilipollas de delante siguen intercambiando
gestos de complicidad y miradas, y apenas
pueden contener unas risitas que
recuerdan a las de los macacos del zoo. De
repente me siento aún más sola que
cuando empecé a sentirme sola y, por si
fuera poco, ahora me irrita que alguien
pueda pensar que Gabriele y yo salimos
juntos. Aunque no lo odio por eso, sino por
no estar aquí. ¿Y si hubiese faltado
adrede? Eso significaría que a él también le
afectan las habladurías. ¿Les habrá
contado a sus amigos, los obreros y
albañiles, nuestro paseo hasta la playa?
Nadie sabe nada, me digo, es un secreto,
son sólo esas idiotas, que por lo visto hoy
no tienen nada mejor que hacer, aunque si
él hubiese venido a clase nadie habría
hecho preguntas. Claro que no habrían
faltado las miradas y risitas de siempre,
pero nadie se habría atrevido a tanto.
«Menudo canalla —pienso, y decido—:
Mañana no vengo.»
Bye, bye, Cero, Zeta se va a la ciudad.
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La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*
Ficção AdolescenteA sus 17 años, Alessandra ha vivido una de las experiencias más dolorosas: el cáncer se ha llevado a su madre y ahora se encuentra entre la aceptación de una pérdida insoportable y un agudo sentimiento de abandono. Al reincorporarse a la escuela, en...