1 de Diciembre

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Cuando entro en clase, Gabriele ya está

sentado. Me saluda y aparta su cuaderno

para hacer sitio a mis cosas, lo que me

deja estupefacta. Le devuelvo el saludo y

me quito la chaqueta, luego me siento y,

por hacer algo, abro la agenda. Mientras la

hojeo distraída, él se vuelve hacia mí y

apoya una mano en el respaldo de mi silla.

Ese gesto hace que me sienta violenta,

porque estoy segura de que todos nos

observan.

—¿Cómo estás? —me susurra.

—Bien —contesto, y después, mirando

alrededor para ver si alguien nos espía,

añado—: Todos creen que salimos juntos.

No tenía intención de soltárselo así, tan

secamente, pero ya no tiene remedio.

Gabriele retira la mano del respaldo y

apoya las dos en el borde del pupitre, como

si quisiese empujarlo para salir.

—¿Y qué? —replica en tono gélido,

volviéndose para mirarme de nuevo.

—Pues nada, sólo quería que lo

supieras —respondo simulando que leo.

—Ya sabes que lo que piensen esos

capullos me importa un carajo. ¿Por qué te

molesta tanto? —inquiere agresivo.

—¿A mí? ¿Y por qué debería? —replico

en tono desafiante, volviéndome hacia él

para mirarlo a los ojos, y le recuerdo

irritada—: Si me molestase, como dices, no

habría ido a comer contigo.

He gritado demasiado y, en ese preciso

instante, me doy cuenta de que la clase

entera nos mira. Sonia es la única que

disimula, puede que para demostrarme su

amistad después de la reconciliación de

ayer. Gabriele se cierra en su habitual

silencio plomizo y se pone a dibujar

pasando olímpicamente de los demás,

también de mí. Por suerte, entra la profe

de Italiano, empieza la lección y las

miradas antes fijas en nosotros se dirigen

al frente. Mientras la profe escribe en la

pizarra, con el rabillo del ojo veo que

Gabriele se inclina hacia mí.

—¿Pasamos de venir mañana a clase?

—me susurra sin perder de vista a la profe

Avvampo, y me alegro de que no esté

mirándome.

Ésta sí que no me la esperaba. Y yo

que pensaba que se había cabreado... ¿Y

ahora? Digo que sí casi inaudiblemente,

aunque ni siquiera sé lo que me apetece de

verdad.

La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora