9 de Noviembre

338 23 0
                                    

Gabriele ha vuelto al instituto después de tres días de ausencia. Sorprendiéndome incluso a mí misma, probablemente porque

ignoro lo que ocurre en mi cerebro después de que lo enciendo, le pregunto por qué no ha venido los últimos días, como si ayer nos hubiésemos pasado horas hablando por teléfono o chateando en Facebook igual

que dos buenos amigos. De repente me mira a los ojos y me escruta como si

quisiera averiguar si estoy tomándole el pelo. -¿Entonces? -insisto-. ¿Por qué has faltado?

Para que se dé cuenta de que no estoy bromeando, empleo un tono un poco duro. Por toda respuesta me suelta un pertinente no te metas donde no te llaman que me ha hecho y avergüenza. ¿Cómo se me ha ocurrido? Es más, ¿qué me ha hecho pensar que podía atreverme a tanto? Ser su compañera de pupitre no significa nada, hace tiempo que lo sé, y además fui yo quien se autoinvitó. Me ha contestado como me merecía y me siento una idiota.

Dios mío, qué ridícula. Me juro a mí misma que nunca volveré a hacer algo así. Jamás. Apenas suena el timbre, me levanto y

corro a refugiarme en el patio. Me uno a las de primero de bachillerato y escucho su conversación, que versa sobre tetas y narices retocadas. De repente veo que Sonia se me acerca, pero, en lugar de poner pies en polvorosa, decido que hoy incluso puedo hablar un poco con ella. No obstante, juro que si empieza con el acostumbrado «Pero ¿qué te pasa?», esta

vez le daré una buena colleja. En cambio, tiene ganas de bromear y me pregunta con una sonrisa cómplice cómo se está en el sur. No capto la ironía enseguida, necesito unos instantes para comprender que se refiere a mi nuevo sitio.

-En el norte, querrás decir -replico desdeñosa para darle a entender que su

ocurrencia no ha sido muy acertada. En Cerolandia tenemos un sentido del humor más refinado, pero ella no puede saberlo.

Por suerte, el tema concluye ahí y mientras hago ademán de marcharme llega Micali (Lucio), de segundo C de bachillerato, y me pasa un brazo por los hombros.

-Bienvenida, princesa Zeta... Por fin has vuelto con nosotros después de tu

experiencia en tierra bárbara y enemiga.

Lo miro, a punto de mandarlo a freír espárragos, pero me contengo a tiempo y

al final esbozo una sonrisa resplandeciente, aunque no le contesto. Me gusta que me haya llamado princesa Zeta, ¿por qué debería enfadarme?

Después del recreo me encuentro mejor, aunque de nuevo sentada ante el pupitre todavía me siento incómoda.

Me gustaría ser invisible. Una cosa que está sola, en cualquier parte.

La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora