Flotar en el espacio

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Antes de que cerraran el ataúd, me incliné

sobre ti y te besé.

¿Recuerdas cuando hablábamos de los

astronautas y, al verlos salir de la nave

suspendida en el espacio, no entendíamos

cómo lograban estar en ese vacío infinito?

Cada vez que sucedía intentaba

imaginarme la situación, y el miedo me

encogía el estómago y me aceleraba el

corazón.

Apenas cerraron el ataúd salí al balcón,

porque no quería sentir nada.

El otro día vi por la ciudad a una mujer

que se parecía a ti. Aunque no distinguí

bien su cara, el corte de pelo era idéntico y

llevaba también una trenca oscura. Me dio

un vuelco el corazón. Me puse a seguirla

instintivamente, qué juego extraño. Pensé

que no habías muerto, que sólo habías

tenido que desaparecer durante una

temporada, como en las películas de espías

en que el protagonista simula que muere y

luego reaparece con otro nombre. No

habías podido avisarme, y ahora que por fin

habías vuelto ya no podías ser mi madre.

Eras otra, la mujer a quien seguía, y lo

único que podía hacer era mirarte de lejos.

Caminé detrás de esa mujer sintiendo

nostalgia de tus abrazos, de tu voz. La vi

pararse en un semáforo, cruzar la calle y

luego mirar el escaparate de una zapatería.

Tenía tu misma manera de andar, elegante

y decidida. Hacía frío y vi cómo hundía el

cuello en la trenca y apretaba los brazos

contra el cuerpo mientras sus manos

desaparecían en los bolsillos. Por un

instante temí perder los papeles y llamarla,

incluso abrazarla. Sentía un deseo

irrefrenable, y por la forma en que me

miraban los transeúntes debía de tener una

expresión extraña. Mientras la seguía

tropecé con un par de personas, pero no

pedí disculpas sino que seguí adelante. Tú

eras más importante.

En un momento dado quedamos tan

cerca que me habría bastado con alargar el

brazo para tocarla. Temía que se volviese

de repente e interrumpiese el juego; no

quería que acabase, una felicidad sorda me

invadía. Por unos instantes absurdos fui

feliz de nuevo. Feliz.

De repente, se detuvo bajo la

marquesina de una parada y estuve

mirándola hasta que subió al primer

autobús que llegó.

La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora