17 de Noviembre

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A pesar de lo que sucedió ayer, he decidido que Gabriele no me interesa. Aun así, hoy para ir al instituto me he puesto unos vaqueros ceñidos y un corto suéter violeta que apenas me llega al ombligo. No sé cuánto tiempo hacía que no me vestía delante del espejo. Nunca me he considerado sexy, pero, gracias a la melena larga y a los años dedicados a la natación, el efecto no está mal.

Cuando llega Gabriele me encuentra inclinada sobre el libro de Historia,

esforzándome por contestar a las preguntas del final de la página. Alzo la vista y lo saludo con una tímida sonrisa y en voz baja, para que los demás no me oigan. Él se sienta de través en la silla, dándome la espalda, y su comportamiento no difiere en nada de las otras mañanas.

Deja la mochila en el suelo y saca el consabido cuaderno multiusos sin siquiera mirarme. La sonrisa se me marchita en los labios y me pongo como un tomate. Por muy bajo que haya sido mi tono, es imposible que no me haya oído, de manera que me siento incómoda y ridícula, y me pregunto si ayer fue realmente él quien me ayudó. No ha hecho el menor gesto a modo de respuesta, así que, una vez pasada la sensación de extravío fruto de la punzante decepción, siento tal rabia que me gustaría gritarle a la cara lo gilipollas que es. Paso las primeras horas dándole vueltas al asunto y prácticamente no presto atención a las clases. No soporto que la gente me haga sentir tan idiota, juro que me la pagará.

En la pausa no sale, permanece sentado. Lo imito y me quedo esperando, no sé qué. De repente veo que Pietro, el hijo de uno de los abogados más ricos de la ciudad, se dirige hacia nosotros y se planta ante mí. Procurando que lo oiga Gabriele, me invita a la fiesta que ha organizado mañana por la noche en su casa: una superfiesta en su supercasa.

Querría rehusar, porque ya me imagino la velada, pero las ganas de vengarme del Gran Cero me impulsan a aceptar. -Vale, gracias por la invitación -

respondo, y balbuceo algo que no se sabe muy bien si es un sí o un no. Por supuesto, no tengo la menor intención de ir, pero tampoco quiero dar a

este Caravaggio de aquí al lado la satisfacción de pensar que soy una

cenicienta con la que nadie quiere ligar. Él, por su parte, sigue dibujando impasible, al punto de que casi me entran ganas de coger el cuaderno y tirarlo por la ventana. Si aguanto es sólo porque no se merece tantas atenciones. Cuando acaba la mañana, meto mis cosas en la mochila y me marcho, enfadada y decepcionada. ¿Por qué demonios creía que hoy sería diferente?

¿Qué podía esperar de uno al que todos llaman Cero? No dejo de repetirme que soy idiota, una verdadera idiota.


La lluvia en tu habitación *Paola Predicatori*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora