Parte 1: Marta

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El instituto, como cualquier otra cosa relacionada con los socialmente establecido me parece un horror. Es aburrido, es tedioso y es simple. Pasas una serie de horas aguantando el conocimiento impuesto y sobre todo sintiendo la alineación sobre tu alma, que cada día tiene que soportar el mismo espacio, la misma gente y el mismo proceso desvitalizador.

Desde hace ya unos años, ir al instituto me parecía un proceso diario que se interponía en lo que realmente sentía y necesitaba. Si me piden mi opinión, la puta educación no debería estar tan sobrevalorada.

Lo único bueno del instituto por aquellos años eran Olivia y Tere, que parecían compartir exactamente los mismos principios que yo y eso lo hacía más ameno.

Aquella mañana, como todas las malditas mañanas, me levanté con el sonido de mi despertador taladrando mi cabeza para dejar paso al pensamiento matutino de: ¿Cuándo cojones terminamos con esto? Puse rumbo al baño, me vestí con unos vaqueros y una sudadera y me senté a desayunar con mi madre y mi hermano mayor. En mi casa por las mañanas se respira siempre tranquilidad y silencio, supongo que porque todos nos estamos preguntando mentalmente lo mismo y porque todos necesitamos que nadie nos diga ni una palabra hasta por lo menos una hora más tarde.

Terminado el café y las tostadas de siempre cogí mi mochila, me puse los auriculares y mientras sonaba Rise Against, esperé el autobús que me llevaba (como cada mañana) al instituto. Todos los días me solía hacer las mismas preguntas que terminaban en un: es lo que hay y no te quejes. A lo mejor estaba deprimida o a lo mejor soy una puta nihilista, caben muchas posibilidades.

Una parte de mí necesitaba que sucediera algo, una parte de mí necesitaba olvidarse de las clases, de la rutina, del Instagram y de Virginia. Una parte de mí deseaba no coger esa mañana el autobús con destino a su mirada fría y ausente. Pero como cada mañana, el autobús se acercaba y yo perdía un poco mi vitalidad para dejarme llevar por la rutina diaria.

A mi lado, una señora que yo no había visto nunca esperaba sentada en la parada, y me miraba de vez en cuando con una sonrisa medio amable medio cínica. Como es muy típico de los pueblos gallegos ese tipo de gestos yo no le prestaba atención. Pero cuando el autobús se detuvo en el semáforo anterior, se levantó y me hizo gestos para que la escuchara. Me quité uno de los auriculares y la miré con gesto interrogante.

– ¿Tú sabes lo que es la Escalera de Penrose? – Me dijo mirándome.

– Sí, la escalera infinita. – Le dije yo un poco desconcertada.

– Esa en la que subes o bajas, pero en realidad solo das vueltas.

– Sí, esa misma.

– Pues tú... – Hizo una pausa que me dejó todavía más confusa. – Tienes derecho a salir de ella.

– ¿Perdone? – Le cuestioné.

– ¡Que salgas de la puta escalera! ¡Tírate al vació, mátate en el intento, pero haz algo joder! – Me contestó gritando.

– Señora... no le estoy comprendiendo.

– Toma. – La señora me tendió un paño que parecía estar envolviendo algo.

Tendí la mano y recogí lo que me daba, más por miedo que por curiosidad bajé la vista, observé el paño y cuando la alcé, el autobús estaba parando justo a mi lado, y la señora había desaparecido. 

Me guardé el paño en el bolsillo y me subí en el autobús, lo primero que pensé fue: al menos la mañana ha tenido un poco de interés.

Mientras iba en el autobús pensaba un poco por encima en lo sucedido y en la Escalera de Penrose, ese ciclo sin fin en el que no sabes si subes o bajas, simplemente vas en círculos. Así me sentía y así me llevaba sintiendo desde que Virginia y yo habíamos cortado. Palpé el bolsillo del vaquero y comprobé que el objeto que me había dado la señora estaba todavía ahí, metí la mano en el bolsillo y lo saqué. Lo miré brevemente y lo abrí. Era un colgante con un símbolo complejo, una estrella de cinco puntas, con intersecciones de líneas coronadas por círculos, las puntas de las estrellas terminaban en círculos opacos negros. En ese momento, me quedé embobada mirándolo y preguntándome qué significaba.  

Yo era una persona un poco mística que disfrutaba mucho de historias paranormales, crímenes, fantasmas y demás. Si bien es cierto que algunas veces pasaba miedo, la mayor parte de ellas sentía más atracción que pavor. Había tenido algunas experiencias extrañas, como visiones oníricas, sueños de difícil interpretación y sensaciones tenebrosas, pero nunca les había dado importancia y quizás por ese simple motivo no la habían tenido nunca.

Al llegar al instituto, en la puerta, y como todos los malditos días estaba Virginia con sus amigas, riendo y mirándome con frialdad. Levantó la mano para saludarme y yo le contesté con un gesto de cabeza. Sin más. No sabía si disfrutaba jodiéndome los días o si le apetecía verme, es posible que fuera una mezcla de ambas. Cuando tienes una relación intensa que termina existe ese miedo a terminarla, esas ganas de seguir ocupando un espacio que te pertenecía y por supuesto ganas irremediables de joder a la otra persona 

Mientras caminaba hacia el interior del instituto me saqué un cigarrillo, lo encendí y me apoyé cerca de la puerta, justo donde terminaba el parking donde aparcaban los profesores. En ese preciso momento, Tere apareció con su bici y saludándome sin palabras y con la misma mirada de desidia que yo suspiró apoyándose en la pared.

– Virginia sigue insistiendo en saludar.

– Siempre saludaba... - Le contesté yo haciendo referencia a lo que siempre se dice de los asesinos que matan a tiros a su mujer en un bloque de viviendas.

– En fin, otra mañana más. No sé ni qué toca hoy, supongo que lo mismo que ayer.

– A mí hoy me ha pasado algo diferente, para que veas. – Le dije manteniendo la intriga.

– ¿Te ha cagado una gaviota y has tenido que volver a casa a cambiarte?

Eché a reír ante esa supuesta situación porque eso mismo le había pasado a ella dos días antes.

– No, algo interesante de verdad. Mira. – Saqué el colgante que me había dado la señora en la parada del bus y se lo enseñé. Ella no puso buena cara. – ¿Qué? – Le pregunté.

– Es mierda tiene pinta de satánica. A mí me mola que te guste el metal y tal, pero no me vengas ahora con mierdas extrañas, te lo digo.

– Me lo ha dado una señora en la parada del bus.

– Eso me tranquiliza. ¿Se puede saber porqué lo sigues llevando en el puto bolsillo?

– Estas cosas no se tiran... – Le contesté yo mirándolo de nuevo. – Además, quiero saber qué es.

Cuando ambas lo mirábamos, una voz nos interrumpió.

– Eso es un sigilo. – Dijo Olivia tranquilamente apoyándose a mi lado y sacando un cigarro.

– ¿Y qué mierdas es un sigilo tía?

AkelarreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora