–¿Por qué? –Le pregunté.
–Lo qué. –Me dijo con sus labios muy cerca de los míos.
–Que por qué te encanto. El otro día Tere me dijo que no sabía qué me veías.
Olivia se empezó a reír a carcajadas acariciándome el pelo.
–Si eres súper especial Marta, va, lo sabes.
–Hombre, pero si soy una ausente Oli...
–No, tú crees que eres una ausente. Pero captas más de lo que quieres admitir. Y a parte estás buena y lo sabes. –Mi amiga se empezó a reír.
Me ruborizó un poco con su último comentario, pero lo dejé pasar y nos pusimos a ver una película tranquilamente. Le dejé escoger a ella, Oli tenía buen gusto por el cine, como casi por todo y me redescubrió esa tarde una película que yo había pasado un poco por alto en su momento. Tenía la habilidad de comentar en el momento adecuado, no era esa persona que hablaba toda la película pero tampoco era de las que se metían en la trama y no abrían la boca hasta el final. Era exactamente como yo.
A mitad de película se tumbó en mi regazo, justo como nos habíamos tumbado mil veces antes. Yo le solía acariciar el pelo y ella me cogía la mano mientras lo hacía. Y supongo que en ese momento me pregunté si podía ser de verdad. Si era cierto que teníamos que estar juntas y que lo habíamos evitado más allá de lo racional.
Cuando terminó la peli, ya habíamos estado comentándola un rato y obviamente yo estaba alargando la situación hasta el punto de querer que nos olvidáramos de la ouija Oli sacó el tema.
–Bueno Marta, dejemos de fingir que no estás haciendo tiempo. –Dijo girándose hacia su mochila.
–No me creo que vayamos a hacer esto chica. Mi madre me mata...
–Si se hace bien no pasa nada.
–Bueno, eso no es lo que dice ella.
–Marta, concéntrate. Ya sabes, que siempre hay que cerrar y despedirse, y de verdad, tienes que estar muy concentrada. –Mi amiga extendió una ouija por el suelo.
–¿Has hecho esto antes? Porque suena como que has mentido y sabes hacerlo.
–Mi abuela se vio en la necesidad. Ya te lo contaré un día.
En cuanto la vi desplegada sobre el suelo una sensación extraña me invadió el cuerpo. Mi madre me había contado aquello que le había pasado de que haciendo la ouija se habían caído todas las sillas y mesas de un aula. Obviamente me lo dijo cagada de miedo, y las otras experiencias que había escuchado no eran mejores. Así que así estaba yo también, acojonada. Olivia me miró, puso sus manos en mi cara y chocó mi frente con la suya se quedó un rato acariciando con sus pulgares mi nuca. Mi amiga tenía ese poder. A Tere también se lo hacía y conseguía relajar a cualquiera con su mirada y sus manos. Cuando mi respiración se calmó ella lo notó, supongo que con su corazón enorme. Yo siempre había pensado que su corazón tenía el tamaño de una catedral, de estas catedrales góticas de grandes ventanales. Lleno de luz en su interior. A lo mejor la engrandecía porque la idolatraba, a lo mejor la engrandecía porque la amaba con todo mi corazón.
–Dame el sigilo. –Me dijo sin dejar de acariciarme.
Me eché las manos al cuello para intentar deshacer el nudo del cordón que lo ataba a mí y ella paró el movimientos y lo deshizo ella en un suave movimiento. Cuando lo tuvo en sus manos lo quitó de la cuerda y lo puso sobre la tela de la ouija.
–Mantén ese estado en el que estás. Estás bien, relajada y sin miedo. Concéntrate y pon tus dos dedos, índice y corazón sobre él. –Ella repitió el gesto y las dos pusimos nuestras manos sobre el sigilo.
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Akelarre
General FictionEn una ciudad de Galicia, tres amigas comparten el mismo secreto. Quieren cambiar su vida, quieren ir más allá. Todo cambia a partir de una experiencia paranormal de Marta, que convencerá a todas las demás para empezar a vivir una vida totalmente di...