PARTE 9: El Gato de Schrodinger

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– Vosotras no estáis tan zumbadas como para creer en eso de verdad. ¿No? – Nos preguntó Tere mirándonos muy seriamente.
– Ya sabes que yo le tengo mucho respeto a estas cosas. – Le dije.
– Marta, una cosa es tenerle respeto, otra es creer que un demonio te está persiguiendo y llenando habitaciones de humo mientras susurra tu nombre.
– Bueno, pero es lo que está pasando Tere, tampoco podemos obviarlo aunque nos parezca una puta locura. – Le dijo Olivia interrumpiendo nuestro partido de tenis.

Las tres estábamos en la cafetería, en nuestra mesa habitual preguntándonos qué hacer con los sueños de Tere, mis paranoias y el humo de la casa de Olivia.

– No puedo obviarlo, como tampoco puedo obviar que estoy acojonada. Aunque… – Tere miró a los lados pensativa, dudando de terminar o no la frase. – ¿No os sentís diferentes?
– ¿A qué te refieres? – Le pregunté.
– Sí, diferentes. Como el comportamiento de Oli del otro día… como si… no sé.
– ¿Más sinceras? – Completó Olivia la frase.
– Más sinceras con el mundo. – Le dije yo.

Era cierto. Tere había abierto el melón que yo estaba intentando evitar hasta ahora. Desde que el sigilo había llegado a nuestras vidas, nuestro humor había ido cambiando poco a poco y dejando ver una sinceridad que antes no se dejaba asomar tanto. Comportamientos impulsivos como el del bofetón de Oli estaban dejándose entrever en nuestro día a día. La pintura de la clase de técnicas era un ejemplo. La disociación era tal que ni siquiera recordaba lo que había pintado la hora anterior. Quizás deberíamos haber reparado en eso y centrarnos un poco más en lo que nos estaba pasando por dentro que en el humo y en los susurros, quizás lo que daba más miedo era nosotras mismas.
Se hizo el silencio entre nosotras durante unos minutos y mi móvil vibró brevemente. En la pantalla aparecieron dos notificaciones seguidas de Virginia, la primera para pedirme que le cogiera apuntes en filosofía, la segunda para informarme que había tenido una revisión en el oculista. De repente me sentí como hacía un año, metida en una familiaridad natural entre nosotras. La eché de menos por un segundo y suspiré un poco rechazando la idea de sentirme triste pero sin poder evitarlo. Estaba claro que la echaba de menos, no sabía si estaba enamorada pero que echaba de menos tenerla en mi vida era evidente. Me quedé mirando el móvil un instante, y al levantar la vista mis ojos y los de Olivia se encontraron, y noté en ellos como quería decirme que seguir hablando con Virginia no era buena idea y que no lo aprobaba.

– ¿Queréis hacer algo esta noche? – preguntó Tere rompiendo el silencio que se había instaurado en la mesa.
– Por mí sí, no tengo pensado estudiar hoy la verdad. ¿Oli te vienes?
–¿Eh? – preguntó confusa, como si acabara de volver a la realidad.
– Que si te vienes a tomar algo esta noche, parece que no estés aquí.
– Sí, claro. Mis padres este finde no están y si no estaré aburridísima y dándole vueltas al tarro.
– Oye, si quieres puedo dormir en tu casa hoy, a mi madre no le importará. – Me ofrecí al notarla más apagada de lo habitual.
– Me vendría bien para no estar acojonada la verdad.

A Olivia se le iluminó la mirada cuando me ofrecí a dormir ese día en su casa. Sus padres pasaban muchos días fuera por trabajo y ella solía quedarse en casa sola algunos fines de semana, estaba acostumbrada a pasar tiempo sola en su casa, pero la había notado especialmente desilusionada con la idea de no tener compañía ese fin de semana.

El resto del día pasó sin mucha cosa destacable, cogí apuntes en filosofía tras haber decidido ceder y mandárselos a Virginia. Sabía perfectamente que me estaba utilizando emocionalmente y que los apuntes se los podría pasar cualquiera, no faltaban candidatos para eso, pero quería los míos para no sentir el desapego.

Cuando salí de clase, lo hice un poco más rápido de lo habitual para no perder el bus que me dejaba en casa 10 minutos antes. Me vendría bien comer con mis padres para variar, mi padre no solía estar en casa entre semana y me apetecía verlo. Al salir por la puerta del instituto despidiéndome de un par de conocidos me percaté de que al fondo del lateral del instituto, en uno de los portales (que muy poca gente usaba) había una señora apoyada mirándome fijamente. Enfoqué un poco más la vista, mi miopía y las gafas de sol sin graduar no me dejaban ver quién era. Me hizo un gesto con la mano, parecía conocerme, así que me acerqué un par de pasos. Claro que me conocía… Mi mente detuvo mis pies antes de que dieran el último paso que me hizo quedarme apenas a unos metros de distancia. Era la señora de la parada. Siguió gesticulando para que yo me acercara, pero el miedo me paralizó. Todo este tiempo la ensoñación de algo que había convertido la vida en una nueva aventura estaba cobrando realidad. Miré a mi alrededor y nadie parecía percatarse en su presencia, sin embargo estaba ahí. Como si fuera el gato de Schrodinger parecía estar y no a la vez, ¿solo yo la veía?

Como si hubieran aparecido solo para quitarme la duda, llegaron Santi y Tere charlando animadamente.

– ¿Tú no perdías el bus? – Me dijo Tere poniéndose a mi lado.
– ¿La ves?
– Sí, ¿la conoces?
– Es la señora del otro día… – Le dije mientras la miraba a los ojos con cara de pánico.

La señora no paraba de sonreír y hacer aspavientos con las manos para que nos acercáramos.

– ¿De quién habláis chicas? – Preguntó Santi confuso.
– ¿No la ves? – Le miró Tere.
– Me estáis acojonando chicas.
Se hizo un silencio entre los tres mientras la señora continuaba mirándonos ya sin hacer gestos pero sí sonriendo en una mezcla de amabilidad y terror que me estaba perturbando.

– Santi espérame en la esquina porfa, pilla mi bici que tengo que hablar con Marta.
Santi nos dio un beso en la mejilla y obedeció a Tere que se quedó mirando a la señora a mi lado.

– Voy a acercarme. – Me dijo
– ¿Estás de coña?
– Está claro que quiere algo, vamos a ver qué se le ha roto.

Caminamos la distancia que nos separaba de ella y nos plantamos delante de su mirada tenebrosa pasados apenas unos segundos.

– Hola Tere. – Le dijo.
Se hizo el silencio mientras el ruido de fondo de los alumnos y alumnas abandonando el instituto sonaba como un bajo continuo en una melodía clásica.
– ¿Nos conocemos?
– Yo a ti mucho más que tú a ti misma.
– Lo dudo. – Le contestó mi amiga sacando una valentía que me sorprendía hasta a mí.
– ¿Ya has dejado de pensar en matarlo?
De nuevo el silencio entre las tres con ruido residual de fondo que percutía mis tímpanos.
– ¿Qué dice esta mujer de matar tía?
– No lo sé. – Su tono había cambiado y conocía perfectamente a Tere como para saber que sí que lo sabía.
No dije nada más, la mujer le agarró la mano aprovechando el shock de mi amiga y acercó su cara a la suya. A pesar de que bajó el tono de voz pude escuchar perfectamente lo que decía.
– Hay que confiar en las personas que te quieren, y a veces, el significado de maldad se difumina si es por el bien común.

La mujer soltó su mano, se dio la vuelta y desapareció calle abajo dejándonos a ambas petrificadas y a mí con muchas dudas.

– Vámonos que no llegas al bus.

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