Parte 4: La Hostia

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Y es que de mí hubiera sido raro, porque soy perro ladrador ¿pero de Olivia?

Tengo que decir que el bofetón fue tan grande, hizo tanto ruido y fue tan humillante que el tiempo se detuvo. Similar a la sensación de una colisión, Olivia la miraba con un odio terrible en un gesto que yo no había visto de ella en mi vida. Tere se hizo cargo, la agarró y se la llevó de allí antes de que el tiempo volviera a avanzar.

–Por mucho que me alegre lo que acabas de hacer, ¿tú sabes que no puedes ir dando hostias por ahí a lo loco no? – Le gritó mirándola a los ojos.

–No tengo ni idea de qué ha pasado. Te lo juro. – Le contestó Olivia con el odio todavía en su expresión.

Yo contemplaba la escena apoyada en la pared del parque de la parte de atrás del instituto. Mientras discutían (más bien hablaban) un aire frío repentino me acarició la nuca y un suspiro entró por mi oído izquierdo. Dejando una palabra que se me olvidó repentinamente fruto de la incomprensión. Miré hacia la izquierda repentinamente buscando el origen de ese suspiro y lo único que encontré fue el viento moviendo las hojas de los árboles que el otoño había dejado ahí de forma perenne.

Mientras Olivia se disculpaba con Tere y se maldecía a sí misma por la terrible movida en la que se había metido en cuestión de segundos, otro suspiro ahora más intenso me recorrió por todo el cuerpo mencionando el nombre que me había dicho Olivia esa mañana: Astaroth. Supongo que me puse pálida y mi expresión se quedó helada como un témpano.

– ¿Tú no dices nada o qué? Esta pava le acaba de cruzar la cara a Virginia. – Me dijo Tere rompiendo mi momento de ausencia.

– ¿Y qué quieres que hagamos ahora? – Le contesté. – ¿La culpamos? ¿Le pegamos? ¿La insultamos? Dime querida Teresa, ¿Qué hacemos?

Le había dicho algo que sabía que la haría enfadar. La había tratado justo como no le gustaba que la trataran, con condescendencia. Ella me miró de una forma que conocía a la perfección. En ese momento ella me hubiera dado el mismo bofetón que Olivia le había propinado a Virginia hacía un instante.

– Vámonos a casa. – Dije yo recogiendo la mochila del suelo. – Creo que lo mejor ahora mismo es que desconectamos un poco.

Las tres salimos juntas del parque sin decirnos ni una palabra, ellas hacia un lado y yo hacía la parada del bus.

En ese momento tenía un poco de miedo de que pasaran más cosas. Aunque la vida me parecía un tedio, ese día específico había sido demasiado. En el reflejo de mi móvil estaba yo, con el pelo corto negro, los dos pendientes de aro y una expresión extraña que no acababa de reconocer y en el reflejo del móvil de repente una notificación de Virginia.

"Debemos parar este tipo de cosas, no podemos ir así por la vida"

La leí y por un momento me acordé de ella, de la Virginia que me había enamorado. De la pacífica y resolutiva, de la graciosa y espontánea. De la que no era una simple. Joder, las cosas cambian muy rápido.

No quería contestarle porque no sabía qué decirle.  

Ante la ausencia de valentía y de creatividad me monté en el autobús deseando única y exclusivamente escuchar música y llegar cuanto antes a mi casa. 

Virginia había sido mi novia un año, concretamente todo el curso pasado. Yo estaba en artes y ella en letras sí que compartimos muchas clases, teníamos las comunes juntas. En filosofía el primer día nos sentamos juntas por casualidad porque no estaban ni ninguna de mis amigas ni ninguna de las suyas, y las cosas a veces pasan así, por una especie de casualidad o destino. Yo apenas había hablado con ella en mi vida, saludarla y poco más. Digamos que yo no era una chica que se sintiera cómoda saliendo de su círculo de confort. No por nada, era muy extrovertida y nunca me había costado hablar con nadie particularmente pero en aquel momento me sentía juzgada una gran parte del tiempo por el mundo exterior. Supongo que tenía que ver con haber salido del armario. Aunque lo había tenido mucho más fácil que Olivia, la vida te cambia y no es fácil. 

Cuando sales del armario pasas a ser tu nombre + "la lesbiana" o "el maricón". Ya no eres la creativa, la lista, la que llega tarde o la que usa ropa llamativa. Ya no eres ni la rockera, ni la rapera, ni la guapa, ni la fea ni nada más. De ahí a un tiempo, y para el resto, pasas a ser la lesbiana y durante un periodo largo ten claro que te van a mirar. 

Te mirarán en cualquier sitio y espacio. En el patio, en los bares, en las putas discotecas. Y en las discotecas será peor, porque ser "la lesbiana" te convierte en un faro llamativo para los tíos que o bien buscan humillarte, o bien les gusta que seas lesbiana porque tienen un concepto que no es muy acertado sobre la homosexualidad femenina. Así que sí, por aquel entonces, estaba bastante cómoda en mi círculo de confort sin necesidad de gritarle a alguien todos los días. 

Virginia y yo ese día estuvimos juntas en filosofía y en todas las clases comunes que habíamos tenido, rompimos la barrera de hablar, la rompí yo con un chiste que le hizo reír. Lo recuerdo porque era la clase de inglés y no se ocultó en reírse, se rio muy alto y llamó la atención de la profesora. Me gustó verla reír. Extrañamente me sentí muy contenta de verla feliz por algo que había dicho yo. Y claro, me di cuenta de que estaba bastante segura de que Virginia era mi tipo.

Virginia es muy guapa, es delgada, con el pelo largo y rubio, alta y con los ojos verdes. Es una belleza estándar. Le gusta a todo el mundo. Hacía voleibol y tenía los brazos marcados y las piernas en forma. En general estaba buena. Ella lo sabía, yo lo sabía, todos lo sabíamos. Nunca me había fijado en ella de esa forma porque a mí me solía llamar la atención la gente alternativa, con piercings, pelirrojas, vestidas más llamativas y con claros gustos similares a los míos. Me solían gustar las personas como yo y mis amigas. Y Virginia no lo era. 

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