PARTE 16: BIENVENIDAS AL PUEBLO

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–¿No vas a decirme nada de este tema verdad? –Me preguntó recogiendo sus cosas preparándose para bajar.
–¿Nada de qué?
–Joder Marta, no puedes simplemente suprimir está información porque ahora no te venga bien.
–Es que ahora mismo, no me viene nada bien, te lo juro.
–¡Es que tú me la has pedido! –Levantó la voz, es más, me gritó.
Había estado observando a Oli mucho desde que el sigilo llegó a nuestras vidas, y sin duda había correlación entre que ella reaccionara de manera agresiva y su aparición.
El bus se detuvo y bajamos en una de las dos únicas paradas que había.

El pueblo de Oli era muy pequeño aunque se notaba mucha vida en él. Había dejado de llover, y las dos nos quedamos estáticas observando como el autobús se alejaba.
–Te prometo que hablaremos de esto. Ahora mismo estoy en shock.
–Es conmovedor, que esto te haya provocado un puto estado de trauma.
–No he dicho que esté traumatizada Oli…
Me agarró la mano y dejó de nuevo el sigilo en ella.
–Me hubiese gustado no decirte nada de esto y protegerte de lo que más daño te hace.
–¿Qué es lo que más daño me hace?
–La verdad. –Me dio un beso en la mejilla volviendo al estado natural propio de su personalidad. –Ven, necesito comprobar que mi abuela está bien.
Caminamos por la carretera y nos metimos por un camino, luego subimos una cuesta que terminaba en un portal y una muralla a través de los cuales se veía una casa grande con jardín. Olivia abrió el portal y subió las escaleras que finalizaban en la puerta principal de la casa. Sin timbrar, abrió.
–¡Abuela! –Gritó contenta. –¡Soy yo!
Lo único que se escuchó como respuesta fue el silencio.
Mi amiga abrió una puerta de madera antigua que estaba entornada y dejaba paso a un cuarto con la luz apagada. Por respeto, esperé al otro lado al interpretar que se trataba del cuarto de su abuela. Un pequeño tosido se escapó del interior.
–Ai hija, ¿Pero qué haces aquí? –La abuela de Olivia estaba tumbada en la cama y se incorporó al verla, Olivia se sentó a su lado.
–Oye vieja, es un poco tarde para estar todavía en cama.
–Es que no me encuentro muy bien hoy cariño. Justo has venido a verme un día así un poco raro.
–¿Y María? ¿No ha venido? –Le preguntó.
–No la he dejado venir estos días, he tenido gripe y no quiero que me cuide.
–Es que el trabajo de María es precisamente ese abuela.
–Ya, pero no quiero pegarle algo…
–Eres tonta de remate, de verdad.
Olivia se incorporó de la cama y caminó hacia la puerta. Parecía menos preocupada que al entrar, al menos se había relajado al ver a su abuela. Cogió una libreta de tapas negras que había en un cajón.
–¿Quién es la chica que va contigo nena? –Preguntó la anciana desde la cama.
Era imposible que me hubiera visto. Literal me había quedado alejada, quizás había escuchado algún ruido.
–Es mi amiga Marta. –Le contestó Oli acercándose de nuevo a la cama con la libreta en la mano.
–¿Y por qué no saluda?
Me acerqué a la puerta lentamente con la intención de molestar lo mínimo posible.
–Buenos días señora. –Le dije.
–¿Has venido con mi nieta desde la ciudad?
–Así es.
–¿Para qué?
–Para verla a usted.
–Parece que más bien estés aquí para verla a ella.

Me quedé en silencio y Olivia se rió de las ocurrencias de la abuela. Le acarició la mano y le dio un beso en la frente. El amor de mi amiga por su abuela había llenado todo el espacio.
–Mira vieja, voy a llamar a María. ¿Este es su número verdad?
–No la llames niña.
–No te estaba preguntando… –Le dijo Oli mirándola a los ojos.
Mi amiga se levantó de nuevo y abandonó la habitación marcando un número de teléfono con el móvil.

–¿Cómo te llamas? –Me preguntó la anciana desde la cama.
–Marta, ¿usted se llama Encarna verdad?
–Llámame Encarnita, que soy la más pequeña. –Dijo riendo sutilmente. –Acércate un poco y enséñame que llevas en el bolsillo.
Abrí los ojos como platos y me asusté. ¿Cómo sabía Encarna lo que llevaba en el bolsillo? Me dio miedo que fuera otra vez ella, así que me acerqué para comprobar su rostro. Seguía siendo amable, seguía siendo la abuela de mi amiga.
–No llevo nada en el bolsillo Encarnita.
–Me estás mintiendo niña. Trajiste un meigallo a mi casa y quiero verlo.
–¿Un meigallo?
–El símbolo ese que llevas en el bolsillo Marta.
Saqué el sigilo y sin soltarlo se lo mostré. Ella lo miró y me miró a mí.
–Entiendo… –Dijo.
Se hizo el silencio y escuché como Olivia bajaba las escaleras hacia el piso de abajo hablando con el móvil. Su abuela y yo estábamos mirándonos a los ojos en una situación muy tensa de la que quería escaparme. Guardé el sigilo en el bolsillo de nuevo y Oli entró en la habitación.
–Va a venir María en media hora. –Le dijo.
–¿Para qué?
–Abuela, María es enfermera, necesitas que alguien te vea esa tos y te de medicinas. Medicinas verdad y no los potajes esos que te haces. –Se acercó a ella y le dio otro beso. –Te quiero mucho, no seas testaruda.
–Hazle a tu amiga una tila, que creo que la he asustado. –Le contestó.
Olivia me miró y vio en mi rostro el miedo que había pasado hacía apenas unos minutos.

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