Noté como Olivia se ponía encima de mí, sin besarme, solo abrazándome y pegándose a mi cuerpo como si le costara asimilar que nuestros cuerpos no eran uno. A mí también me estaba costando hacerlo. Tenía una necesidad animal de sentirla cerca, como si nunca fuera a soltarme.
La agarré de la cara, y aún estando a oscuras la veía perfectamente. Se acercó a mí, evitando besarme y volviendo a esconderse en mi cuello. Volvió a mirarme a los ojos y me acarició súper suave, volviendo a tener un gesto que en nosotras había sido siempre muy común, pero que ahora tenía otro mensaje.
–No sé si debo seguir Marta… –Me dijo muy cerca.
–Yo tampoco lo sé. No he podido separarme, siento la ausencia si lo hago.
–¿Qué sientes exactamente? –Me preguntó acercándose hasta rozarme los labios.
–Siento que si te apartas, mi corazón se ausenta. Te conozco desde hace años, y ahora no puedo permitir que dejes de abrazarme.
–Estás sintiendo exactamente lo mismo que he sentido yo hasta que me besaste ayer…
–¿Te has sentido siempre así?
–Siempre me he sentido sola excepto contigo y con Tere, pero desde que te conozco no poder tenerte así de cerca siempre me ha producido una ausencia en el corazón terrible. ¿Cómo lo sabías?
–No lo sabía.
–¿Y cómo has podido usar la frase exacta que yo he escrito tantas veces desde hace años?
–No sé de qué me hablas.
–Siento que si te apartas, mi corazón se ausenta. –Sus labios estaban sobre los míos mientras recitaba esa frase. –Esa frase está en casi todos mis poemas.
Nos quedamos en silencio, Oli no apartó sus labios de los míos, sin besarme pero sin dejar de hacerlo. Puse mis manos en su espalda, por debajo de la camiseta del pijama y su cuerpo tembló. El aire que pasaba entre nosotras me estaba molestando y sentía la necesidad de sentir su piel. Nunca jamás, me había pasado eso.
La besé. Era inevitable. Ella quería hacerlo pero tenía miedo, lo noté al sentir su boca dentro de la mía. Estaba haciéndome llegar todo su miedo, pero también su soledad, su dolor, su amor y su pasión. Recorrí su espalda mientras la besaba y ella dejó sus dos manos en mi cara mientras recorría mis labios con los suyos.
Su pelo caía sobre mí y brevemente recordé el día que me contó que se echaba camomila como si fuera un secreto de estado que nadie podía saber. Sonreí para mis adentros, pensando en que era preciosa, en lo bien que olía y en lo que me estaba invadiendo por dentro mientras me besaba. Su espalda suave y su cuerpo delgado sobre mí no me estaba permitiendo pensar en otra cosa que no fuera ella en todas partes y a todas horas.
En mi mente un miedo terrible por dejar de sentirla y otro más por sentirla demasiado se apelotonaron mientras bajaba una de sus manos por mi costado levantando mi camiseta suavemente y casi sin que yo me diera cuenta. Todo era más natural que respirar y el aire salía con más dificultad de mis pulmones de lo que sus manos entraban en mi cuerpo.
–Tengo que dejar de besarte Marta. –Se detuvo.
–¿Por qué?
–Porque si ahora no paro, no podré hacerlo jamás. Y te quiero lo suficiente como para saber que necesitas unos días para pensar en todo esto.
Llevaba razón. Pero yo tenía miedo de no volver a sentir esa respiración.
–Tu respiración dentro de mí no es algo a lo que ahora mismo pueda renunciar.
–Lo importante es que te preocupes por todo lo demás. Esta respiración –Suspiró sobre mis labios. –La tienes garantizada.
La besé suavemente antes de que se retirara de encima de mí. Noté un frío horrible cuando sentí que no estaba sobre mi cuerpo, me estaba pareciendo imposible dormir con ella sin tenerla en mi piel, así que le agarré la mano y me giré hacia ella, se acurrucó en mi cuello y empecé a escuchar como su respiración se hacía más y más pesada. El olor de su pelo se coló dentro de mí y poco a poco yo también me fui durmiendo.La pintura caía por las paredes, los árboles sin hojas se retorcían sobre mí. Miré a mi alrededor y busqué algo conocido, encontré un camino gris, por el que era imposible caminar. Era mi cuadro, de nuevo. Al fondo del camino diferencié una figura conocida, era Tere, mirando a su alrededor confundida.
–¡Tere! –Le grité.
–¿Marta? –Me preguntó. –¿Dónde estamos?
–En el mismo sitio que esta mañana.
–Me cuesta respirar Marta…
–Tienes que mantener la calma amor. –Caminé con muchas dificultades, pero llegué hasta ella.
–Tere, escúchame, este sitio es nuestro no puede controlarnos. –Le dije.
–No me llega el aire Marta… ¿Qué hacemos aquí?
–Es gnosis… –Recordé lo que me había enseñado Oli.
Le levanté la cara y la miré, una de las ramas hechas de pintura densa le trepaba por el brazo hacia la cara, hiperventilaba. Me concentré y mantuve la calma, este sitio es mío, yo lo había inventado y yo podía controlarlo. Puse mi frente en la suya mientras ella respiraba con dificultad. Me esforcé en pensar como la rama bajaba y desaparecía, poco a poco el ambiente se fue haciendo sobrio, puro. La pintura se quedó en una fina capa sobre el suelo que ya no nos asfixiaba. Deshice el frío con mi mente, y le di calor.
–Respira. –Le dije poniendo mis manos sobre su pecho. –Respira, como yo. –Le puse sus manos en el mío.
Tere me miró y recuperó la calma. Respiró poco a poco y se fue recomponiendo.
–¿Qué cojones hacemos aquí otra vez Marta?
–Yo no te he traído cielo, creo que eres tú la que me traes a mí.
–Yo no he pintado esta mierda, estas mierdas las pintas tú joder que estás mal de la piña.
–Tere, es que estoy entendiendo que esto que pinto lo llevas tú dentro.
Miró a su alrededor y se quedó callada. Una sombra negra apareció detrás de ella, y un fuerte olor a quemado muy desagradable comenzó a invadir la estancia. La nube intentó atraer a Tere, pero la puse detrás de mí y miré a la sombra con el gesto serio, concentrada en mantenerla a raya. Negué con la cabeza para hacerle entender que yo estaba allí y que no iba a tocar a mi amiga.
Cuando me giré, Tere ya no estaba. Escuché a Oli de fondo y me desperté.
–¿Estás bien? –Me preguntó tocándome la frente.
–Si.. es solo que. –Me incorporé. –Estaba con Tere en el cuadro otra vez. Pero no soñaba con ella, estaba con ella. ¿Me entiendes?
–Gnosis…
–Eso he dicho yo. Pero la he controlado, he hecho mío el ambiente y he controlado a Tere, al cuadro y todo.
–Eso es que tú puedes, quizás lo tengas dentro y no venga de fuera. Quizás es bueno Marta.
Estaba un poco nerviosa y ella debió notarlo, giró mi cara y la rozó con la suya pidiendo permiso para besarme. Evidentemente se lo concedí y nuestros labios volvieron a unirse. Muy lento, muy suave. Empezaba a reconocer sus besos como una especie de salvación y de paz interna que siempre había estado ahí pero que yo nunca había experimentado. Era como estar en casa.
Volvió a acurrucarse y se quedó dormida entre mis brazos. Olía tan bien que me hacía descansar.
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Akelarre
General FictionEn una ciudad de Galicia, tres amigas comparten el mismo secreto. Quieren cambiar su vida, quieren ir más allá. Todo cambia a partir de una experiencia paranormal de Marta, que convencerá a todas las demás para empezar a vivir una vida totalmente di...