Parte 2: Un Sigilo

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Olivia llegó hacía tres años al instituto, venía trasladada por un caso bastante fuerte de bullying. Sin duda, su personalidad misteriosa, su actitud fuerte y su presencia tenebrosa era un reflejo de maltrato y depresión mezclados con una manera de ser alternativa y diferente que podría causar cierto rechazo en las masas alineadas de los institutos. Yo la veía como una suerte de antiheroína que hacía lo que le daba la gana y se cubría con una capa muy profunda de ironía y cinismo.

De las tres, ella era, sin duda, la más inteligente y perspicaz. Su mente era curiosa e inquieta y en cuanto llegó supe ver que sería una persona que iba a llenarme.

Cuando Olivia llegó al instituto me contó prácticamente en la primera conversación que era lesbiana y que el acoso de sus anteriores compañeros se había hecho más intenso después de salir del armario de una manera completamente abrupta y forzada. Venía de un pueblo, y los pueblos pequeños a veces pueden ser complicados para gente como yo o como Olivia. A veces sí, otra no, depende de lo llano que esté el camino de la comprensión.

A pesar de que podía parecer una rebelde sin causa, realmente no lo era. Olivia sacaba notazas, era responsable y tenía una relación con sus padres muy intensa y cercana. Quizás por eso, se esforzaron al máximo por ella y en cuánto lo empezó a pasar mal no tardaron ni un mes en coger los petates y largarse a la ciudad. El dinero y la posición social también ayudó, pero el amor hizo el resto.

– Un sigilo es una especie de runa de protección o un símbolo de un ente, demonio, ser... Bueno, lo que sea. – Nos aclaró amablemente con una media sonrisa. – ¿Me dejas verlo? Estas mierdas me encantan.

Le tendí el colgante, o el sigilo, o lo que fuera aquello y ella lo cogió mirándolo con su clásica cara pensativa.

– No tengo ni idea de qué tipo de sigilo es, pero lo podemos arreglar luego con una búsqueda en Google.

– Yo no estoy ni un poco interesada en movidas mágicas y satanistas, ya os lo digo.– Intervino Tere moviendo las manos de manera expresiva.

– Pues Tere cielo, el que niega la magia... se niega a sí mismo. – Le contestó Olivia burlándose de ella.

– Va, al menos así tendremos conversación para un rato. – Les dije yo a las dos mientras apagaba la colilla con el pie.

Zanjamos esa conversación entrando en clase de la manera más tranquila que podíamos, de hecho, íbamos tan tranquilas que habitualmente la profesora o profesor solía ir detrás de nosotras metiéndonos prisa por empezar. Para mí, las clases de segundo de bachiller eran casi peores que las de primero. Todas empezaban como terminaban, todas tenían el mismo destino y todo el curso era una previa a un examen que duraba apenas dos días para una carrera que luego no sabías muy bien si te gustaría, si la terminarías o si al terminarla tendrías que metertela sutilmente por algún orificio. Tenía gracia, todo este esfuerzo y este aburrimiento para hacer un puñetero examen con dos opciones. Qué basura de sistema.

Las clases pasaron sin pena ni gloria, como todas. Filosofía era la única que despertaba un mínimo de interés en mí, todo lo demás: paja.

Habitualmente me reprochaba haberme metido en artes, si yo no pinto bien, si odio hacer esculturas, para qué narices me habría metido en artes ... ¿Tan especial me había creído a lo largo de la ESO? Ahora la realidad me azotaba en la cara. El caso es que tampoco me veía en ningún otro sitio, así que aunque el pensamiento aparecía de vez en cuando yo lo dejaba pasar como el que deja pasar el aire por una ventana entornada.

Me ausenté para ir al baño durante uno de los descansos mientras mis amigas iban hacia la cafetería del instituto para pedirse un café para llevar y tomárselo tranquilamente en el patio. Hoy no llovía, cosa rara en Galicia en Otoño, habría que aprovecharlo. Cuando entré en el baño la imagen de Virginia lavándose la mano me dio en toda la jeta dejándola probablemente del color de la pared. Hasta en la sopa.

– Hola. – Me dijo al pasar detrás de ella para meterme en uno de los cubículos.

– Ei. – Le contesté.

– Podríamos hablar las cosas y volver a ser amigas. Queda mucho curso y estar de este mood es depresivo.

– O podríamos ignorarnos y dejar que el tiempo corra, cree una capa gruesa de indiferencia y dejemos de hacer el gilipollas. No recuerdo haber sido nunca tu amiga.

– Joder Marta...

Cerré la puerta sin darle derecho a réplica. No me apetecía ni seguir escuchándola ni seguir viéndola.

Mientras meaba, un olor a carne quemada se coló en mi nariz. De repente, y sin poder darle una explicación, comencé a sentirme angustiada, con mucho calor pero frío a la vez, una sensación horrible y similar a la fiebre.

Al salir, me miré al espejo y detrás de mí, a través del reflejo, pude ver como pasaba por mi lado la figura de lo que parecía una sombra alargada. Me giré. Nada. Volví la vista hacia el espejo, y justo en ese momento reventó en mil pedazos como si alguien hubiera tirado un ladrillo contra él.

A pesar de que no era una persona necesariamente impresionable, aquello me acojonó sobremanera y obviamente salí por patas como alma que lleva el diablo. En mi carrera por los pasillos, todo desapareció y mi única intención era llegar cuanto antes a la cafetería.

Entré sobresaltada, y por algún motivo quise evitar la conversación sobre lo que había pasado. A pesar de que Tere me miró interrogante y Olivia me preguntó que porqué venía corriendo, lo achaqué a mi encuentro con Virginia y evité hablar de lo que me había pasado en el baño. Me invadió el terror a que nadie me creyera y pareciera una zumbada, todavía más. 

– Bueno, mientras corrías la maratón, he estado dándome una vuelta por esta web. Olivia me enseñó la pantalla del móvil que tenía un montón de imágenes que rezaban "Los 72 Sigilos de Demonios..." Ahí me quedé, retiró el móvil.

– Aquí tu colega, y a pesar de que le he pedido que no varias veces se está dando una vuelta por no sé que web de satanicos.com o algo así. – Intervino Tere mientras me daba mi cortado para llevar.

Yo me reí ante las ocurrencias de Olivia.

– Me pareces adorable, real. Pero no creo que tengamos aquí en nuestras manos un poderoso símbolo de la Iglesia de Satán.

– Pues yo creo que sí, ¿no es este? – Me enseñó la foto de un dibujo que era exactamente igual que el colgante que me había dado la vieja de la parada.

– ¿Astaroth? ¿Y quién es ese? – Dije mirándola.

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