Te protegeré

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Pedro conoció a Manuel a una temprana edad. Su padre trabajaba en la capital de Chile, y se mudaron cerca de la residencia de su familia.

Manuel a sus cortos años era más bajo que Pedro, quien fue el primero en acercarse a él, por ese motivo es que recibía constantes insultos o burlas de pequeño, algo que Pedro nunca toleró, metiéndose por tanto, en diversas peleas con sus compañeros de escuela.

El menor de ambos era muy tranquilo, reservado y muy bien educado, por eso es que desde un inicio nunca mostró alguna señal de agresividad o violencia.

Pedro siempre le decía que algunas veces los problemas no se resuelven solo hablando, porque hay ciertas personas que solo entienden a puñetazos, no obstante, en todos los años de conocerlo, Manuel jamás lo puso en práctica.

Quizás por todo lo vivido con él, es que todavía no se terminaba acostumbrando a la idea de verlo golpeando a Francisco.

Pedro había estado observando y escuchando la conversación entre su amigo y el ecuatoriano, muchas veces quiso pararse y plantarle un puñetazo a Francisco, pero se contuvo porque no se encontraban solos, su hermana y su amigo estaban allí. Ellos eran personas sensatas y nada violentas.

No obstante, la expresión de su amigo iba cambiando conforme pasaban los minutos, Pedro tardó en descifrarlos, y solo al final supo que verdaderamente Manuel se había enojado.

— ¡Pedro!¡Pedro!

Después de rememorar situaciones de su pasado, reaccionó al presente debido al zarandeo de su hermana, ella se veía asustada y desesperada.

El giró para atenderla.

— ¡Sepáralos por favor! ¡Francisco no ha hecho nada malo, ni siquiera se está defendiendo!

Pedro volvió a ver la pelea y era cierto, el único que golpeaba al otro era Manuel, Francisco por su parte, dejaba hacerse sin soltar algún quejido del dolor, como si esperara ser molido a golpes.

"¿Es idiota?"

— ¡Pedro, por favor! ¡Ayuda a Francisco!

Su hermana lloraba de la frustración por no poder hacer nada, rogándole que termine la pelea.

Pedro desvió su mirada de ella para volver a su amigo y a Francisco, se acomodó mejor en el sillón y se cruzó de brazos.

— ¿Por qué lo haría? Se lo merece.

El rostro de Itzel se veía totalmente desconcertado por su respuesta y acción. No podía ni parpadear.

— Alguien debía ponerlo en su sitio, y quién mejor que Manuel. —se encogió de hombros.

Itzel horrorizada dejó de insistirle diciéndole que era un idiota y desesperada tomó su celular, yéndose hasta la puerta con el fin de hablar mejor.

Itzel horrorizada dejó de insistirle diciéndole que era un idiota y desesperada tomó su celular, yéndose hasta la puerta con el fin de hablar mejor

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