20. Día de la madre.

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—¡Ya nos vamos!— Grité.

El ruido de la ducha se detuvo por unos momentos mientras salíamos del departamento. Tome a Miri de la mano y salí corriendo a la salida del edificio. Nos reímos cuando escuchamos desde lejos el grito de Rei a nuestras espaldas.

—Papi debe estar furioso.— se río la niña.

Asentí, cuando salimos del edificio, empezamos a caminar con calma por la acera de la calle. La guardería quedaba cerca, así que caminando no tardábamos mucho. En el camino, Miri me empezó a hablar de lo que tenían preparado para las madres. Un baile, un regalo, un poema, etc.

—¿Estas muy feliz, Miri?

—¡Si, mucho!

Sonreí, me alegraba verla así. Sus hermosos ojos saltones brillaban de ilusión.

Ya habíamos llegado a la guardería, las madres entraban con sus hijos a las puertas que se mantenían abiertas. Justo se acerco unas madres con sus hijas.

—¡Miri!

Miri recibió el abrazo con cariño y se le sumo la otra niña. 

—Buenos días.— Saludaron las madres.

Levante la vista y sonreí.

—Buenos días.

Las niñas se fueron corriendo dentro de las instalaciones educativas, dejándome con sus madres.

Empezamos una conversación, y no tardamos en volvernos amigas. Una era una señora de 34 años con tres hijos y un marido. La otra tenía 22 años y tuvo un "Accidente" que al final le empezó a gustar más.

Cuando me toco contar mi historia de como tuve a Miri, mire a un lado y me sorprendí de ver un pelinegro con el ceño fruncido y cara de pocos amigos. Se acercaba a paso lento, pero por sus piernas alargadas llegaba bastante rápido. Sus pasos resonaron en el piso.

Tenía un traje negro formal y una coleta alta en su cabello. Hice una mueca de indignación, mientras las otras dos madres me preguntaban.

—¿¡Que haces aquí!?

—Te dije que iba a venir.— Se encogió de hombros.

Fruncí el entrecejo.

—Te dije que solamente pueden venir las madres.

—Y yo te dije que soy la madre.

—¡Que mentiroso! ¡Nada más lo dices para venir!

—Es porque adoro a mi hija.

Alce una ceja, incrédula.

—¿Ah si? ¿La adoras tanto? Si es así, entonces seguramente no te importe cuando agarre tu CD de edición especial de Zelda of mastery.

Frunció aún más su ceño.

—Eso pensé.— Sonreí.— mejor regresa a casa, querido.

Me acerque y tome su corbata que estaba bien arreglada bajo su chaqueta. Lo jale y plante un beso en sus labios. Un murmuro a mi alrededor me hizo caer en el presente.

—Regresa a casa, hay comida en el refrigerador y...-

—Me quedare.— Aseguró.

Bueno, el es un terco.

Bufé y me di media vuelta, dándole la espalda. Le sonreí a las madres quien estaban embobadas mirando al hombre detrás de mi.

Por eso no quería que viniera.

—Bueno, ¿En que estábamos?— Llame su atención.— Oh si, soy su madre adoptiva.

Sonreí, las madres empezaron a entrar en las instalaciones. Me adelante y los pasos se escucharon detrás de mi.

Rei Suwa - Buddy daddiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora