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HUELE A TRISTEZA


El corazón le latía con fuerza, estaba mordiéndose los labios de lo nervioso que estaba, tratando de tranquilizarse. Solo podía sentir el viento acariciarle el cuerpo, sumido tanto en sus pensamientos, ignorando al mundo, ignorando todo a su al rededor.

Dudando si seguir ahí o no.

El Argentino ya se había tardado, y la parte intrusiva de los pensamientos de Guillermo estaba jugándole mal de nuevo. El silencio también es una respuesta.

¿Verdad?

Ahora le dolía el corazón.

No podía reclamar nada, ya era tarde, y tampoco iba a obligar al más bajo a hablar con él si no lo deseaba, pero prefería simplemente que le hubiese dicho, revisando la pantalla de su celular una, tras otra vez. Con el mismo resultado, ninguna señal. Suspiró y dándose la vuelta lentamente avanzó hacia la salida, sería a la próxima.

— ¡Ni te atrevas a moverte de ahí!

Se congeló en su lugar, temiendo voltear.

— ¡Así es! ¡Te estoy hablando a vos! — volteó lentamente, encontrándose con un Lionel saliendo de una angosta puerta de un rincón escondido.

El mexicano frunció el ceño.

Lo vio acercarse, con la respiración acelerada, los cabellos desordenados y un ligero sudor en su frente. No podía apartar sus ojos de una criatura tan bella.

— ¿Estás bien? — preguntó, tomando muy suave y delicado al más bajo— Parece que corriste un maratón para llegar aquí.

El Argentino seguía tratando de recuperarse.

—No, si supieras lo que tuve que pasar— suspiró— Por la luna.

De pronto, el moreno se sintió avergonzado.

— Si no podías venir me hubieras avisado— se encogió en su lugar— Lo hubiese entendido, además de que ya es tarde.

Lionel frunció el ceño, de nuevo estaba esa expresión que le irritaba y lastimaba. No quería ver esos ojos tristes en el mexicano nunca más.

— ¿Qué te pensás? ¿Qué es más interesante estar de panza tirado en mi pieza a estar aquí con vos?— lo miró fugazmente— Na, loco.

Guillermo estaba más que sorprendido, el mismo Argentino lo estaba de sus palabras. Jamás había dicho algo como eso. Sólo se quedaron ahí, sintiéndose nerviosos entre sí.

El moreno no sabía exactamente cómo comenzar a hablar, salió tan rápido como pudo, que se olvidó mínimo de pensar en cómo soltar todo lo que su garganta y cerebro tenían atorado. Se regañaba internamente mientras se acomodaba los rizos. Por suerte, el más bajo parecía estar cómodo, pues no le notaba algún signo de incomodidad y, su aroma seguía siendo dulzón. El argentino, tampoco sabía qué decir o qué hacer, el había sido el citado, recordando como momentos anteriores tuvo que rodear casi todo el hotel para poder llegar allí, ya que al bajar a la planta baja se encontró con muchos jugadores, obviamente reuniéndose después de los partidos.

Por un momento pensó en cruzar como si nada, pero había recordado que, la campera que traía puesta no era suya y aquél característico logo mexicano no iba a ser ignorado.

Huele a tristeza | Ochoa x MessiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora