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HUELE A TRISTEZA



Bien, la palabra herido, destrozado y todo lo malo no bastaba para definir el cómo te sentía, el cómo se sintió.

Su omega estaba molesto y evidentemente herido, una parte de él le gritaba que había sido engañado, y la otra trataba de buscar alguna excusa para que el moreno no se hubiera aparecido, sin dar alguna señal y todavía sin darla. No sabía que esperar, tampoco sabía disimular lo fastidiado, lo mal que se sentía, había estado por horas esperando, sintiendo como el viento le acariciaba el cabello, y como su corazón poco a poco iba cayendo en una angustia inminente.

Así que solo le quedó regresar a su habitación esa noche en la madrugada, con el corazón en la mano, hundiéndose en las sábanas que recién se daba cuenta que estaban frías.

Había visto a varios de los compañeros del moreno pasearse por el hotel, pero ninguno parecía decirle algo y él tampoco había preguntado. No sabía cómo y mucho menos estaba seguro de hacerlo puesto que ya no se sentía tan seguro.

Lo que sí había oído era que iban a quedarse al parecer unos días más, no pudo evitar escuchar la conversación de los dos alfas que se había encontrado en el baño esa noche. Sin embargo, el tono preocupón y entre raro le hacía fruncir el ceño cada que recodarba algo así. Estaba tumbado en la cama, quedaron como equipo salir esa noche a cenar antes de tener los próximos partidos, ya estaba vestido, esperando a los demás.

Se le notaba que algo le pasaba a kilómetros.

Y no tenía las fuerzas suficientes como para fingir con sus compañeros, no sentía ánimo siquiera de levantarse. Se sentía como si una gran gripe le atacara en cuerpo, débil y sin fuerzas. Y eso no podía pasar desapercibido por sus compañeros quienes no sabían de qué manera preguntar. Además, al igual que él, no sabían cómo hacerlo.

— Che, ¿vos ya esta-

Dibu entró a la habitación sin tocar, notando a la estrella del equipo desparramada en la cama y oliendo sumamente agrio, arrugó la nariz.

— Lio, ¿Te sentís bien?

El mencionado resopló.

— Joya — bufó, escondiendo la cara en la almohada.

Dibú no era ningún estúpido, se daba cuenta de todo y ese cambio de actitud no era una excepción. Así que lentamente se sentó en el colchón, casi con miedo de ocasionar una mala reacción en el otro. Sólo se quedó sentado ahí.

— ¿Sigues acá? — volteó un poco el rostro para verlo— No me pasa nada, estoy bien.

Dibu carcajeo suave. O al menos hizo el intento.

— Yo no pregunté si algo te había pasado— Lionel se mordió los labios, mirándole enojado— Ya, me callo, pero ya vení, que nos vamos además de que ya es tarde.

El más alto salió de la habitación, cerrando la puerta detrás de sí, encontrándose con toda la selección albiceleste afuera, quienes lo veían curiosos. El arquero sólo optó por suspirar y negar levemente.

— Dale, Florencia, ni eso podés hacer — Enzo dijo, bufando.

Dibú le miró mal, ofendido.

— Hacelo tú, y si salís mínimo con una patada en la cara lo hiciste bien— le pegó un zape— Che, usá la cabeza, si alguien se siente deprimido no vas y preguntás, " ¿Estás deprimido?, contame por qué estás deprimido para decirle a los demás". No, pedazo de pelotudo.

De María solo negó.

— Vámonos, hay que darle su espacio. Decile que lo esperamos abajo.

— Tenés boca también.

Huele a tristeza | Ochoa x MessiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora