-¿Alguien me puede decir dónde nació el reconocido autor Nathaniel Hawthorne?- Preguntó el señor Gómez, esperando que una docena de manos se levantaran.- ¿Nadie? ¿Qué tal usted señorita Vega De Paula?-Dijo mientras clavaba sus ojos en la muchacha que estaba sentada al fondo de la clase.
Ella se bajó un poco los lentes de sol, le dio una mirada de arriba a abajo al profesor que seguía esperando su respuesta, reventó una burbuja de chicle que hizo con la boca y dijo -No sé y la verdad no me importa.
-¿Disculpe?-Dijo el señor Gómez asombrado.
-No sé y no me importa.-Dijo la muchacha lentamente mientras recorría con una mirada de desprecio al profesor que la miraba boquiabierto.
A Bianca Vega De Paula le había dejado de importar las clases hace mucho tiempo, y un mediocre profesor que pasaba por una "midlife crisis" no iba a cambiar eso. Esta "niña de papi" de 18 años que acababa de entrar a la universidad, no tenía otro interés diferente a estar en la punta de la pirámide social, costara lo que costara. Se ayudaba de muchas cosas; pelo rubio, cara de modelo, curvas, caderas, un estomago plano y piernas tonificadas, todo resumido en 1 metro y 68 centímetros. Todo esto estaba acompañado de un perfecto guardarropa de diseñador, una actitud asesina, un séquito de seguidoras y un novio tan aparentemente perfecto como ella. Lucas destacaba al instante igual qué Bianca, su piel ligeramente morena, una brillante sonrisa y músculos perfectos; pero no había mejor ejemplo de que las apariencias engañan, porque aunque Bianca era su novia públicamente, él era el don Juan de la universidad y todas las niñas desde ligeramente bonitas hasta súper modelos conocían su cama.
De su grupo de seguidoras siempre se destacaría Julieta, que estaba con Bianca no por cariño o amistad, si no por celos. Pensaba que eventualmente a ella la querrían tanto como a su "mejor amiga", que tal vez algo de su popularidad se le podría pegar. La gran parte de su tiempo lo gastaba en Bianca; su ropa, su café, sus redes sociales y otras cosas "importantes", y lo que quedaba del día lo pasaba pensando un poco más sobre ella. Tenía que tener una copia de todo lo que ella tenía, desde ropa hasta medidas, y se podría llegar a decir que su obsesión ya rayaba con lo enfermizo.
Después de la pequeña escena qué hizo con el señor Gómez, Bianca se dispuso a ir a clase de arte, era su clase favorita y al mismo tiempo, la que más odiaba. La daba la señorita Hurtado, una mujer alta, delgada y con pelo largo y lacio, era perfecta a ojos de sus estudiantes y su clase siempre era entretenida. Por eso Bianca la odiaba tanto, durante las dos horas que duraba su tortura, nadie le ponía atención a ella, solo a la profesora, y esto le enojaba mucho. Se sentó en su puesto habitual, sacó su cuaderno y dibujó improvisadamente una flor. Pero también sintió una fría mirada apuntando a su nuca.
Volteó la cabeza y busco entre los otros estudiantes por alguien que la estuviera mirando, pero no vio nada, nadie miraba en esa dirección ya que todos estaban tomando nota del trabajo que debían presentar. Entonces se fijó en las sombras y pudo ver un par de ojos brillantes que destellaban al fondo del salón de clases, eran pequeños, oscuros y muertos. Decidió ignorarlos y seguir con su dibujo. Estaba quedando ligeramente irregular, y se volteó a mirar a Lucas que estaba concentrado en los senos de su compañera, mientras que ella se divertía haciéndole ojos y jugando con su pelo. Bianca pudo sentir la ira esparcirse por su cara, igual que el carmesí en sus mejillas. Lucas era un desgraciado y lo peor era que ella lo sabía. Ella sabía cómo, cuándo, dónde y con quién se iba acostando su novio, tenía un par de contactos en el bar donde a él le gustaba ligar y meticulosamente pensaba en una mentira para embarrar la reputación de la pobre ingenua de turno, fuese quien fuese.
Después de clases se fue a su casa en su bonito Mini Cooper rojo, que su papá le había regalado por entrar a la universidad, se abrochó el cinturón, se miró en el espejo retrovisor, puso música en el radio y aceleró a fondo. Pensó en todo lo que podía hacerle a esa perra por coquetear con su novio, pero decidió dejarlo para cuando se acostaran. En el retrovisor vio una camioneta negra que llevaba siguiéndola un par de cuadras y decidió ignorarla un tanto más, pero se empezó a preocupar cuando habían pasado más de veinte minutos y la camioneta seguía detrás de ella, a una distancia considerable para que una persona promedio la ignorara. Pero Bianca había quedado muy preocupada después de clase de artes, así que había estado dando pequeños vistazos hacia atrás todo el día, y notó varias veces a un hombre con capucha negra alrededor.
Llegó a su casa, que era en el mejor barrio de la ciudad, rodeada de otras casas igual de grandes a la de ella, llena de costosos carros, pinturas y gente. Era un barrio con poco crimen, pero con muchos chismes; se sabía que la mujer que vivía al frente estaba pasando por un terrible divorcio con su esposo ya que él le fue infiel, o que la hija del senador que vivía a tres casas estaba embarazada a los dieciséis años, e incluso que la viuda Espinosa, que vivía en la otra cuadra era la verdadera asesina de su multimillonario y difunto marido, y que ella había seducido al investigador a cargo para salir ilesa por el crimen. Era un barrio millonario, con mentiras, con chismes y perfecto para Bianca, era como ella.
Su casa era enorme. Tres cuartos principales, dos de invitados, dos estudios, una cocina gigante, todo un apartamento para las tres empleadas, una sala y un comedor enorme, una piscina olímpica, un jacuzzi y candelabros por toda la casa. Era de estilo colonial, pero completamente remodelada, con cuadros, lámparas, alfombras, electrodomésticos, estatuas y hermosos adornos. El mejor cuarto para Bianca era el de ella, paredes decoradas con afiches, cartas, cuadros y sobretodo espejos, una cama tamaño king, un ventanal gigante donde podía ver toda la ciudad, un clóset enorme y un gran baño con tina, zona de maquillaje y peinado, un escritorio con el último Mac y un televisor de ciento veinte pulgadas que cubría la pared. Y en una esquina, oculto como había un pequeño atril negro y un estuche.
Fue al baño, se quitó el maquillaje, se puso un pantalón de sudadera y una camiseta que solía ser de Lucas y de la cual ella se había adueñado y se dirigió a la esquina del cuarto. Levantó el pequeño estuche negro, lo abrió y sacó el brillante instrumento de madera, tomó una bayetilla blanca que estaba perfectamente doblada dentro de uno de los bolsillos del estuche y lo limpió, junto con el arco que lo acompañaba. Las tensas cuerdas del instrumento hicieron pequeños y agudos chirridos cuando Bianca pasó su dedo de arriba a abajo, tomó el arco y lo acercó a su amado violín, y pequeños hilos de música empezaron a salir de el hermoso instrumento.
Era una melodía alegre, la sinfonía no. 25 de Mozart en sol menor, el Allegro con brio era vigorizante. Bianca movía su brazo arriba y abajo del instrumento, tomando cada nota que conocía de memoria reproduciéndola a la perfección. La hermosa música llenaba toda la casa de alegría, el suave candor de cada una de sus notas moldeaban el ánimo de la gente alrededor, se sentía la calidez y la felicidad en las hermosas notas ocultas en este instrumento de madera que era manipulado ágilmente por su dueña. Tocada sin error y con un increíble allegro con brio era el orgullo de Bianca, una de sus más trabajadas obras, aunque no la más acertada para su ánimo en momentos como ese.
Terminó la pieza, tomó un pequeño libro que estaba sobre el atril y lo abrió. Leyó un par de notas impresas en el papel, alzó su arco, lo posó sobre las finas cuerdas de su instrumento y lo movió ligeramente creando un hilo de música y alargándolo con otro movimiento de su brazo, seguidos por cortos movimientos para crear pequeños momentos de música. Ella misma se deleitó con el dramático sonido proveniente de su instrumento, amaba esta pieza, la sinfonía no. 9 de Beethoven era una de sus favoritas. Se sentía en cada una de sus notas una nueva emoción que creaban un ambiente venenoso para desconocidos y completamente acogedor para ella. Esta era su pieza, presentando diferentes fases, desde suave y dulce hasta fuerte y violenta en tan sólo segundos. Los ojos de Bianca se centraban en la partitura, pero se podía ver en ellos una inmensa alegría, y estos eran acompañados de otros determinados movimientos en su cuerpo, desde su cabeza hasta sus pies.
Volteó la última página de su pequeño libro y tocó hasta la ultima nota de este, soltó sus hombros, bajó sus dos brazos haciéndolos colgar a ambos costados y liberó una bocanada de aire que no sabía que estaba reteniendo. Siendo consciente del inmenso silencio que había dejado al terminar la pieza tomó su iPod y seleccionó aleatorio. Odiaba la música que tenia en su aparato, toda puesta por Lucas o Julieta, que era más que todo pop y electrónica, carecían ambos de sinfonía, sentimientos o incluso vida, no era distinguible ningún instrumento. Era horrible, una tortura para el educado oído de Bianca y una desgracia para todo artista respetable como Mozart, Beethoven, Vivaldi, Bach o Chopin.
Decidió arrancar los audífonos de su aparato y buscar su pequeño y viejo discman, puso un CD de Vivaldi, presionó reproducir, se recostó en su cama, cerró los ojos y dejó que la hermosa música llenara el vacío que se sentía en su cabeza. Enfocó sus ojos en el color monocromático de su pared y dibujó con su mente pequeños trazos de color formando dibujos concordantes con la música, después vio el negro seguido de la pesadez de sus párpados que eran arrastrados hacia abajo. Y entonces sólo hubo sombras y oscuridad.
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Entre Las Sombras
Mistério / SuspenseLo que comenzó como un plan para llegar a la perfección amenaza con convertirse en su peor pesadilla. Bianca esta a punto de recoger los malos frutos que dio el árbol que ella sembró y su belleza y capacidad de engañar a otros pueden ser su único bo...