XIII - Noche De Susurros

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     Era imposible. Bianca no podía conseguir dos millones de dólares en menos de veinte horas, era sencillamente imposible que una universitaria de dieciocho años consiguiera esa cantidad de dinero en tan poco tiempo. Ni siquiera con la fortuna de su familia podía reunirlo tan rápido; aunque tuviera esa cantidad en su cuenta bancaria necesitaba una autorización del banco de al menos cuarenta y ocho horas antes para hacer un retiro de tal magnitud. Estaban perdidas, ella y Catalina, si no lograba conseguir el pedido de La Bestia. Y ya solo quedaban diecinueve horas.

     Las horas pasaban volando como hojas de árboles en otoño, cada minuto se movía a una velocidad que no podía entender. Ya había revisado su cuenta bancaria y tenía la cantidad equivalente a cuatrocientos mil dólares. Aunque no fuera suficiente, seguía siendo impresionante para los ahorros de una universitaria. Era casi un cuarto de lo que Él había pedido, pero era algo. Más la verdadera pregunta era ¿Sería suficiente para que La Bestia le devolviera Catalina?

     No lo era, necesitaba más y rápido. Pero ¿Cuáles eran las posibilidades de que encontrara millón y medio de dólares regados en su casa? Ninguna. Era casi imposible que encontrara esa cantidad en una vasija de un estante. Más no era imposible que encontrara esa cantidad o más en la tarjeta de su madre, podía sacar el dinero faltante y pagar el rescate. Cuando tuviera de vuelta a Catalina le contaría a sus padres y estos entenderían. Era perfecto, ella conocía la contraseña de una de sus tarjetas, sacaría de a transacciones pequeñas lo que le faltaba y la pondría de vuelta en su lugar.

     Salió de su cuarto caminando sigilosamente, sus padres estaban en la cocina tomándose un café. Fue de a pasos pequeños y en puntillas hasta la puerta del cuarto principal, no tenía el suficiente tiempo para cometer errores. Abrió cuidadosamente la puerta y el agudo sonido que esta produjo hizo que su corazón se detuviera. Un chirrido se había escapado de las bisagras, no era común pero definitivamente era muy mala suerte. Bianca frunció el seño esperando con un fuerte tamborileo en su corazón la  voz de alguno de sus padres. La habían oído, la habían oído y ahora Catalina estaba perdida... por su culpa.

Decidió poner sus pies paralelos al piso, soltar el picaporte y cerrar sus ojos en espera de la tan ansiada pregunta. Pero no se escucharon pasos en las escaleras o voces preguntando y sobretodo, no se sentía la atención de sus padres. No habían sentido el chirrido, muchos dirían que este era un momento de alivio para Bianca, pero no era así. Sus padres no habían notado que estaba a punto de robar casi dos millones de dólares, ahora era invisible. Pero dejó esos pensamiento para cuando cesara la tormenta, volvió a su posición de sigilo y entró a el cuarto, procurando dejar la puerta cerrada para que no se escuchara lo que hacía allí dentro.

Apenas sintió el click del pestillo asegurado soltó su respiración y relajó su cuerpo, no entendía como los ladrones hacían esto todos los días. Y aun con lo riesgoso e inmoral de sus acciones Bianca no se consideraba una ladrona, estaba claro que ella hacía eso por su hermana, no por un par de zapatos nuevos. Fue hacía la cama y vio sobre la mesa de noche la cartera de su madre, dentro de la cual suponía que estaba su billetera. La alzó y abrió, metiendo la mano en esta y palpando en busca del objeto largo y de cuero. Sacó la billetera y se detuvo ante el ataque de sus pensamientos; podía ser por su hermana, pero le que estaba a punto de hacer era todo menos moral. Sacudió un poco su cabeza para alejar las dudas y abrió la cremallera, fijándose en la cantidad de tarjetas que poseía su madre.

Habían al menos quince tarjetas, que se variaban entre débito y crédito. Las más notorias eran la Visa, MasterCard y American Express; todas color negro brillante y con unos pequeños rayones en la zona de la banda. Eran tarjetas muy usadas, pero no se comparaba al desgaste en las de crédito; sospechaba que con un uso más las bandas dejarían de funcionar. Sacó la MasterCard, cerró nuevamente la cremallera y cuidadosamente puso la billetera en el puesto donde estaba. Regresó la cartera a la mesa de noche y caminó dirigiéndose a la puerta, sin sigilo ni problemas, con la tarjeta empuñada en su mano. Y cuando estaba a punto de tomar el picaporte y girarlo este se movió un poco, lo suficiente como para que su corazón pegara un brinco.

Se abrieron solo unos cuantos centímetros, lo suficiente como para ver a su padre al otro lado de la puerta. Corrió en puntillas hasta el armario y se agachó tras la entrada, podía ver las acciones de su padre a través del espejo, más el no podía verla a ella. Se veía la frustración, el enojo y sobretodo la tristeza en su cara, había perdido a una de sus hijas y era entendible las profundas y oscuras hendiduras alrededor de sus ojos. Se levantó de la cama, donde estaba sentado y se dirigió a el baño, Bianca supuso para ducharse. Ella tomó la oportunidad para salir de su escondite y correr hacia la salida, no sin antes ver con un poco de tristeza la puerta tras la cual se había escondido su padre tan solo unos momentos atrás.

Cerró la puerta detrás de ella con el mismo sigilo con la que la había abierto y agradeció que cualquier chirrido que escapara de esta podía atribuirse a el movimiento de su padre alrededor de la casa. Corrió a su cuarto y cerró la puerta con menos delicadeza que la que había implementado minutos antes en la habitación principal. Decidió imitar las acciones de su padre y se dirigió hacia el baño, se quitó su pijama, abrió la llave del agua caliente y dejó que el vapor saliera y se esparciera por el baño. Entró en esta y se quedó parada debajo de la caída del agua, haciendo que sus músculos se relajaran y soltaran la tensión que habían estado retenendo.

Los últimos meses se duchaba por mucho tiempo, entrando en una burbuja de agua y vapor, dejando salir sus pensamientos, sus penas y sus problemas através de sus poros. No pensaba en nada y si llegaba a pensar en algo era en el agua, lo pura, cristalina y hermosa que era; necesitaba agua, era su salida del mundo. Se lavó el pelo y el cuerpo, cubriéndolo de espuma y la atacó el pensamiento de que para ese momento tan solo tenía diecisiete horas para entregar el dinero. Aun faltaba ir a el banco, contar todo, llenar la maleta y entregarla; los segundos pasaban como gotas de agua resbalándose por su cuerpo, no tenía tiempo que gastar en la ducha. No podía quedarse en su casa, en un par de pantalones de sudadera, una camiseta y sacos; tenía que salir pronto, tenía que ir al banco. No había tiempo, nada de tiempo. Tic toc, tic toc Princesa...

Entre Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora