XX - Casa De Muñecas

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Sus ojos se abrieron de repente y la poca luz que se colaba por el tragaluz del baño iluminaba lo único que había visto los últimos días, el mismo cuarto, el mismo baño, el mismo... Todo. Era la tercera vez que se despertaba en ese lugar, todavía desconocido a pesar de que era todo lo que tenía a su alcance en esos diez metros cuadrados. Era también la tercera vez que la drogaban, todas en su forma única; cloroformo, algo en una jeringa y un pequeño platillo de gas.

Sería bastante interesante para alguien que no está bajo los efectos de estos y que seguramente podría ir a su casa a dormir. Despertar cada mañana al lado de su esposa y ver cómo sus dos hijos toman su desayuno entre risas. Trabajar en un monótono pero seguro trabajo y pasar el día frente a un computador. Claro, esta persona también tendría problemas en su vida, pero la simplicidad sería inmensurable al lado de Bianca. Esta persona imaginaria, con una vida imaginaria, igual a la de cualquier otra persona. Roberto parecía un buen nombre, su esposa Cecilia y sus dos hijos Margarita y Esteban. Una familia clase media-alta, una familia con pocos parientes pero felices teniéndose mutuamente, una familia feliz, una familia perfecta.

Bianca acalló los pensamientos que se alojaban en su cabeza haciendo una leve presión en su sien. No existían las familias perfectas, eran un sueño inculcado por los medios para hacernos sentir incompletos, y así recurrir a otros métodos para "alcanzar la felicidad". Probablemente Cecilia fumaba cuando los niños estaban en el colegio y Roberto trabajando. Probablemente Roberto todavía pensara en Esmeralda, la mejor amiga de Cecilia, con la que habría pasado un maravilloso rato hacía un par de semanas. Esteban probablemente estuviera teniendo problemas en el colegio por sus notas y no tenía el valor para contarle a sus padres. Y seguramente Margarita ya estaría enganchada a las drogas recreativas, las cuales probó hacía unos meses en una fiesta. Ninguna familia es perfecta, ni la de Roberto y Cecilia, ni las de la televisión, ni la de ella.

Su familia era como las otras que vivían alrededor, con muchos secretos que se escondían tras las cortinas y se incrustaban en el tapiz. Si se abrieran las paredes, como en una casa de muñecas, todos verían lo que realmente pasa adentro. Verían a Carolina, su madre, desmayada en el sofá de diseñador con un par de cigarrillos apagados en un cenicero en la mesa de café al lado y varias botellas de licor vacías alrededor de ella; de tal palo, tal astilla. Verían a su padre, Eduardo, escondido en su estudio detrás de una montaña de papeles del trabajo, pero en vez de estar trabajando estaría viendo mensajes de su amante en su celular y tendría varias manchas de lápiz labial rojo por toda su cara y su cuello. Catalina estaría en su cuarto, con la puerta cerrada; tendida en la cama en un trance inducido por la cantidad de drogas recreativas que ha tomado, adicta, sedada y completamente sola. Por un lado estarían Rosa y las otras empleadas, deleitándose con la hermosa joyería de Carolina o puliendo la platería, y al mismo tiempo, deslizándola cuidadosamente y en silencio dentro de sus bolsillos. El paradero de Bianca en esa casa de muñecas estaba fuera del alcance de la imaginación de esta. Podía verse en el espejo, sobre una balanza y aplicando con cuidado una capa de maquillaje equivalente a la que usaría un payaso. También podría estar tendida en su cama, con su colección de botellas de vodka y tequila alrededor, pero digamos que por variar un poco no estaría ahí.

Pero en ese momento parecía ser que el único lugar en el que se imaginaría sería en ese pequeño cuarto en el cual estaba viviendo, y en el cual seguiría hasta que La Bestia la soltara, sus padres la encontraran o simplemente muriera. La cantidad de narcoticos que había tomado le habían liberado una monumental cantidad de ideas, acompañadas de una buena porción de imaginación. Seguía tendida en la cama, con la mirada perdida en el techo y sin moverse mucho. Era una escena espeluznante para el observador ajeno, pero para Bianca y para La Bestia era hermosa quietud. Ella estaba en paz; inducida, efímera y finita, pero paz. Algo que no sentía desde hacía varios meses, e incluso antes. La Paz era difícil de alcanzar cuando estaba preocupándose por cómo se vestía, cómo se maquillaba, cuánto pesaba, qué pensarían los demás de ella y otras cosas "irrelevantes". Su vida giraba en torno a estas cosas; estas cosas y su violín.

Extrañaba su violín, a pesar de que no llevaba más de una semana encerrada, si llevaba meses sin mirarlo. La última vez que había tocado fue el día que murió Lucas. No fue un buen día, nada parecido a eso, pero esa era la mejor forma que conocía de desestresarse.

Levantó la cabeza cuarenta y cinco grados, lo suficiente como para ver el mueble en que se guardaban los libros, juegos, películas y discos. El pequeño estante que solía estar vacío debajo del televisor, ahora era invadido por una masa azul decorada, la cual quitaba elegancia al mueble. Parecía tener un listón gris claro, el cual hacia hermoso contraste con el azul de su integridad, además de hacer juego con todo el cuarto. Parpadeó un par de veces para aclarar su nublada vista, pero esta no quería ceder. Levantó un brazo y descuidadamente restregó el dorso de su mano contra uno de sus ojos. Poco a poco la imagen se fue aclarando y empezó a reconocer aquello que se hallaba en ese lugar. Se sentó ayudándose con sus brazos, y el mundo le dio vueltas, llevaba mucho tiempo recostada y el levantarse le causaba mareo.

Dio un par de pasos hasta quedar en frente del mueble, tomó el objeto azul y cuidadosamente lo abrió. Era clásico, de un hermoso color avellana, la voluta tenía un diseño poco convencional pero concordaba perfectamente con el resto. Rozó sus dedos contra las cuerdas, obligándolas a crear un hermoso y atormentador sonido. Era un violín, no era el de ella; pero era perfecto en su propia manera. El arco esperaba a que ella lo tomará en el estuche, así que esta lo hizo. Puso su mentón en la barbada y guió su cuerpo hasta llegar a la posición perfecta para comenzar a tocar. Deslizó su brazo con el arco ilustrando las primeras notas de la melodía, era un clásico y lo había tocado miles de veces. Tchaikovsky, La Suite del Cascanueces, Op. 71a: No. 1, Miniature Overture, Allegro gusto. Era un lugar conocido para Bianca, en el cual se sentía segura y en casa. Y sí, una casa de muñecas, llena de mentiras y dolor, pero un hogar para ella.

Entre Las SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora