Capítulo IV - Rumores

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Rumores

Ya son cinco días, ¿irás tú por él al hospital?

La voz de Mikah, el chófer de la casa me distrae de mis pensamientos mientras observo por la ventana de la sala pensando si debo quedarme o no en este trabajo. Sus ojos verdes me observan con curiosidad, expectantes a mi respuesta. Es inevitable no pensar en los problemas amorosos que me cuenta cada vez que tiene la oportunidad. Es tan sólo un par de años mayor que yo, con una personalidad coqueta y nada de amor propio ya que siempre vuelve donde la misma chica que lo hace sufrir. No sé qué pasa con los hombres por aquí, pero todos sufren por amor.

No han sido días fáciles, Hanna me pidió que me hiciera cargo de todo lo relacionado a su ex esposo y ha sido muy agotador, tuvo un coma etílico que lo tuvo inconsciente por al menos un día entero. Fueros horas interminables de observarlo en la camilla, rogando porque volviera a despertar por el bien de sus hijas. En ningún momento pude parar de pensar en ellas. Lo que vino luego de despertar no fue mejor, ya que durante los días de hospitalización apenas me dirigía la palabra, dándome miradas de molestia como si yo fuera la culpable de lo que le sucede.

Asiento en confirmación— Sí, la señora Prater me pidió.

—Bien, ¿estás lista para ir?

—Sí, vamos —miento. No estoy preparada para verlo, no luego de lo mal que se ha comportado conmigo.

El olor a medicamentos y a limpieza inunda mis fosas nasales mientras espero que me den la autorización para entrar a la habitación del hospital en donde se encuentra esperando que le den el alta.  Mis piernas no paran de moverse con nerviosismo mientras observo a las personas caminar de un lado a otro por el pasillo, algunas ansiosas, otras preocupadas, es más, hasta he visto a un par llorando. Los hospitales son una gran fuente de energía negativa. Pasan demasiadas cosas cada día. Una amable enfermera de cabello corto y facciones cansadas, llega al fin a indicarme el camino para ir donde Sebastian, sacándome de mis pensamientos. El lugar es demasiado grande y temo perderme, soy la peor en cuanto a seguir instrucciones. Es más, me pierdo un par de veces en el trayecto, pero intento disimularlo en cuanto llego a mi destino.

—¿Ya hay especulaciones sobre mí en Internet? —me pregunta él apenas pongo un pie en su habitación. Ya está listo para irse, con su cabello corto alborotado y su prominente barba que me provoca ganas de rasurarla, ya que lo hace ver mayor de lo que es realmente. Me parece extraño escuchar su voz sin molestia.

—No —niego, tomando la ficha clínica que el doctor dejó con indicaciones acerca de los medicamentos que debe seguir tomando. No quiero decirle las idioteces que he leído últimamente, temiendo que pueda molestarse nuevamente y terminar aún más enfermo de lo que está.

—No me mientas, ¿qué han dicho?

Pienso un momento antes de hablar, en las redes han sacado demasiadas conclusiones por el día en que me vieron llegar con él a la sala de urgencias, sin embargo, con la mirada me obliga a contestar— Que quisiste suicidarte, que tienes una enfermedad terminal, que estás bajo una maldición, que extrañas correr y ya no quieres vivir...

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