Capítulo XXXIII - Abrazos desesperados

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Abrazos desesperados


Debo quedarme un par de días más aquí en Alemania —me explica Mick desde la otra línea— Te extraño mucho.

Apoyo el teléfono contra mi hombro para poder terminar de ponerme los zapatos— Sólo han pasado tres días desde que te fuiste y no puedo extrañarte más —me quejo.

Y es en serio, estoy tan acostumbrada a su presencia a mi alrededor que apenas se va siento un vacío inmenso en mi pecho.

Escucho a la distancia una voz masculina nombrándolo, por lo que asumo que debe seguir trabajando y debemos despedirnos, además de que unos golpes en mi puerta me avisan que hay alguien esperando por mí.

—Adiós —me despido, triste— ¿Hablamos más tarde?

—Por su puesto, hermosa. Ten un buen día.

Con una sonrisa atontada me dirijo a abrir la puerta cuando la persona allá afuera parece harta de esperar, tocando sin parar. Mi mandíbula parece querer caerse al piso al encontrarme con Diego frente a mí cargando dos maletas y una brillante sonrisa que ilumina su rostro.

—¡Diego! —exclamo, saltando a sus brazos y comenzando a llorar— ¿Qué haces aquí? ¿Cuándo llegaste? ¿Por qué no me avisaste que vendrías?

—Ya, ya, no es necesario llorar, ya estoy aquí —me dice, dando pequeñas palmaditas en mi espalda— Y en cuanto a las preguntas. Uno, —comienza a enumerar con sus dedos, avanzando hasta el interior de mi apartamento— Vine a vivir contigo, dos, llegué esta mañana y tres, así no funcionan las sorpresas.

Vuelvo a abrazarlo al darme cuenta lo mucho que lo había extrañado todo este tiempo.

—¿En serio vienes a quedarte?

—Por su puesto —comienza a revisar los muebles de la cocina— Eso sí, tendrás que ayudarme a encontrar trabajo y darme alojamiento, pero ya contaba con eso.

—¡Esto me pone tan feliz! —comienzo a dar saltitos por todos lados, escuchando su risa de fondo— ¿Cómo conseguiste el dinero para el pasaje?

Se queda en silencio.

—¡No! ¿En serio saliste con la nieta de esa señora de la boda?

—No sólo con ella, salí con las nietas de todas sus amigas —confiesa, haciéndome soltar una carcajada.

Cuando estuvimos en esa tediosa boda en la que no nos pagaron nada justo antes de volver a Suiza, pensaba que era una broma que aquella anciana mujer le había ofrecido dinero a cambio de una cita para su nieta, ya veo que no lo era.

—Tuve que actuar como hétero por muchas horas, nadie puede decirme que no fue un arduo trabajo.

—Te extrañé tanto —lo abrazo nuevamente.

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