Arin Drakon
El murmullo detrás de mi biblioteca me obligó a dejar mi lectura de lado. Con un suspiro eché mi cabeza hacia atrás y deseé poder desaparecer durante horas sin que nadie perturbara mi paz. Pero esa paz había sido amenazada y destruida en el momento en que mi abuela me obligó a casarme. Hice lo posible para atrasar el encuentro con mi futura esposa y buscar la manera de persuadir a mi abuela para que entendiera que no necesitaba a una mujer a mi lado, pero todo fue en vano. La sorprendente negación de mi abuela cuando nunca se había negado a mis peticiones y la extraña insistencia por parte de mi consejero real. Miré el reloj de la habitación y salí a fuera con una mueca incomoda a presentarme ante la que seria mi prometida, a juzgar por la hora ya debería haber llegado a Ignisville.
-Su Majestad -saludó uno de los guardias algo nervioso mientras hacía una pequeña reverencia.
-Por favor, guíeme hasta donde se encuentra la dama.-dije directo y sin ánimos del encuentro.
Dios. La situación era patética, con mi alta negativa hacia el acuerdo no había ni revisado los documentos que había solicitado con la intención de saber lo máximo posible de la persona que iba a irrumpir mi vida. Podría usar la excusa de que un rey siempre está ocupado con asuntos reales que requerían mi máxima atención, pero sería mentira, había tenido más de una clara oportunidad de leer aquellos informes, pero el simple hecho de abrirlos me hacía ver como si hubiese aceptado la unión, cosa que claramente aún no había asimilado.
Levanté una ceja al ver que el guardia seguía en posición de reverencia. Sus piernas temblaban y me apostaba toda mi fortuna a que no aguantaría cinco minutos más de pie. Le hice un gesto alzando la mano dándole a entender que ya había sido suficiente mientras a la vez le daba una mirada impaciente. Odiaba que hubiese interrumpido mi lectura justo en el momento en el que la trama se estaba poniendo interesante.
-S-su Majestad.- tartamudeó su compañero- Tenemos un pequeño problema con la prometida real.
¿Pequeño? Y ¿Problema?
-¿Qué está pasando?- en mi voz se podía notar un indicio de enfado, todos mis guardias sabían que la paciencia no era una de mis virtudes.
-La señorita no ha podido venir a palacio-dijo tan rápido que me dio lastima el aliento entrecortado del final.
-¿No ha podido venir?-pregunté sarcástico.
No había manera de que la chica no hubiese podido venir, pues yo mismo me había tomado las molestias de enviar un carruaje real a su familia después de que ellos mismos me prometiesen que ella se subiría.
¿Se habría enfermado a último momento?
-De hecho, la futura reina no ha querido venir, que es distinto a no poder.-Interrumpió una voz muy conocida.
Alexander Hastings, mi amigo, mi único amigo desde que tengo uso de razón. Un poderoso duque de Pyrotia y un sobresaliente Flamekeeper. Además de un hombre que causaba demasiada impresión en cualquier lado, su pelirrojo pelo, sus ojos marrones y sus incontables pecas le hacían ver como a un inocente hombre. Inocentes eran aquellos que creyeran que Alexander no podría romper ni un plato. Y ahí estaba, con una sonrisa burlona y con sus ojos más brillantes que nunca a la expectativa de ver a su mejor amigo a punto de perder la cordura.
-¿Qué quieres decir con que no ha querido venir?-bramé arrastrando todas las palabras. A los reyes se nos tenía prohibido hablar de manera irrespetuosa delante de cualquier persona. Con todo el mundo seguía el protocolo, excepto con Alex y en momentos en los que era muy difícil no mal hablar, y esa era una de esas ocasiones.
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Frozen flames.
FantasyTodos sabemos que el hielo y el fuego son elementos totalmente opuestos, y también sabemos que los polos opuestos se atraen... Controlador, temido y ardiente son los adjetivos que describen a Arin Drakon, el rey de Pyrotia. Sabía que como deber de u...