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Crystal Frost

Arin Drakon era exactamente lo que había escuchado e imaginado. Tenía el cabello ébano con abundantes rizos no definidos que le caían encima de la frente tocando casi los ojos. Sus ojos naranjas me miraban fijamente, sin expresión alguna mientras tensaba la mandíbula bien marcada. Su presencia era increíble, ocupaba casi todo el lugar, al lado de su cuerpo trabajado, yo parecía una hormiga.

Ninguno de los dos había hablado desde que quedamos encerrados en su real carruaje. Mis ojos inspeccionaban todo con curiosidad mientras su mirada me seguía.

-¿Cómo te llamas?-se atrevió a romper el hielo desde que nos habíamos visto. Ante esa pregunta alcé la ceja sorprendida, sentí un dolor en el ego y mi orgullo habló por mí.

-Nos casamos en un mes, ¿y no sabes mi nombre? -la rabia podía notarse en mis palabras y aumentaba la certeza de que era un completo idiota, tal y como imaginaba.

-No he tenido mucho tiempo para informarme de la situación, disculpe mi ignorancia.

-Mmm.- Murmuré sin importancia y con ignorancia ante sus palabras. El ambiente estaba cambiando y necesitaba urgentemente salir de ahí.

-¿No me vas a decir cómo te llamas?-preguntó algo duro y tuteándome.

-Por ahora puedes llamarme mi <reina>-sonreí con suficiencia. Aquellas no eran maneras de hablarle a un rey, pero la ira contenida estos días y el orgullo dolido hablaba por mí. Más tarde me arrepentiría, pero por ahora Arin no parecía querer hacerme daño.

Durante unos segundos, pude ver un destello de rabia en sus ojos dejándome helada. En aquellos instantes sus ojos pasaron de ser naranjas a adoptar un color rojo parecido al de la sangre. Esos eran sus ojos originales. La mayoría de las personas teníamos un color de iris diferente al original, pues este solo se manifestaba cuando usábamos nuestros poderes. Pero había una minoría de gente que nacía con el color original de sus iris y no cambiaban al usar la magia.

-No eres mi reina.

-Pero lo seré, así que empieza a hacerte a la idea y a tratarme como a una. Tú querías una reina, pues yo seré tu reina. - no podía dejar de escupir las palabras y hacer énfasis en algunas palabras, no lo parecía, pero estaba realmente nerviosa y eso hacía que hablara sin pensar.

Sus originales ojos volvieron a aparecer, la mandíbula se le tensó tanto que pensé que se le rompería de la fuerza y por instinto bajé mi mirada a sus manos observando las intrusivas, pero pequeñas llamas que se le formaban en la palma. Sin molestarme alcé mi mano y en un movimiento rápido le congelé las suyas. Apagando cualquier rastro de fuego.

-¿Pero qué coño haces?-El que haya usado mi magia contra él lo había enfurecido. No tardó nada en descongelarse las manos y en volver a enseñarme las llamas de sus manos.

La calor que desprendía era sofocante. Si las miradas mataran yo estaría muerta desde hace un buen rato. Una pequeña vena se le marcaba en el cuello mientras lo veía reprimirse intentando no mostrar su verdadero yo.

-Escúchame bien.-inclinó su cuerpo hacia delante, invadiendo totalmente el poco espacio personal que me quedaba- Soy un rey, por lo que soy un caballero y no me gustaría hacerte daño. Pero compórtate, no te quiero personalmente a mi lado. Creo que ninguno de los dos quiere, pero si lo vamos a hacer me gustaría tener a una mujer a mi lado, no a una niña malcriada.

Sus palabras parecían un regaño a un niño pequeño. Hacía tiempo que no notaba la vergüenza apoderarse de mi cuerpo, pero eso no sirvió para que ablandara mi fría mirada de él.

-Si quieres que empiece a ser una mujer, trátame como a una. No puedes tratarme como a una mercancía que tienes por ahí. Merezco un respeto-le sonreí de la manera más inocente que pude- al final, voy a ser la futura reina, tu futura reina.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora