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Crystal Drakon (Frost)

Mis ojos estaban abiertos cuando los primeros rayos de sol se infiltraron por el balcón y quemaron mi cuerpo. Ni si quiera me molesté en apartarme. Estaba agotada pensando. La situación era demasiado tensa dentro de palacio. Parecíamos esclavos. Durante el día anterior, Kael había desaparecido parte de la mañana y mi supuesto padre se había dedicado a instruirnos las normas que habían creado. La más importante; nadie que no fueran él o Kael, abandonan palacio.

Estábamos encerrados. No había escapatoria, todas las salidas estaban bloqueadas por soldados. No teníamos contacto con el exterior, no sabíamos que clase de rumores se esparcían por el país. No me imaginaba la confusión de los habitantes de Pyrotia al ver que las brujas estaban de regreso. Cansada de pensar en algo que no podía controlar por el momento, me levanté y sin esperar a Once me vestí yo misma. Sonreí al recordar lo tarde que me había ido a dormir por culpa de Frosty, el bebé dragón que rescaté. El padre de la criatura parecía estar en deuda conmigo, pues me volvieron a visitar aunque él desparecía por un buen rato. Sinceramente lo agradecía, era más fácil esconder a un bebé que a un dragón igual o más grande que Erela.

Sin querer despertar a nadie, caminé intentando hacer el mínimo ruido y me encerré en la oficina de Arin. Pasé suavemente las yemas de mis dedos por su escritorio y seguí hasta adentrarme en las millones de estanterías con libros que tenía. Su propia biblioteca. Entrecerré los ojos al ver una colección de novelas románticas y sonreí imaginándomelo leer lo que él llamaba <<cursiladas>>. Subí un par de escalones de la escalera que tenía y me deslicé buscando los libros de historia de Pyrotia. Si la magia negra había vuelto, debía de estar al tanto de cómo funcionaba. Podría encontrar algún hechizo y ayudar a Once a controlar su poder. Cualquier dato no conocido ayudaría.

De los cinco primeros que escogí, ninguno tenía información relevante. Todo lo que contenían ya lo sabía. Maldecí y cogí otro libro. Alguno de aquella inmensa biblioteca debería servirme. Suspiré cuando empecé a estresarme pero no me rendí, bajé de las escaleras y me encaminé hacia otro estante.

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-El amo solicita su presencia en el salón, mi señora.

-¿Amo?-pregunté abriendo los ojos. Estaba en mi habitación después de haber intentado leer los libros de Arin. Cuando noté que los sirvientes se levantaban para empezar a trabajar, volví a mi habitación sin que nadie lo notara.

-El señor Edward me ordenó llamarlo de esta manera, a él y al futuro rey.- evitaba mi mirada asustada.

¿Edward? Así se llamaba el infeliz de mi progenitor.

-Once, la única persona que te puede dar órdenes aquí soy yo. Soy la reina, mi palabra es la más importante. Si el imbécil de Edward te dice algo, me encargaré yo misma de que nadie olvide su lugar en esta casa.

Ella asintió con un pequeño brillo en sus ojos. Sonreí al verla pero borré mi sonrisa al instante. Clavé mi mirada en mi propio reflejo en el espejo. Un vestido rojo cubría todo mi cuerpo abriéndose justo en mi pierna derecha. Mis labios estaban pintados del mismo color y mis ojos estaban llenos de un torbellino de emociones negativas. Dejé mi cabello caer en mi espalda y me coloqué una pequeña tiara en la cabeza del mismo color que los ojos de Arin.

Sin esperar a mi compañera, me encaminé hacia el salón donde requerían mi presencia. Todos estaban reunidos en la mesa. Mi abuelo y Espelth estaban juntos de espalda a mí, Edward enfrente mío en el centro de la mesa. Y Kael, en el sitio de Arin. Este último- al igual que todos- soltó un suspiro al verme. Apreté los puños al verlo recorrerme el cuerpo entero con su mirada, lo veía todo rojo y me obligué a no perder los estribos.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora