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Crystal Frost

Me gustaría decir que las palabras que Arin escupió aquel día fueron consecuencia de un enfado inexplicable y que a las horas cambiaría de humor, como el buen bipolar que me había demostrado ser. Pero no pasó, el castigo sin sentido que me había impuesto seguía en pie. Varios días después.

Por orgullo ninguno de los dos le había dirigido la palabra al otro. Desayunaba él solo al levantarse tan temprano y las comidas que compartíamos eran silenciosas, a no ser que Espelth hablara.

Solo había podido salir con esta última para decidir los últimos detalles de la boda. Era una mujer curiosa, de vez en cuando la encontraba mirándome fijamente, como si intentara ver a otra persona a través de mí. Me había insistido bastante en que le contara anécdotas de mi familia, me pareció extraño, pero era la única persona con la que podía mantener una conversación de más de cinco frases, y una conversación que no acabará en pelea.

Tuvimos un pequeño choque "cultural" al decidir el vestido de la boda. No es que tuviera demasiada emoción para casarme, pero si que quería tener un vestido a mi gusto. Al fin y al cabo, ¿era mi propia boda, no?  Tenía todo el derecho del mundo a exigir las cosas como a mi me gustaban. Además por extraño que me parecía, Arin no se había demostrado nada disgustado cuando Espelth le comentó que me había decidido casar de blanco. Sabía que las reinas que había tenido Pyrotia, se habían casado con un magnífico vestido rojo digno de una monarca.

No pude resistirme. El rojo no era mi color, no era yo. Cuando vi aquel vestido blanco con destellos azules en la parte baja no pude resistirme, a pesar de la explicación de la señora Drakon acerca de la tradición de los vestidos rojos. Cuando me lo probé, sabía que me iba a casar con aquel vestido. Era ese o ninguno.
No me costó convencer a Espelth y agradecí que Arin no hubiese puesto resistencia. No soportaría otra discusión, por estúpida que fuera.

Me encontraba acariciando las alas de Erela mientras le explicaba como me sentía. Parecía imposible, pero me entendía a pesar de que solo me respondía con resoplones o lanzándome corazones de fuegos cuando la elogiaba.

-Te estaba buscando.

Grité del susto y Erela se puso a la defensiva. Cuando vio a Alexander riéndose se relajó y volvió a apoyar su cabeza en el suelo. Yo me reí nerviosa y lo miré.

-Vamos.

-¿Qué?

-Que nos vamos, guapa.

-¿A dónde?-pregunté divertida, no iba a negarme. Alexander parecía una buena compañía y yo deseaba salir a tomar aire fresco y no ver a simples soldados.

-A celebrar tu despedida de soltera. Te casas en dos días guapa.

Sonreí, la boda se había adelantado un par de semanas por razones inexplicables. Alexander había estado visitándome durante estos días, y a pesar de que siempre había estado acompañado del inexpresivo de su mejor amigo, había conseguido que me sintiera algo mejor.

-Debo de cambiarme.

-Vas bien así. - Se acercó a mi y me cogió de la mano.- Démonos prisa antes de que el verdadero dragón se entere de esto.- Supe al instante que se refería a Arin, y no solo porque se apellidara Drakon, si no porque de alguna forma retorcida parecía un dragón.

Con silencio y como si fuésemos niños de cinco años a punto de hacer una travesura, nos escondimos y con pasos silenciosos y risas entrecortadas, conseguimos pasar desapercibidos de los soldados y salimos del castillo.

Sonreí cuando los rayos de sol me dieron en la piel y seguí emocionada a Alexander. No podíamos pedir un carruaje real así que tuvimos que caminar. Era un camino bastante largo pero Alex - que me había pedido que lo llamara así- no se callaba. Me contó miles de anécdotas que había vivido y me sorprendió escuchar las buenas historias que tenía con Arin.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora