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Crystal Drakon (Frost)

Las palabras no me salían. Todo alrededor parecía estar callado a pesar de observar las bocas moviéndose. Mis ojos no se movieron del hombre de ojos azules, no era mi padre. Me negaba a verlo como a un padre. Yo solo tuve a una madre. Durante toda mi infancia sentí la ausencia de mi progenitor e incluso odié haber nacido en una familia maldita. Pero con el paso del tiempo acepté la falta de su figura. Sin querer opinar sobre la bomba de información que me había caído, ayudé a mi abuelo a levantarse y sentarlo en una de las sillas más cercanas. El hombre de ojos azules se acercó a Kael y le tendió su capa mientras se ponía cómodo, como si estuviera en su casa.

Estábamos retenidos, los cuatro de nosotros, observando en silencio a los dos hombres que se habían colado en palacio. Que habían conseguido de alguna manera -que sospechaba que era a base de magia negra, aunque se suponía que ya no había más- poner a los guardias de su lado. Y entonces me di cuenta, Arin no había vuelto. Había visto a varios soldados e incluso me había parecido ver pasar a Henry. Me armé de valor y aunque ya temía la respuesta, dije:

-No sé qué pretendéis, pero cuando Arin venga os va a matar.

Mi supuesto padre miró a Kael quien evitaba mirarme y estalló en risas. La risa de aquel hombre me provocó un escalofrío y me obligó a pensar en los más aterradores escenarios. No estaba segura de poder seguir adelante si Arin estaba muerto. Nuestros destinos, según Morgana Le Fay estaban entrelazados, no podía volver a tener un matrimonio forzado. Algo en mí decía que si aquello pasaba, sería muy distinto a lo que Arin me había proporcionado.

-Igual de estúpida que la madre-dijo y mi abuelo gruñó algo. Espelth lo obligó a callar, no podíamos ponernos en peligro y dejar que sus palabras nos afectaran.- Arin está en un lugar en donde jamás volverá a ver la luz. No lo he matado- sentí alivio y vi como su abuela suspiraba- la muerte es el camino sencillo. No se la merece. Pasará su último aliento deseando haber muerto mucho antes.

Intenté no pensar en lo que había dicho. Bloqueé la idea de que estuviese siendo torturado y me centré en la realidad. Estaba sola. De hecho, siempre lo había estado. Yo podía hacerlo sola, Arin simplemente era un apoyo extra en mí. Jamás necesité a alguien, no era la princesa que necesitaba ser rescatada. Era la reina que iba a salvarlos a todos, de alguna manera. El silencio incómodo y expectante ante la nueva amenaza, volvió a apoderarse de nosotros. Los pasos del hombre- cuyo nombre aún no sabía- hacían eco en el silencioso castillo, haciéndolo ver por primera vez peligroso. Siempre había pensado, que el hogar de los monarcas era el más protegido y me había sentido así durante las últimas semanas, pero hasta su seguridad podía ser burlada.

-Voy a comentar pequeñas cosas para que todo el mundo esté informado.-empezó a hablar- Nadie va a salir de este palacio, si lo hace será en una tumba. Tengo acceso a todos vuestros seres queridos, así que no quiero actos estúpidos, no carguéis con una culpa que no podréis soportar. Mi hijo Kael recuperará todo lo que le pertenecía. Será el rey.

-No tiene sangre real, jamás será aceptado por la corte ni por el país.

-Cierto, debo informaros de la situación del país. Las brujas están de regreso. Por ahora no causarán revuelo, todo depende de como nuestra reina se comporte-dijo mirándome y deseé arrancarle el corazón ahí mismo.- Y ella misma será quien ayude a Kael a ser rey.

-Sobre mi cadáver.

-Pues sobre tú cadáver será, hija. Pero los detalles ya los hablaremos en otro momento, se nos ha hecho tarde. Vosotros, mis huéspedes, podéis ir a acomodaros y dormir ya.

La rabia en mis ojos debía de ser clara. Me estaba costando un mundo controlarme. Nos estaba tratando como si fuera el propietario de palacio, como si él tuviera realmente algún poder. Me obligué a olvidar su actitud y me recordé lo mucho que disfrutaría cuando todo esto acabara y él estuviese siendo torturado por Arin. Con una mirada de advertencia que les dirigí a los abuelos, se levantaron y abandonaron la sala. Ayudé a Once a levantarse, la pobre de tanto que lloraba había perdido fuerzas. Juntas subimos las escaleras y la guié hacia las habitaciones en donde ella y su hermana dormían, algo en mí se estrujó cuando la vi insistir en dormir en la cama de su gemela. Después de confesarme que tenía miedo y que casi me rogó por que me quedara con ella, me fui cuando cerró los ojos y se dejó llevar por el cansancio, que no fue rápido.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora