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Crystal Frost

Mi mirada confundida se balanceaba entre Arin y su abuela. Esta última me observaba con demasiada atención sin borrar su simpática sonrisa. La única sonrisa real que había podido ver en las últimas horas, pues su nieto casi ni sonreía, y si lo hacía era con aires de superioridad. Arin tenía una expresión indescifrable, simplemente estaba ahí parado observándonos. Sin darme cuenta, la abuela se acercó unos pasos a mí y en un momento inesperado sentí el roce de sus yemas, acariciarme el brazo. Fue un pequeño contacto, pero me había quemado la piel y de manera automática retrocedí unos pasos mientras mi boca soltaba un pequeño gemido de dolor. Había sido un instante, pero me había quemado.

-Espelth-elevó la voz Arin.

¿Por qué llamaba a su abuela por el nombre?

-Lo siento cielo, han sido los nervios- la señora mayor me miraba con culpa en los ojos- y la edad, que ya no controlo mis poderes.

-Tranquila- le mostré una sonrisa nerviosa.

Los tres nos sumimos en un incómodo silencio. Arin seguía en su misma postura, pero más cerca de mí, y Espelth, la abuela, seguía mirándome algo apenada pero atenta. Me sentí incómoda al ser observada de manera tan directa, no sabía si me estaba avaluado físicamente como futura reina o si estaba intentando saber como era. Tenía entendido, por lo poco que había hablado con el rey, que ella había sido quien me había escogido personalmente como futura mujer de su nieto. No sabía el porqué, ni el cómo me había encontrado entre todos los habitantes de Glaciesville, pero el hecho de haber sido escogida por la antigua reina implicaba un esfuerzo mayor por mi parte para no decepcionarla en las expectativas que se podría haber hecho.

Arin gritó un par de números haciéndome poner mi atención hacia él y observarlo como si le hubiese crecido otra cabeza. De pronto, dos chicas iguales físicamente aparecieron delante de nosotros haciendo una pequeña reverencia. Las dos tenían el pelo anaranjado, al igual que sus inocentes ojos, que no apartaban la vista del suelo. Las dos caras estaban salpicadas de varias pecas, haciéndolas ver totalmente angelicales.

-Ellas son Once y Trece-comentó Arin. Fruncí una ceja y apreté los labios para evitar soltar una pequeña risa. Aquello debía de ser una broma. No podían llamarse como números. Pero la mirada seria del hombre enfrente mío me intimidaba tanto que no me atrevía a hacer preguntas. - Serán tus sirvientas a partir de ahora, se encargarán personalmente de ti. Si no hacen bien su trabajo solo debes decírmelo y las devolveré al sitio de donde han venido.

No sé si fueron las frías palabras y el tono de Arin o si el sitio de donde venían era horrible, pero pude notar perfectamente como el cuerpo de las gemelas se tensaban y como aguantaban la respiración.

-Ahora llévenla a su habitación a que se cambie para la cena- ordenó y las dos sirvientas se colocaron rápidamente a mi lado, dejándome el paso y llevándome hacia la habitación.

No supe distinguir quien era Once ni quien era Trece mientras subíamos unas rojas escaleras. Las dos eran iguales y vestían iguales. Hasta llevaban el pelo con el mismo recogido. No les presté atención cuando nos encontramos en un largo pasillo. Las llamas iluminaban con tonos anaranjados el lugar. Una alfombra roja y larga se extendía por todo el corredor y lo único que quería era sacara a mi niña interior y correr por encima. El lugar era precioso y diferente, y estaba segura de que debía de haber millones de sitios secretos, igual de bonitos. Las dos chicas disminuyeron el ritmo dejándome observar todo con detalle.

Paramos frente a la última puerta que estaba decorada con rosas. Admiré la belleza de las flores por unos segundos antes de abrir la puerta y contener mi respiración. La habitación era digna de una princesa. El suelo era de mármol blanco, diferente a lo que había estado viendo. Había un gran balcón con las vistas al jardín. Las cortinas de seda blancas se balanceaban de una manera suave. En el centro y robándose el protagonismo. Había una gran cama con un dosel rojo. La combinación de los colores rojo y blanco le daban un toque elegante a la habitación. Al lado de la cama había una pequeña mesita de noche con una lámpara tallada a mano y unos cuantos libros apilados en los que no me molesté ni en mirar. Había un sofá de piel granate bastante largo, podría acostarme y sobraría espacio. Abrí otra pequeña puerta decorada con rosas y pude ver el vestidor. No había nada azul, volvían a predominar los mismos colores que los de la habitación. Suspiré y cerré la puerta.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora