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Arin Drakon/ Crystal Frost

Arin Drakon

Un hijo. Un hijo, era algo que jamás entraría en mis planes. Jamás fui educado en un ambiente lleno de amor. Lo que debería haber sido una infancia increíble, fue una tortura. Cuando más debería haber reído, más lloré. Cuando más apoyo necesité, más independiente me volví. Aprendí desde muy pequeño que debía de hacer las cosas por mí mismo, que no podía confiar en nadie. Dejé de esperar que todo el mundo fuese bueno y dejé de sorprenderme por ver lo horrible que eran las personas y más aún las que me rodeaban. Pero no todo había sido tan desmoralizador, hubo una época en la que yo también creía en un mundo idílico. Hubo una época en la que no me importaba no recibir el amor de mis padres porque recibía el de mi hermano mayor. Y hubo unos años en los que fui realmente libre, pues la responsabilidad del reino no caía bajo mi peso.

Todo cambia en un instante. Cierras los ojos, los abres y no puedes reconocer a las personas que estaban contigo. No te reconoces a ti mismo. Deseas que todo vuelva a ser como antes. Un instante es lo que tarda un corazón en romperse en añicos. E irónicamente, media vida es lo que se tardará en recoger cada pedazo. Un instante es lo que dura el último aliento antes de que la vida pase a ser muerte. Un instante es lo que me tomó a mí para arder de dolor y quebrarme.

Cuando solo quedamos mi padre y yo, todo cambió. En un instante. Me convertí en una marioneta guiada por las órdenes del rey. En sus ojos jamás me volvió a ver como a su hijo. Fui su proyecto, fui la víctima a la que alimentó su odio. Ya no había más cuentos fantasiosos antes de dormir, solo había venganza, historias de traición. Durante los años que él vivió, descargó todo su inexplicable odio hacia mí, fui su esclavo. Hizo que yo mismo deseara jamás haber nacido e hizo que deseara jamás traer a una criatura a este mundo. Pues el abusado pasa a ser más tarde el abusador.

Me pasé la mano por toda la cara y suspiré del cansancio. Dormir en un sofá era demasiado incómodo. Además, tenía nudos en la espalda, necesitaba un masaje urgentemente, aunque ya sabía que no tardarían en volver a aparecer. La tensión de ser rey a veces me superaba y a veces me atormentaba por las noches hasta dejarme sin dormir. Mi destino no era ser rey. Jamás tuve que ser yo, era para él. Un pequeño golpe en la puerta me obligó a levantarme - no sin antes crujirme el cuello- a abrir. Los anaranjados ojos de Alexander me miraban preocupado.

-No has dormido-susurró.

-Tampoco suelo hacerlo.- rodé los ojos mientras volvía a sentarme en el mismo sitio.

Alexander se acercó al cuerpo inconsciente de Crystal y posó su mano. Seguía ardiendo y era normal. El medico nos había comentado que una vez que ella se sintiera débil lo iba a estar aún más, pues no se encontraba en un clima favorable para ella. Intenté dejar toda la noche el balcón abierto, pero era consciente de que a pesar del aire que entraba, era caliente y no la iba a ayudar mucho. Cambié mil paños mojados de agua en su frente durante toda la noche, pero nada cambiaba. Y decidí traer hielo, se me derritió a medio camino por lo nervioso que estaba. Había momentos en los que no podía controlar mi poder. Lleno de desesperación le pedí ayuda a mi mejor amigo. Dos sirvientes entraron detrás de él y arrastraban un baúl grande.

-El hielo está listo, su Majestad.

Les agradecí elevando la mano y les ordené que lo llevaran al baño. Mientras ellos rellenaban la bañera con el hielo y abrían el grifo, yo me remangué las mangas de la camisa y me acerqué a Crystal.

Con cuidado la cogí, no era bastante difícil, su cuerpo era bastante pequeño y temía que de lo frágil que parecía se rompiera en mis manos. Con cuidado la llevé a su baño personal perseguido de Alexander. Lo miré con los ojos entrecerrados y le pregunté con la mirada que hacía aquí.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora