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Crystal Frost

Llevaba un buen rato sentada en el borde de mi cama, repitiendo las imágenes en mi cabeza, una y otra vez. En bucle. Como si no quisiera olvidarlas. Mi mente era lo suficientemente masoquista como para hacer que pensara en ellas y de alguna manera irónica recordarme que yo había tenido la culpa. Siempre odié los cambios. Y ahora mi vida se basaba en cambios. En unos bastantes rápidos que acababan conmigo lentamente. Volvía a ser Crystal Frost. Hace unos meses me hubiera sentido aliviada y hubiera celebrado haberme separado de Arin y haber conseguido mi libertad. Pero ahora dolía. La confesión de amor entre mi abuelo y Espelth me quemaba el corazón. Había agotado mis lágrimas durante toda la noche. Y ahora, solo quedaba el vacío. La peor sensación que experimenté en mi vida.

No presté atención a todos los movimientos que Once hacía detrás de mí. Hice el esfuerzo de girarme a verla cuando empezó a llamarme desesperada. Mi mirada se desvió durante unos segundos al vestido que yacía en el sofá. Antes de volver a mirarla a ella.

-Crystal.-me llamó por mi nombre por primera vez en un tono amigable. Se arrodilló ante mí y colocó sus manos en su regazo.- No te rindas por favor. Sé que es duro, pero eres la única que nos puede salvar. No pienses en Espelth y el abuelo por ahora. Piensa en Arin, en mi hermana. En el país. Piensa en ti. No puedes dejar que te consuman. No eres de las que dejan que la consuman. Te enfrentaste a Arin, podrás derrotar a Kael.

Sus palabras deberían despertar algo en mí, pero no lo hicieron. Solo me demostraron que aún había mucha gente en peligro. No podía arriesgarlos a ellos, no después de que dos personas murieran por mi impulsividad. Me encontraba perdida, no sabía qué hacer. Cada vez que pensaba que podía seguir adelante y enfrentarme a ellos, los ojos llenos de lágrimas de Espelth y los gritos de dolor, aparecían en mi mente paralizándome. Además, no era capaz de enfrentarme a Arin después de aquello, en el momento en el que se enterara, me odiaría. Siempre le sacaba de sus casillas mi impulsividad, ahora aquella misma había conseguido acabar con la única persona que aún tenía un vínculo familiar con él. Nuevas lágrimas se deslizaron por mis mejillas seguidas de un temblor de cuerpo y un pequeño sollozo. También había perdido a mi abuelo, la única figura paterna que había tenido. El primer hombre que hizo que mi corazón se abriera. Los delgados brazos de Once me rodearon. Me permití ser débil y aferrarme a ella mientras vaciaba todo lo que me quemaba en mi corazón. Murmuré bastantes deseos y pedí perdón millones de veces. Ella solo pudo darme pequeñas palmadas en la espalda y asegurarme de que la culpa no era mía, aunque yo lo sintiera así.

Aún seguíamos abrazadas cuando mi respiración se calmó y las lágrimas cesaron, dejando un cuerpo totalmente cansado. Mis ojos volvieron a dirigirse al vestido negro. Había escogido uno negro, pues para mí lo que pasaría a continuación jamás lo consideraría una boda. Edward, una vez que tuvo los papeles firmados, procedió a enviar a toda la ciudad un comunicado real alegando que el rey había muerto y que para establecer un orden, la reina iba a volverse a casar. Ni siquiera me había dado el derecho a enterrar a mi abuelo. Así que en vez de vestirme para una boda, decidí vestirme para un funeral. Jamás tendría una boda con un hombre que no fuera Arin, me repetí a mí misma.

Once pareció darse cuenta de que era el momento y sin decir ni una sola palabra, me llevó a bañarme. Fue extremadamente delicada, como si temiera que me rompiera, cuando ya me encontraba rota por dentro. No me di cuenta de cuando me vistió y me obligó a sentarme delante de un pequeño escritorio para peinarme. Mientras jugaba con mi pelo, aproveché y cogí una pluma y una hoja. Cuando todo esto acabara, me gustaría que Arin supiera como me sentí. No me quitaría culpa, pero quizás si me lograba disculpar lo suficiente y le abría mi corazón, me odiaría menos.

Cuando acabó, bajamos las dos -ella detrás de mí, como siempre- al salón principal, donde nos esperaban. Escuchaba el murmullo de las personas detrás de las puertas de palacio y de un momento a otro, mi corazón se trasladó a mi oído. ¿Qué les iba a decir a estas personas? ¿Podría gritar que estaba secuestrada? ¿Me creerían? Con todas aquellas preguntas en mi cabeza, me acerqué a los dos hombres causantes de todo. Una pareja de personas mayores estaban un par de pasos detrás de ellos. Daban miedo. Ambos tenían la piel demasiado pálida, las ojeras bajo sus ojos eran claramente notorias junto al sin fin de arrugas que tenían. Ambos tenían los ojos tan negros que no se distinguía el iris. Y el cabello tan blanco y corto delatando su edad. La mujer de brazos cruzados mantuvo un par de segundos contacto visual conmigo, y una sensación desagradable se infiltró en mi cuerpo. Eran brujos. No había duda de ello.

-Crystal, ellos son los Wraithbourne. Nuestra mano derecha.

La pareja asintió la cabeza a la vez, haciéndolos ver más aterradores. Imité el gesto confusa. Edward sonreía triunfante demostrando lo mucho que había estado esperando el día. Quise borrarle de la cara aquella satisfacción.

-Bien. En un par de minutos se abrirán las puertas. Está todo organizado.- Todos asintieron y me di cuenta de la fila de soldados que había parados justo delante de la puerta.- Genial.-se frotó las manos.- Wraithbourne, hagan lo suyo.

El hombre se colocó a mis espaldas y la mujer delante de mí. Once me miraba asustada y yo levanté mis brazos preparada para pelear. No me importaría la edad de ambos si trataban de hacerme daño.

La pareja empezó a susurrar un par de palabras mientras sus ojos se transformaban de un color morado intenso. La incertidumbre y la confusión me golpearon, haciendo que dejara caer mis brazos mientras miraba a ambos. De un momento a otro, el hombre volvió a colocarse junto a su mujer y dieron un par de pasos para atrás sin decir nada.

-¿Qué ha sido eso?.-Tosí un par de veces y volví a intentar hablar. Abrí la boca y pronuncié las palabras, pero ningún sonido salía de ellas. Me habían robado la voz. Sabían que no iba a colaborar. Le dirigí una mirada furiosa a Kael y me abstuve de arremeter mi poder contra él. No serviría de nada y aún no estaba preparada para sacrificar a ciertas personas. Alexander aún seguía encerrado en la mazmorra junto a Erela.

El miedo se apoderó de mí cuando vi que todos empezaban a dirigirse al trono del rey. No podía escapar. Ni aunque congelara todo y hubiera un milagro que me dejara salir de ahí. No serviría de nada. Solo les estaría dejando el camino más fácil a lo que siempre habían querido. Y no podía ser egoísta, mucha gente me necesitaba. Con pasos pesados me acerqué al trono y me senté en el justo en el momento en el que las puertas se abrieron. Había prohibido la entrada a mi madre. Gracias a Once y un pequeño hechizo de manipulación que había aprendido. No podía dejar que viera a mi padre. O ella seguiría el mismo camino que el abuelo y Espelth.

Los habitantes de la Glaciesville, fueron los primeros en ser conducidos hacia el ingreso principal del Palacio. Vestidos con sus ropajes blancos y azules, se les asignó un área especial en los asientos cercanos al estrado real, donde tendrían una vista privilegiada de la coronación. Me sorprendí al ver la elegancia y la sofisticación que emanaban los Frostweavers. Y entonces me di cuenta, Edward los había reincorporado en el país. Dándoles un alto poderío que antes no tenían. No podía enfadarme por ese aspecto.

Los siguientes en entrar fueron los habitantes de Maleficisville. Vestidos de túnicas negras hasta el suelo y emanando un aura realmente peligrosa, se sentaron al lado de los Frostweavers. Había una pequeña distancia de separación, como si quisieran dejar claro que eran de diferentes elementos.

Y así fue. Iban entrando en grupo y se sentaban en donde les asignaban sin mezclarse con los demás. Hasta que llegó el turno de los últimos. Ignisville. Fruncí el ceño al ver lo deplorables que parecían. Edward seguramente los había desterrado en venganza a lo que hizo Arin con su ciudad. Mi mirada recayó en un par de primos de Arin, reconociendo a Victoria quién me mataba con la mirada.

Cuando todos estuvieron sentados. El murmullo cesó gracias a una tos falsa de Edward. Con todos expectantes y confusos al ver a Kael cerca de mí, abrió un pergamino y empezó a leer:

-"¡Pueblo de Pyrortia! Escuchadme atentamente, pues os traigo noticias de gran trascendencia. En este día, hemos de lamentar la partida de nuestro amado rey Arin Drakon, cuyo espíritu ha dejado este mundo para unirse a los ancestros en el más allá.- La sangre bullía en mí. Los sollozos de los habitantes de Ignisville se hicieron presentes.-Pero la vida sigue su curso y el destino ha traído consigo una nueva luz para guiar nuestros pasos. En su sabiduría, la noble y valiente reina Crystal Frost ha elegido a otro hombre para ocupar el trono y gobernar junto a ella. Es con gran alegría que anunciamos la proclamación de nuestro nuevo rey, Kael Coldwell, quien, con honor y dedicación, llevará el legado de nuestros antepasados y velará por el bienestar de este reino.

>>Que la esperanza y la unidad sean nuestras guías en este nuevo capítulo de nuestra historia. ¡Honor al antiguo rey! ¡Bienvenida al nuevo rey! Que el destino nos sonría y que este reino prospere bajo el reinado de nuestro nuevo monarca. ¡Que así sea!"

En el momento en el que calló, millones de opiniones diferentes estallaron.

-¡Larga vida al nuevo rey!-fue la única aportación buena que recibieron.

-¡No puedo creer lo que acabo de escuchar! ¿Cómo se atreve la reina a traicionar la memoria del rey y elegir a otro marido?

-¡Nuestra reina ha fallado en su deber! Debería haber respetado el legado de su difunto esposo y gobernar en su honor, no buscar un nuevo matrimonio.

- ¡No nos merecemos este desprecio! Hemos sido leales y ahora nos pagan con una traición. ¿Cómo podemos confiar en alguien que cambia de esposo y rey como si fuera un juego?

-¡Es hora de hacer oír nuestras quejas! Debemos unirnos y expresar nuestra indignación ante esta injusticia. No dejaremos que mancillen el legado del rey con un nuevo rey indigno.

No dejé que los comentarios me afectaran. No había cambiado de marido. Siempre sería Arin. Jamás aceptaría a Kael. Solo le dejaba creer que había ganado y cuando menos se lo esperara, yo atacaría. Las quejas fueron calladas gracias a un par de guardias. Bajo miradas furiosas y una imperativa de Edward me levanté del trono. Kael se sentó en él y dándole la espalda a mi país, coloqué una corona que Once me traía en una almohada.

A diferencia del día de mi boda. Kael no vestía de rojo, iba vestido con un traje de color azul. Con las manos temblorosas puse la corona en su cabeza. Me di cuenta de lo mucho que brillaban sus ojos, como si fuera un niño pequeño. Y empecé a preguntarle si tendría un trastorno mental. Cambiaba de actitud bastante rápido.

Once me acercó una pluma y un documento. En el momento en el que lo firmara, yo quedaría oficialmente unida al hombre de enfrente y este se proclamaría rey. Gotas de sudor me empezaron a recorrerme la espalda. Justo cuando iba a firmar la voz de Victoria se hizo notar por todo palacio.

- ¡Maldita sea! No puedo creer lo que ha sucedido. Esta "coronación" es un engaño descarado. La reina ha tejido una tela de mentiras para cubrir su oscuro propósito.
¡No os dejéis engañar! La reina ha usurpado el trono y ahora se atreve a proclamar a un nuevo rey. Pero yo sé la verdad. Mi querido primo, el difunto rey, le entregó el poder con la confianza de que ella gobernaría en su nombre. ¡Pero ella lo traicionó!

Un par de soldados le exigieron silencio mientras se colocaban en fila delante de ella y le cuestionaron:

-¿Estás acusando a la reina de haber asesinado al rey?

-¡Exactamente! No puedo creer que nadie más lo vea. El rey estaba dispuesto a darle el poder a la reina, pero ella ansiaba aún más. Lo eliminó para asegurarse de que no hubiera otro heredero legítimo al trono. ¡Es una conspiradora y una asesina!

Edward con una sonrisa burlona dijo:

-Lleváosla fuera, que no vuelva a pisar palacio en su vida.

-No temo a las amenazas de la reina. Mi lealtad es al verdadero legado de mi primo y a la justicia. Si la reina ha derramado sangre para llegar al poder, entonces no descansaré hasta que se haga justicia y la verdad sea revelada.- Esas fueron las últimas palabras de Victoria mientras era arrastrada por un par de soldados fuera de palacio.

No hubo más murmullos, nadie más se enfrentó a Edward y con toda la culpabilidad del mundo, acerqué la pluma y firmé mi sentencia.

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La coronación terminó pocos minutos después de que yo hubiera firmado. Imagino que no quisieron seguir fingiendo que realmente les importaba el pueblo. Solo querían el poder. Recuperé mi voz poco tiempo después. Aproveché para insultar, gritar y enfurecerme. No había tenido una respuesta alguna, fui totalmente ignorada. Me encerré durante todo el día en mi habitación esperando que Frosty apareciera, pero no lo hizo.

-¿Has hablado con Icy?-susurré.

Once asintió. Mi mejor amiga había asistido a la coronación; igual de confusa que todos. Ella no conocía al que se hacía pasar mi padre, así que no entendería cuál era la situación. Había conseguido que Once desapareciera de la vista de todos y que le explicara por encima. Le había advertido de que no podía decir nada y se saltó comentarle que mi abuelo había muerto.

-Bien.-dije estirándome. Me había sacado el vestido y los millones de adornos que había en mi cabello.

Un par de golpes nos asustaron a Once y a mí. Sin saber por qué, alenté a mi compañera a esconderse en el vestidor. Limpiándome el sudor de la mano en el bordillo de mi pijama, abrí la puerta.

-Princesa.-dijo Kael sonriendo y dejándose caer en el marco de la puerta.- O ¿debería decir, mi reina?

Escuchar el apodo con el que Arin se dirigía a mí. Me hizo querer llorar, rápidamente negué con la cabeza.

-Pues, princesa será.

Como si fuera su propia habitación se coló en ella y se acercó a la cama. Se sentó y me miro fijamente sonriendo. Era atractivo, muchas mujeres enloquecerían por estar con él. Lástima que fuera un capullo. Porque por lo único que enloquecía yo, era por estrangularlo hasta que no volviera a ver la luz en su vida.

-¿Por qué estás aquí, Kael?-me crucé de brazos.

-Es nuestra noche de bodas, princesa. Hay que disfrutarla.

El miedo volvió a apoderarse de mí. Había asumido que no tendríamos noche de bodas. No la tuve con Arin. No la tendría con mi medio hermano.

-Kael soy tu hermana, no podemos. Es enfermizo.

-Eres mi media hermana. Y no hemos crecido como parientes. -se levantó y me rodeó con sus brazos mientras yo intentaba escapar.- En el momento en el que te vi, supe que eras tú. Me obsesioné. Estabas tan indefensa que me arremetió un sentimiento de protección hacia ti. Vivo por y para protegerte, Crystal. No quiero que te pase nada malo. Eres todo lo que me importa.

Seguía intentando alejarme de él cuando vi que acercaba su boca hacia mi rostro. Con toda la desesperación del mundo, cerré los ojos. Me negaba a verlo, y él se negaba a soltarme.

Esperando su tacto, dejó de forzar y dejé de sentir su presencia tan cerca de mí. Abrí los ojos encontrándomelo en la cama inconsciente. Dirigí mi mirada a los ojos brillantes de Once, quien había salido del vestidor.

-Puede que me hayan devuelto mis poderes para ser su cómplice. Pude haber ayudado a la muerte de los abuelos. Pero jamás dejaré que alguien que no sea Arin te toque. Esa es mi lealtad, reina.

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Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora