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Arin Drakon

La tensión sexual entre ambos había sido remplazada por una incómoda sensación. Agradecí no haber discutido, no soportaba tenerla en una cama a pocos metros de mí y menos aún que estuviera despierta. Por lo que me fui a dormir bastante tarde, cuando ella ya lo estaba y me levanté antes de ella. Bajó a la cocina cuando estuvo preparada, con su maleta al lado y con un vestido azul corto, pasó por delante de mí. Cerré los ojos y me obligué a pensar en cualquier cosa que no fuera ella.

Había avisado a Henry de nuestro nuevo viaje, como uno de mis buenos hombres, no replicó y asintió preparando el carruaje y llamando a otros soldados. Pude ver como ayudó a mi mujer a meter la maleta en el carruaje y como esta se metía dentro despereciendo de mi vista.

Suspiré. No podíamos complicarlo. No podíamos volver a cometer los mismos errores que mis padres. Ambas parejas fuimos forzados a mantener matrimonio, yo no cometería los errores de mi progenitor. Él se dejó llevar y acabó enamorándose, lo único que consiguió con eso fue dolor y una obsesión insana que años después lo llevó a la muerte. En mi matrimonio con Crystal no había cabida para el amor. Me volví a repetir aquello último antes de salir de la casa y actuar como si nada me importara.

Contuve mi impulso de querer tocarla en el carruaje. No era debido y además, entendía que estuviera enfadada, pues no había dirigido su mirada en mi dirección en ningún momento.

Silvaville (la ciudad de la naturaleza) estaba bastante lejos. Nos quedaríamos a dormir ahí otra noche más, y por la mañana visitaríamos a Morgana Le Fay. La mujer más sabia de toda la ciudad y a la que se le otorgó un poder especial. Era la única mujer que podía ayudadnos. Si alguien sabía de alguna profecía extraña, era ella.

Crystal se durmió y solo entonces me atreví y la toqué. Le aparté un par de mechones que se le habían caído por el rostro y disfruté de la frescura que emanaba. La observé, todo el camino la observé, deseando jamás haberla conocido. Cualquier otra mujer hubiera podido mantener conmigo un matrimonio cordial, sin confusiones y sin provocarme emociones que no entendía.

Entrecerré los ojos dándome cuenta de que tenia varias pecas en su desnudo hombro. Acababa de encontrar mi vía de escape. Dejándome mecer por el movimiento del carruaje y contando sus pecas, conseguí dormir un poco.

Cuando llegamos, ya había abierto los ojos. Crystal seguía igual sumida en un profundo sueño y me supo muy mal despertarla, así que con la posible delicadeza que yo poseía la cogí en brazos y caminé con hasta la casa que Henry nos había encontrado.

-¿Arin?-preguntó con la voz adormilada.

-Reina.-dije yo con voz baja.

-Bájame -exigió- no me toques.

-Lo siento.-Obedeciendo lo que me había pedido, la bajé. Cuando tocó el suelo me dedicó una merecida mirada furiosa y comenzó a caminar.

Reprimí una sonrisa al ver que caminaba sin rumbo y sin saber a dónde iba. Me acerqué a ella y aunque me doliera su rechazo la cogí de la muñeca. Se removió e incluso me golpeó para que la soltara, pero ni si quiera me inmuté. Disfrutando de su toque la guíe hasta la cabaña.

Maldecí interiormente al tener que soltarla para abrir la residencia y ella aprovechó el momento para alejarse de mí. No tuve la oportunidad de admirar la sencillez de la casa ya que seguí escaleras arriba a mi mujer. La oí soltar una palabrota y solté una pequeña carcajada al ver una simple cama de matrimonio.

-Me niego rotundamente. Te lo digo enserio Arin Drakon. Yo contigo no vuelvo a dormir.

Quise reír, pero la risa murió en mi garganta al ver la determinación en sus ojos. Volvía a ver a la misma Crystal del principio y me cohibí.

Frozen flames.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora