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Lean la notita del final, gracias.

Crystal Frost

Arin había partido sin despedirse. No esperaba que lo hiciera, nuestra simple conversación la noche anterior ya era suficiente.

-A ver- suspiré cansada.- ¿Quién es Once y quién es Trece?

Ambas mujeres volvían a estar frente a mí como dos copias. Si al menos una se vistiera distinto... Las chicas se sonrieron tímidamente y contestaron.

-Yo soy Trece, tengo trece pecas.-dijo la de la derecha.

-Yo soy Once, tengo once pecas. -dijo la de la izquierda.

Aquello era absurdo. No sabría distinguirlas por las pecas, si cada vez que las viera debía de contarlas jamás sabría quién es quien. Seguro que hasta me equivocaba contando. Sin remedio me acerqué a un pequeño joyero y busqué unas pulseras que días anteriores me habían llamado la atención.

Sonreí cuando las encontré, eran dos pulseras de plata finas, pero la distinguía un precioso corazón de diamante. Uno de los corazones era amarillo, mientras él otro era naranja.

Me acerqué con cuidado ante la confundida mirada de ambas y les exigí que estiraran sus muñecas hacia mí. Con mucho miedo lo hicieron y las tres mujeres nos quedamos calladas cuando observé las cicatrices en las muñecas de ambas. Empecé a preguntarme de dónde venían, la única vez que Arin había mencionado de dónde eran fue para amenazarlas y no pasó desapercibido para nadie el terror que ambas sintieron. Además, no tenían nombres normales, eran simples números. Quise preguntar, pero me pareció ponerlas en una situación demasiado incómoda, viéndolas temblar por cada cosa que les pedía, no sé negarían a contarme de dónde eran, pero me parecería injusto, estaría usando mi poder sobre ellas para saber una información que no deseaban dar.

-El amarillo para ti, Once- sonreí acabando de cerrar la pulsera.- Y el naranja- repetí el mismo proceso con la otra chica- para Trece.

-N-no, no podemos.-replicó Once.

-Son diamantes. - respondió su gemela- Unas simples criadas como nosotras no pueden llevar estas joyas, lo sentimos Majestad.

Hizo el amago de quitársela, pero interrumpí cogiéndola con cariño del brazo.

-Aceptadlo como un regalo mío. A mí las joyas no me interesan, y tengo muchas.

-No podemos.

-Bueno, pues lo voy a enfocar de otra manera. -dije para que me entendieran- Es una orden que llevéis las pulseras, así me facilitaréis el poder distinguiros.

Las chicas parecieron pensarlo y asintieron, aunque pude ver el brillo de sus ojos cuando me giré para que acabaran de vestirme. Con delicadeza apretaron mi corsé azul. Arin había encargado en algún momento que me añadieran más vestidos a la colección, y estos últimos si parecían ser de mi estilo. Había varios de color gris y azul.

-La señora Espelth la espera en el jardín- me comentó Trece.

-La acompañaremos.

Y así ambas hermanas me escoltaron hasta el jardín temiendo que me perdiera. El caluroso clima de Ignisville aún me parecía sofocante pero nada que no pudiese soportar.

Espelth se encontraba sentada en un pequeño banco delante de las rosas rojas envueltas en llamas. Eran preciosas. La mayoría de plantas del jardín eran preciosas.

-Querida.- dijo la abuela mirándome.

-Hola-sonreí tímida.

Hizo el amago de levantarse y al ver que le costaba - a pesar de su increíble forma para su edad- me acerqué a ayudarla, y de alguna manera aprovechó para envolver su brazo con el mío.

Al principio caminamos bajo el sol de manera lenta y callada, observando las diferentes plantas y evitando pasar por el río de lava, pues la temperatura aumentaba de manera infernal.

-Señora-empecé a formular algo confusa, no sabía como debía llamarla. Agradecí que al segundo me interrumpiera.

-Solo Espelth, por favor.

-Espelth-dije mirándola y sonriendo. Sus ojos rojos me devolvieron la sonrisa. - ¿Puedo preguntarle algo?

-Depende de la pregunta. Coméntame.

-Cuando la conocí, dijo que tenía los mismos ojos de alguien. ¿A quién se refería?

-Me refería a dos personas. Solo puedo hablarte de una.- La curiosidad me invadió y me odié por preguntar aquello, ahora debía de vivir con la intriga.- Tienes los mismos ojos que tu abuelo, y los mismos que Kael.

No sé qué es lo que más me sorprendió, la mención de un nombre que jamás había oído o que la abuela de Arin conociese a mi abuelo. Cuando vio la sorpresa reflejada en mi rostro, Espelth empezó a explicar:

-Tu abuelo y yo nos conocimos hace mucho tiempo, cuando los Frostweavers aún no estaban repudiados. Tu abuelo vino a Ignisville a trabajar, era de los pocos hombres de hielo que merecía nuestro respeto. Jamás experimenté un odio como el que Arin hace hacia vuestra gente, pero entendía que éramos diferentes y que no compartíamos el mismo estilo de vida. Por lo que cuando vi a tu abuelo ganándose la vida, lo admiré. A pesar del odio que recibió jamás mostró que le afectara. Trabajaba de camarero en un bar horrible de la ciudad.- Aquello me sorprendió, el abuelo jamás quería hablar de su juventud, sabía que durante un tiempo vivió en Ignisville, pero jamás supe qué hizo. Espelth siguió.

>> Yo frecuentaba ese bar a escondidas con mis amigas. Por aquel momento era una princesa y aunque no tuviese demasiadas responsabilidades, no hubiese sido bien visto que me vieran en lugares como aquellos. Tu abuelo me cubría las espaldas y siempre nos reservaba a mis amigas y a mí la mesa más alejada. También reservó un sitio exclusivamente para mí, me sentaba de espaldas y así evité que nadie me descubriera ni siquiera su horroroso jefe. Pero cuanto más tiempo pasaba menos podía escapar e ir al bar. La última vez que fui fue cuando el jefe se sobrepasó con él. Había presenciado varías veces como el jefe lo trataba como si no valiese nada, pero aquel día lo humilló. Tu abuelo perdió el control y sacó a la luz sus poderes, no le hizo nadie a nadie, pero para el jefe fue la suficiente excusa como para echarlo. Lo empezaron a considerar una amenaza y el odio aumentó. Para cuando quise contactarlo, me dijo que no me preocupara, que había conseguido otro trabajo y que se estaba enamorando de una mujer. La que supongo que fue tu abuela.

Quise preguntar más, pero la historia me había dejado en shock. Sentía que Espelth había omitido varías cosas, pero no pregunté. Tampoco estaba muy segura de sí iba a seguir contestando. Supuse que después de tal enfrentamiento, mi abuelo regresó a su ciudad y empezó su imposible romance. La mujer de la que Espelth me hablaba no era mi abuela, aquella fue otra historia, pero su base no fue un amor real. Fue simple comodidad de crear una familia.

Ambas seguimos caminando sin rumbo alguno. Entre cómodas sonrisas comentamos aspectos de la boda y temas triviales de la casa. Temas que consideraba aburridos y a los que simplemente contesté con un <<sí>> a cualquier propuesta suya.

-Bueno, suficiente por hoy. Mis piernas no aguantan más.

-Entremos- la acompañé aun sin despegarme de su lado. Una vez dentro de palacio la solté.

-Crystal-llamó mi atención- no sé si debería ser yo la que te advirtiera, pero ten cuidado. Arin no es lo que parece.

No sé en qué sentido había dicho eso, ¿no sería capaz su propia abuela de hablar mal a sus espaldas? Quise preguntarle, pero me encontré sola en el pasillo frunciendo el ceño.

Con aquella frase aún presente subí a la torre de Erela. Me sorprendí al ver que la alcoba estaba vacía. Subiendo mi vestido para no mancharlo de cenizas me acerqué a la gran ventana que había. Y la vi, más feliz que nunca dando vueltas por el aire. Envidié su libertad y me alegré de que la herida se le hubiese curado. La llamé y se acercó. Con cuidado acerqué la mano y le acaricié la cabeza mientras revoloteaba las alas para no caer.

Noté como sus ojos me sonreían y de un momento a otro, bajaba un poco. Tuve que inclinarme en la ventana para bajar mi cabeza y mirarla. Ella me miraba y se miraba a ella misma por detrás, y entonces lo entendí, quería que me subiese. Me negué, por ninguna razón del mundo me iba a lanzar yo de una ventana. Erela resopló soltando cenizas y me volvió a mirar.

Vida solo hay una, ¿no?

-Por dios, al final sí que estaré loca- dije poniéndome de pie en el borde de la ventana. - Sea quien seas- miré hacia el cielo- no me dejes morir, soy demasiado joven.

Y salté.

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Tres días. Ya habían pasado tres días desde que Arin se marchó y eso significaba que hoy debía volver. No parecía ser de los hombres que faltaban a su palabra, y si había dicho que serían tres días, hoy llegaría.

El aire golpeaba mi pelo echándolo hacia atrás. La sensación era increíble. Me agarré a Erela cuando dio una vuelta en el aire provocándome una carcajada. Estos días volando con la preciosa dragona había como unun soplo de aire fresco. Una experiencia que jamás olvidaré.

Nos habíamos alejado más de lo normal, ya no podía distinguir con certeza si el bosque que se encontraba debajo de nosotras era de Ignisville. No me preocupé cuando comencé a ver unas luces, no grité hasta que noté como las alas de Erela eran perforadas y soltaba un grito.

-Joder, Erela-me aferré a las escamas de su nuca.-¿Puedes llegar hasta unos metros más adelante?

Asintió algo adolorida, y me entristeció pensar lo que podría estar sufriendo. Una luz de abajo volvió a aparecer y en un movimiento rápido, pero torpe, Erela lo esquivo. Al hacerlo, salí disparada hacia delante, agradecí no estar volando tan hacia arriba porque el golpe hubiese sido peor.

Cerré los ojos cuando impacté contra el suelo y mordí mi labio tragando el doloroso gemido. Sentí un líquido recorrerme la frente y al instante supe que era sangre. Me quedé estirada unos segundos más, la visión me fallaba y me sentí demasiado mareada. ¿Dónde estaba Erela?

Con preocupación y dificultad me levanté en busca de la dragona. Con una mano en el estómago di pequeños pasos. El sol empezaba a afectarme con la caída aún más y no quise agotar las pocas fuerzas que me quedaban utilizando mi poder.

Forcé mi vista y me encontré perdida en el bosque, no había tantos árboles por lo que me era más fácil ver el terreno. No había ni rastro de Erela. Suspiré. Me adentré al bosque en busca de alguna señal, no debía de estar muy lejos. Había notado como me había lanzado para no recibir el impacto mayor, pero ahora estaba preocupada por ella.

-¿Te ayudo, princesa?.

Me sobresalté al sentir una voz a mi lado. Di unos pasos atrás y entonces lo vi.

Un chico de cabello blanco se encontraba encima de un blanco unicornio. Abrí mis ojos al ver al animal y deseé haberlo visto en otras circunstancias.

Fijé mi vista en él. No había mucho que poder ver, el hombre iba vestido completamente de negro. Un trozo de tela del mismo color le tapaba desde la nariz hasta su cuello. Y misteriosamente, su ojo derecho estaba tapado con un parche negro. Su ojo izquierdo, de color naranja, me miraba de arriba abajo. Un Flamekeeper, pensé.

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¡Hola! OMG, ya somos más de 1.20k personitas, me hacen muy feliz, simplemente gracias.

Me he creado un instagram, ahí intentaré poner como me imagino a los personajes e iré subiendo pequeños adelantos, también responderé las preguntas que tengáis. En resumen, un intento de influencer.

 En resumen, un intento de influencer

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Un beso
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