Un Cielo Azul. Capítulo 3

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Capíitulo 3

La cita... No cita.

Madrid, Sábado 1 de abril, 2023

20:53

—Bueno, Agoney, creo que eso es todo. No tienes que estar nervioso. La ropa está bien, supongo. El pelo bien peinado. Perfume adecuado. Los zapatos... Ay joder, que no me vayan a molestar estos zapatos y que los Vázquez piensen que me siento incómodo con ellos o algo peor. Por mí, iba con mi ropa de cuero y mis botas. Pero en fin, que todo sea por la música —Sonríe con picardía por las cosas que vienen a su mente—. Mejor voy bajando que casi son las 21.00 y a los hermanos disparejos y buenorros les encanta la puntualidad —rueda los ojos y se ríe—. ¿Por qué estoy hablando con el espejo? Ufff...

Agoney, da otra ojeada y vuelta frente al espejo de su cómoda y repeina su pelo suelto que ondea lacio y vaporoso después de secarlo adecuadamente, se hace un guiño a él mismo en un gesto de aprobación y se va tomando su billetera y su móvil. Sube al ascensor y desciende desde su apartamento en el décimo piso. Y justo al llegar al parking del edificio, ve que un coche negro Mercedes Benz clase G, completamente nuevo, bordea la rotonda frente a la pequeña plazoleta que hay allí estacionándose frente a él. Y traga en seco.

"Puntualidad británica la de los Vázquez. Joder, pocas veces he necesitado un trago de algo fuerte, como en este momento. Ahora todo sí parece real."

Agoney se queda ahí por unos segundos, parado al borde de la ancha acera que rodea su edificio y deja que el conductor se estacione. Ha supuesto que son los hermanos Vázquez, pero por el cristal oscuro del coche, no puede asegurarlo. Así que espera una señal. Y la señal llega.

La puerta del conductor se abre y de ella desciende Raoul. Lo primero que Agoney ve, es su pelo rubio perfectamente peinado en aquel tupé que a nadie debe quedarle tan bien como a ese chico. Viste con pantalón negro de traje, no muy ajustado, más bien suelto y una camisa de cuello chino gris claro, con rayas verticales plateadas alternando transparencias entre ellas, zapatos negros de punta fina. Cuando están frente a frente, ambos dejan de respirar por unos segundos y se quedan estáticos sin saber qué decir o sin poder hablar, más bien. Ambos suspiran a la vez y luego sonríen.

—Buenas noches, Agoney.

—Buenas noches, Raoul. ¡Qué puntual! —Agoney baja de la acera hacia donde está Raoul y extiende su mano para saludarle. Raoul hace lo mismo.

—¡Qué guapo estás!

—¡Oh! Gracias y tú... Wow! —Raoul sonríe.

—¿Nos vamos? —Le abre la puerta del pasajero.

—¿Y Álvaro?— le pregunta Agoney extrañado antes de entrar.

—Mi hermano tuvo que regresar a Barcelona. Algo con su esposa y su hijo. Tendrás que conformarte conmigo, Agoney. —Le sonríe y Agoney deja su mente volar alto y veloz, pero finalmente asiente con la cabeza, complacido—. ¿Está bien para ti si sólo somos nosotros dos?

—Me parece bien si solo somos los dos. Pero... ¿Él, o ellos están bien?

—Están muy bien. Es que mi cuñada está por dar a luz a mi sobrina en cualquier momento y ya lo necesitaban por allá. ¿Nos vamos? —Agoney asiente y sube al coche. Raoul espera que se acomode y cierra la puerta bordeando el vehículo para sentarse al timón. A Agoney se le dispara el corazón. Nunca nadie había tenido tales atenciones con él.

Los primeros minutos se quedan en silencio, como si los dos temieran romper la magia o el equilibrio creado entre lo que sienten y lo que piensan respecto al otro. Pero Agoney, comienza una charla trivial, para romper el hielo.

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