21- la final

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¿Sabes? Hubo un tiempo en el que temíamos a las estrellas. Se nos antojaban distantes, silenciosas y observadoras desde el firmamento. Teníamos miedo de que vieran las locuras que hacíamos al amparo de la noche y fueran corriendo a explicárselas a nuestros padres antes de que nos despertáramos por la mañana. Por eso nos pasábamos los ratos observándolas, tumbados en la hierba mojada sin más calor que el de nuestros cuerpos y abrigos. No porque nos gustaran, sino porque nos caían mal y si ellas iban a saber lo que íbamos a ver, nosotros las íbamos a vigilar para que no se chivaran.

De tanto alzar la cabeza al cielo para mirarlas nos convertimos en soñadores. Dejamos de mirarlas enfadados para empezar a percibir sus vibraciones, el sentido de su movimiento y los ciclos en los que brillaban más. Sin haber leído nada sobre ellas empezamos a inventar, al amparo de sus luces, historias que evocaban tiempos pasados. Tiempos que en realidad nunca habían existido, pero que en nuestros cuentos se hacían vívidos hasta el punto de sentirnos los personajes de la trama. Y sin embargo las estrellas eran las protagonistas principales.

Bajo su manto crecimos y empezamos a beber, fumar y amar. La sensación que teníamos no era la de ser espiados por los astros, sino que contábamos con su aprobación e incluso con su colaboración, porque nadie ha visto más locuras de juventud que la noche. Amparados en su oscuridad solo teníamos que mirar al cielo para orientarnos, ahora que habíamos aprendido. Hicimos las mil y una mientras crecíamos, y las volveríamos a hacer.

Conocimos el romanticismo de descubrir el amor bajo las estrellas, y a disfrutar de un cigarro sin más objetivo que el sentir la noche en la piel. Aprendimos a llorar las penas aferrados a una botella de ron del barato, y a reír quedamente para no despertar a los vecinos. Disfrutábamos de la vida y la vivíamos intensamente, eso sí, siempre después de las diez de la noche y sin parar hasta la madrugada.

Pero nos fuimos haciendo mayores y nos quisieron hacer responsables. Nos pusieron unos horarios y repitieron hasta la saciedad que capa de pecadores es la noche, señores (y qué razón tenían). Habíamos pecado, mucho y bien, pero ¿no eran ésos los mejores momentos de nuestras vidas? Nunca habíamos sido descubiertos, porque las mismas estrellas que iluminaban nuestras fechorías se apagaban a la vista de los extraños. Éramos sus preferidos y nos iba a proteger eternamente, y aun así la abandonamos.

Y es que tenía razón Goethe, el poeta alemán: la noche es la mitad de la vida y es la mejor mitad. Porque entre otras muchas cosas al amparo de las estrellas, una hoguera y varias linternas aprendimos a leer a los autores clásicos. Y maldita sea, ¿por qué la mayoría coincidían en que bajo las constelaciones la inspiración aparece con mayor frecuencia?

Lo digo aquí, mientras me observáis como miraría un antiguo amor al otro, con ojos compasivos y condescendientes. Porque mientras a mí el tiempo me ha tratado mal, envejeciendo mi cuerpo y espíritu, a ti te sienta como el rocío de la mañana le sabe a las hojas, pura ambrosía. El día en que la parca me tenga que llevar que sea con tu connivencia. En el camino al reino de los muertos guíala por los senderos de las estrellas que recorrimos con la mirada, para que mi alma no pierda detalle y pueda ver de cerca aquello que solo pudo soñar de lejos. Y así me sienta más cerca de ti y al final me abraces para no dejarme ir, redescubramos al amor una y mil veces como me viste hacerlo bajo tu atenta mirada.

Siempre tuyo, Mike 🖤

Trazando Constelaciones (Byler)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora