CAPÍTULO 29

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El día de la boda era dedicado únicamente para Helaena. Cinco sirvientas y Hedvika la atendieron desde muy temprano en la mañana; le prepararon un baño con pétalos de rosas y jabones aromáticos traídos desde Dorne, la agasajaron con vinos finos, purés de manzana y miel, uvas y frutos secos. Existía una vieja creencia de que esos alimentos potenciaban la fertilidad de las mujeres ¿Y quién más necesitaba de la fertilidad que una doncella a punto de casarse? Nadie.

A Helaena no le preocupaba demasiado ese tema. Si, estaba ansiosa por la ceremonia de lecho como cualquier otra novia normal, pero no experimentaba un espantoso terror a lo que iba a suceder; tenía curiosidad de saber como se sentiría, si le dolería o si sería una explosión de placer como algunas damas susurraban a escondidas. Le daba intriga ver a Jacaerys más allá de una simple camisa casi transparente por el sudor.

Su imaginación voló por los aires en más de una ocasión, a menudo se preguntaba como se veía Jace debajo de toda esa ropa o si las pecas del rostro se esparcían por alguna otra parte del cuerpo. También tenía la duda de como ella se vería a través de los ojos de él.

Si todo iba bien pronto sabría la respuesta.


La masajearon, le lavaron el cabello y lo emparejaron con unas tijeras. Hedvika se retiró en su debido tiempo para prepararse ella misma, pero prometió volver justo para peinarla y ayudarle con los últimos ornamentos.

Entre tanto y tanto, otro sirviente llegó con un té relajante y una cajita de madera de contenido desconocido.

—De parte del príncipe Aegon, princesa—avisó el muchacho.

En la cajita yacía un broche de plata con la forma de Dreamfyre junto a una nota que decía "Es una suerte que no sea yo quien se esté alistado hoy día. Espero que te agrade mi presente, úsalo con orgullo, futura reina"

Helaena se conmovió tanto que soltó en par de lágrimas tontas. Su hermano tenía razón, era una suerte que él no fuera el que se alistara ese día. Su vínculo de hermanos se hubiese desplomado hasta los cimientos de la vieja Valyria si seguían adelante con su corto compromiso.


Los preparativos continuaron con dos damas experimentadas y Dyana depilándola de pies a cabeza y untando aceites aromáticos de lavanda y rosas para darle más suavidad y brillo a su piel.

—Llévele uno de estos a lady Hedvika—dijo señalando los frascos de aceites—, el de jazmines que a ella le gustan.

—Princesa, son solo para usted.

—No soy egoísta, también guárdate unos fresquitos tú, Dyana. Nadie se enterará.

El ritual de acicalamiento continuó hasta que por fin estuvo lista para ser vestida y peinada. Pidió exclusivamente que en ello la ayudaran su madre, Rhaenyra, sus primas Baela y Rhaena, y Hedvika. La reina chilló de emoción al escuchar por primera vez la propuesta.

El vestido era majestuoso; blanco como una nube pomposa, contaba con detalles dorados y rojos que ascendían desde la falda y que a la vez combinaban con el collar y los aretes. El escote era redondo y armonizaba con sus clavículas, las mangas, de una tela más liviana que el resto, cubrían todo el brazo hasta la muñeca y de allí caían cual cascada.

Hedvika y Rhaenyra dedicaron una hora entera a peinarla y decorar estrategicamente cada trenza con las flores favoritas de ella. Cuando terminaron, en un acuerdo implícito y silencioso todas se retiraron para dejar a Helaena y a Alicent un momento de madre e hija.

La reina se moría por abrazarla, pero con el paso de los años aprendió que no siempre era bienvenido ese acto. Sin embargo se llevó una grata sorpresa al verse atrapada en los brazos de la misma Helaena. Y es que en un momento tan hermoso y tan fundamental en la vida de una mujer, la princesa deseaba la cercanía de su propia madre.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora