CAPÍTULO 3

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La cólera invadió significativamente a la Reina Alicent. La osadía de Rhaenyra de proponer un matrimonio entre su bastardo y Helaena le hirvió la sangre.

No dejaría que la corrupción arruinara a su dulce niña, no permitiría que Viserys diera permiso a tal horripilante matrimonio.

Le importaba un carajo la unión de las dos casas, Rhaenyra era un desastre y por consecuencia su hijo igual. Alicent no dejaría que la fruta podrida contaminara el resto del cajón.

Le puso los nervios de punta el presenciar el atrevimiento de aquella mujer en la reunión del consejo alegando por un nuevo orden y un posible matrimonio, intentando endulzar los oídos de su moribundo padre.
Se alegró un poco cuando su discurso se manchó de leche materna.

Todos en la corte ya sabían de Joffrey y del poco parecido con su padre. Champiñon no se hizo esperar con sus chistes y cuentos, y eso a Alicent la regocijó; no pretendió ser malvada, pero pensó que los rumores y las malas miradas eran un porcentaje mínimo del castigo que debería tener Rhaenyra por desatender sus deberes.

Por no mencionar la tontería del huevo. Son amables las palabras del condenado cuando se encuentra frente a la horca.

Trece años tuvo para ofrecer un huevo, trece malditos años en donde se quedó en silencio viendo como su hijos bastardos gozaban de sus privilegios y su pobre hermano, quien a los ojos de los Dioses era un verdadero Targaryen, se marchitaba las manos tratando de hacer eclosionar su huevo.

Alicent era incapaz de olvidar todo eso.

De camino a los aposentos de Aegon, un criado se paró frente a ella para darle aviso de que su hijo mayor había sido visto saliendo a toda prisa sobre su dragón y que desde entonces no se lo había vuelto a ver. Llevaba toda la mañana buscando al insolente niño y ahora su rabia mutó a preocupación. Esas terribles bestias eran desequilibradas y temió profundamente que la vida de Aegon peligrara.

-Sir Criston -llamó a su escudo juramentado.

-Si, su majestad.

-Vaya a las fosas y en cuanto mi hijo toque tierra traigalo ante mi. Lo esperaré en su cuarto.

-Como usted ordene, mi reina.

-Y Sir, no le diga que yo lo convoqué, dígale que es Rhaenyra quien lo solicita.

Cientos de veces le advirtió sobre su media hermana, en decenas de oportunidades le mostró lo cruel que puede llegar a ser la heredera de su padre. Le enseñó las cosas que llegaría a hacer la gente con tal de resguardar su propia bienestar; a Aegon no le convenía asociarse con Rhaenyra, no si quería vivir, no si deseaba ver otro día más la luz del sol.

Rhaenyra en su afán de no ser amenazada en su ascenso al trono haría lo que fuese para eliminar cualquier altercado. Y eso Alicent lo sabía bien.


Criston Cole era un caballero no una nodriza, no debería estar cuidando a estúpidos niños, debería estar entrenandolos, pero no podía hacer nada en contra de eso. Los deseos de su reina eran sus obligaciones.

Pero quien no parecía tener problemas con cumplir el rol de una criada era Sir Harwin. El camino de Criston se cruzó con el de Harwin quien iba en compañía de los príncipes Velaryon y un huevo recién tomado de la nidada de Syrax; el hombre constantementente tenía el descaro de pasearse por todo el castillo junto a sus bastardos.

Al momento de verse cara a cara el caballero no tuvo intenciones de saludar, pero el más pequeño, Lucerys, levantó con alegría la mano en forma de saludo. Se limitó a un simple asentamiento de cabeza, no le daría el placer a Rhaenyra de verlo subordinado a sus hijos ilegítimos.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora