CAPITULO 20

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Pasar las horas enfrascado en conversaciones con Rhaenyra mientras jugaban con los mellizos tuvo resultados que Aegon no esperaba. Tal es así que se replanteó algunas cuestiones de su vida y se preguntó como a sus veintiún años jamás las había estudiado con profundidad.

Había escuchado maravillas de la reina Aemma, siempre de distintas fuentes, pero la que más lo convencía de creer en la cercanía de aquella mujer a la divinidad era su hermana mayor. Rhaenyra era capaz de describir el olor, el tacto, el tono de voz, todo de su madre difunta. Si la dejaba, podía exprimir una tarde completa y obtener un jugo fresco de recuerdos.

Los ojos le brillaban de una forma tan preciosa que provocaba en Aegon envidia por nunca haber conocido a la reina fallecida.

Después de ser testigo de tantos relatos pudo afirmar con vehemencia que de estar viva la reina Aemma, Rhaenyra sería blanco de toda su admiración. Estaría tan orgullosa de ella, alardearía de sus proezas y su logros, y le haría saber a todo el reino cuan adorada era su próxima soberana.

Rhaenyra había vivido un poco de eso, los años previos al deceso de Aemma ya era notable la devoción hacia su hija.

Aegon, por otra parte, nunca había escuchado a su progenitora presumirlo como hacía la madre de su hermana. Nunca.

Tampoco estaba deseoso, o eso trataba de aparentar.


Con la vuelta de Lyonel Strong a sus labores fueron necesarias algunas reuniones del consejo, reuniones simples de no más de dos horas. El día de la fecha Rhaenyra ocupaba el lugar de su padre, Alicent su lugar como reina, y Aegon se limitó a ocupar una esquina atendiendo a todo lo que sucedía en la mesa. De vez en cuando aportaba sus ideas o comentarios pero todavía no se le permitía sentarse como al resto.

—Lucerys ¿Qué vino es ese? —preguntó Aegon al copero oficial.

—No tengo la menor idea, solo relleno jarras.

—Tienes tanto por aprender. Dame una hasta el borde—Con el rabillo del ojo pudo ver la expresión desaprobatoria de su madre y casi sin ganas volvió a dejar la copa en su lugar. Luke lo miró de mala manera por hacerlo servir inútilmente la copa. 

Los temas de la reunión eran variados, desde las mejoras en la ciudad hasta la batalla de los peldaños que tantas jaquecas estaba dando. Aegon guardó para si mismo algunas opiniones, pero quien no lo hacía era su abuelo Otto. Se podía apostar a que más de uno en la cámara era ignorante en cuanto a los motivos de Otto para estar allí. 

Rhaenyra podía esconder muy bien sus muecas de exasperación cada que era interrumpida por el discurso del hombre, pero Aegon sabía que la paciencia de su hermana se agotaba minuto a minuto.

Para el final de la reunión el príncipe se encargó de despedir cordialmente a todos los miembros del consejo, pero abrió los ojos de par en par cuando su hermana demandó la permanencia de Otto en la sala.

—Tenga la libertad de sentarse, lord Otto—exclamó Rhaenyra mientras ella quedaba de pie— debo poner en manifiesto la sorpresa que me invadió al verlo esta mañana aquí ¿Cómo es que nadie supo de su llegada?

—Soy libre de mis deberes en Oldtown—respondió con su usual tono de altanería —, por lo tanto quise venir a visitar a mi hija y nietos.

—¿Padre, por qué no dijiste nada? Habría preparado tu recibimiento—dijo la reina con una leve sonrisa en el rostro.

—Daeron y yo quisimos darte una sorpresa. Más no deseábamos alejarte de tus deberes.

—Y aún así interrumpió en la reunión de hoy, cosa que ni siquiera mis hermanos tienen permitido. Debe ser consciente de la gravedad que implica colarse en la cámara del consejo ¿No es así?

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora