CAPÍTULO 73

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N/A: Antes de empezar, quiero decirles que al final están los que serían algunos personajes de la historia. 


"Lo que  murió no se quedó muerto, 

Estás vivo, tan vivo,

y si no supiera bien, 

creería que estabas cantando para mi ahora". 

Marjorie-Taylor Swift. 



El sueño no era un lujo que Aemond podía darse a menudo. Dormir una noche completa era imposible, no importaba cuántas tazas de valeriana o hierbas de tilo consumiera.

Simplemente no podía.

La oscuridad lo empeoraba todo, lo ponía nervioso y desequilibraba la paz que conseguía a duras penas. Desde que llegó a la fortaleza se negó a apagar las velas y las lámparas de aceite durante la noche, necesitaba tener al menos una flama que rompiera con el tenebrismo de la oscuridad. No le decía a nadie aquello, ni siquiera a Helaena o Rhaenyra, le daba vergüenza, como si de un secreto sucio se tratara, o peor, tenía miedo de que lo vieran como un niño cobarde y asustado.

Las noches parecían eternas algunas veces. Se acostaba temprano y al cabo de una hora o dos volvía a despertarse tiritando y sudando por las pesadillas. La mayoría de ellas eran confusas, pero aterradoras; iban desde una repetición distorsionada del asesinato de Joffrey hasta imaginaciones peculiares de fantasmas propios que jugaban con él.

Se despertaba, bebía agua e imploraba por volver a dormirse, y cuando lo hacía el ciclo se repetía.

Le rogó en su momento a Oliver y a Gerardys algo para dormir sin soñar. Casi que se arrodilló ante ellos, y si no vieron la desesperación en su semblante fue porque estaban ciegos.

—Me temo que es imposible, mi príncipe—le dijo Oliver—. El sueño es inherente a la naturaleza de la mente humana.

—No, no lo es—contradijo sintiendo la frustración y el peso de las ojeras producto de una mala noche—Hay veces que no lo hacemos. Cuando nos desmayamos no soñamos. Quiero eso. Dormir sin sueños.

—No puedo desmayarte de un golpe en la cabeza todas las noches, Aemond.

La idea sonó tentadora, pero arriesgada y demasiado fantasiosa a decir verdad.

—Quizá una mezcla de valeriana y flores de naranjos sirvan—acotó Gerardys—O té de lavanda con unas gotas de leche de amapola, unas pocas con tal de no entorpecer los sentidos.

Pero nada sirvió. Si, pudo conciliar el sueño el doble de rápido y despertar menos veces, pero las pesadillas seguían allí atormentándolo. Parecían no querer abandonarlo; se había vuelto el juguete favorito de los terrores nocturnos.

Buscó ayuda en sus primas Baela y Rhaena, que conocían Pentos más que nadie en la fortaleza, y les imploró por el nombre de algún comerciante de hierbas exóticas que cumplieran lo que las infusiones de Oliver y Gerardys no podían.

Sus primas le prometieron que se encargarían de darle una respuesta, pero hasta el presente no le dieron nada. Y no las culpaba, pero conforme los días pasaban su ansiedad aumentaba hasta el punto de no querer dormir del todo.

Necesitaba de algo que le anestesiara la mente, pero no como a un borracho empedernido en evadir la realidad. Aemond no quería evadirla, solo quería descansar para poder afrontarla como correspondía.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora