CAPITULO 11

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Hace años El extraño se amistó con Harren el Negro y juntos dieron pie a la maldición que azota desde entonces a Harrenhal.
Muertes sin precedentes son noticia cada cierto tiempo. La abuela de Lyonel saltó de la Torre de la viuda cuando él era muy pequeño, muchos vieron a la mujer caer pero ninguno encontró el cuerpo; años más tarde el tío abuelo de Harwin resultó envenenado y su cuerpo fue encontrado sin vida tendido en su cama sin lengua ni pies.

Cosas extrañas sucedían en ese castillo, gritos sin dueños, llantos de niños invisibes o corrientes de aires sin origen alguno. Los Strong usualmente hacían caso omiso a las leyendas y atribuían todas las desgracias a los caprichos de los Dioses.

Relataban las historias con el fin de asustar a los niños para controlar su comportamiento, pero Harwin nunca pensó que sus niños favoritos fueran realmente víctima de aquellas historias de terror.

—Amor mío, Syrax te conoce no tendrá inconvenientes. Llegaremos más rápido si tan solo...

—Nyra, prefiero llegar por tierra.

Cuatro meses después de que la corona nombrara a Lyall como heredero de la casa Strong, la maldición se activó.

Un incendio devastó con La torre del Miedo dejando solo la estructura principal y los cuerpos calcinados de sus ocupantes.

El imponente castillo no era un desconocido para el fuego, hace decadas no sabían del otro pero alguien se encargó de que se reunieran de nuevo.

De nada servía volar en Syrax, pensó Harwin, el daño ya estaba hecho, la muerte ya había dejado su huella. No importaba llegar en dos, en cuatro o en ocho días, no había prisa, ya no existían cuerpos que sucumbieran a la podredumbre, solo huesos.

En total tardaron diez días, la caravana paró solo en las noches y nada más. Luke y Jace tuvieron permiso de adelantarse en sus dragones y esperarlos a todos ya en Harrenhal. Harwin habló poco y nada en el transcurso del viaje, no porque no tuviese de qué hablar sino porque la tristeza era tan grande que le impedía hacer las cosas más básicas.

Trataba de hacerlo, pero no podía. La angustia lo secuestró y lo amordazó de tal forma que ni la persona que tenía al lado podía escucharlo. No le gustaba ser así con Rhaenyra, pero no podía evitarlo.

Harwin volvió a sentir el mismo vacío que sintió hace más de diez años atrás y maldijo la suerte de su familia.

Leyó la carta durante la cena y la letra de su tío volvió a escribir las trágicas palabras. No lo creyó en un principio pero cuando su cuerpo tembló y cayó al piso no tuvo más opción que aceptar la pérdida. Su esposa no paró de preguntar que sucedía pero él fue incapaz de dar alguna explicación.

Fueron días difíciles y el viaje no lo hizo mejor. Harwin sintió, entre tanto dolor, que estaba siendo grosero con su nueva familia, pero para su alivio, tanto los niños como Rhaenyra comprendían y acompañaban su pesar.

Cabalgó los últimos kilómetros, creyó que sería bueno para los nervios. Cuando vio el enorme castillo un nudo se le afirmó en el estómago y el vaivén del galope lo empeoró aun más. Escuchó a Rhaenyra aparecer a su lado en su propio caballo y por consecuencia varios guardias y colegas llegaron tras ella.

En la entrada principal ya estaba su padre junto a Aegon, Helaena y Aemond Targaryen esperándolos, los últimos tres en nombre del rey quien desafortunadamente no pudo viajar por su delicada salud.
Lyonel era un desastre caminando y a Harwin se le estrujó el corazón al verlo. Euphemia era el amor de su vida, de él brotaba la admiración por ella cada vez que la veía, los ojos le brillaban y achicaban cuando sonreía a su par.

No fue la misma imagen que cuando su madre murió, fue mucho peor. Si bien la madre de Harwin había sido su primera esposa, Euphemia fue el primer y único amor de Lyonel.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora