CAPÍTULO 1

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En ocasiones, Rhaenyra se permitía bajar el velo del escepticismo y dedicarle unas palabras a los siete dioses. Acompañada por un Guardia Real, cada que su esperanza flaqueaba, iba al Gran Septo a orar.

En el momento más crítico de su juventud, Alicent la había instruido en el arte de rezar, y desde entonces sigue el mismo protocolo que le fue enseñado. Encedía una vela para cada uno de los Dioses al que le dedicaría sus palabras, y una última pero no menos especial a su madre.

Hacía meses que no visitaba el gran templo, la última ocasión se dio en el penúltimo viaje de Laenor en altamar. Rogó por el bienestar y la vuelta victoriosa del padre de sus hijos.

Ahora, con nueve lunas de embarazo, un tirón en el pecho durante el desayuno la empujó a visitar a Los Siete.

Custodiada por su escudo juramentado y por el pequeño Lucerys, se embarcó en la visita religiosa. En las recientes semanas el niño se había negado a abandonarla; en la inocencia de un infante de ocho años hizo el juramento de proteger a la princesa del reino, le otorgaría la seguridad que Sir Harwin no podía, como si el hombre apodado El rompehuesos no fuera capaz de detener cualquier amenaza. A donde quiera que fuera el joven Velaryon, su daga de pobre metal y una espada de madera iban con él, y por consecuencia con Rhaenyra.

Sir Harwin le ofreció el brazo para que pudiese arrodillarse frente a la estatua de La Madre, no es que estuviese de acuerdo de que la princesa hiciese tal esfuerzo, pero los deseos de ella son sus órdenes y no podía objetar en su contra. Por otro lado, Lucerys imitó la posición de su madre, algo desorientado sobre qué debía hacer.

Era su primera vez en el Gran Septo, y tanto Rhaenyra como Sir Harwin notaron que el muchacho se sentía intimidado.

-Cada mujer está hecha a imagen de La Madre y debe ser respetada como tal ¿Me explico? -Atento a lo que pudiese decir su madre, Luke continuó prestando observándola -¿Qué se te viene a la cabeza cuando ves a La Madre, mi dulce niño? -

-Tú - El silencio que lo envolvió fue delator de que seguía pensando una respuesta, una no tan corta -La abuela y la tía Laena. También la Reina Alicent.

La mención de esta última provocó una sonrisa irónica en Rhaenyra, era madre, si, pero dudaba de qué tanto le hacia honor al título.

-Entonces reza por nosotras. Ofrece tus cálidas palabras a nuestro favor.

Lucerys juntó las manos debajo de su mentón y comenzó a orar. Los labios se movían ligeramente dejando expuestos esos dientes de conejo que su madre tanto adoraba.

En la soledad del salón, Sir Harwin y la princesa Rhaenyra solo fueron dos personas más enseñándole a rezar a su hijo. Sus títulos y posiciones quedaron en el olvido, y es por eso que se tomaron la libertad de mirarse el uno al otro sin ocultar el amor mutuo que había entre ellos. En conjunto observaron como su pequeño retoño recitaba lo que fuese en silencio, profundamente concentrado. Hundidos en la inmensa devoción fue que se sorprendieron al escuchar repentinamente la chillona voz de Lucerys:

-Sir Harwin - Volteó directamente en dirección al hombre con una clara curiosidad asomándose en los ojos.
-Mi príncipe.-
-¿Usted tiene madre?-
-Me temo que falleció hace ya tiempo- Harwin no mostró ninguna señal de pesar, no quería teñir la felicidad de la escena con tristes recuerdos - incluso antes de que usted naciera.
-Entonces rezaré por ella y por la abuela Aemma.

La escasez de palabras azotó el ambiente luego de eso. Rhaenyra no supo que decir más allá de un simple "Por supuesto, mi amor".

Al compás de su hijo, inclinó la cabeza y le rezó a La Madre. No había una oración predeterminada, y si la había ella nunca supo de su existencia; cuando oraba solo expresaba las palabras que a su corazón le parecían correctas.

Warrior, Mother and MaidenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora