●5●

59 6 2
                                        

Después de recibir un abrazo acogedor de mi tía, esa noche la ansiedad no se manifestó

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Después de recibir un abrazo acogedor de mi tía, esa noche la ansiedad no se manifestó. Por primera vez en mucho tiempo, pude descansar en paz; sentí la calidez de mi cama como un reflejo del cielo, una serenidad que creía perdida.

Se acercaba el cierre del ayuno de diez días, y con él un ensayo especial. Un día antes, decidí hacer un cambio simbólico:
fui a un salón de belleza y corté mi cabello. No era solo un gesto estético, sino un acto de renovación personal, un cierre de ciclos y una apertura a lo nuevo que Dios estaba preparando para mí.

Sin embargo, la ansiedad irrumpió con fuerza durante el ensayo. Me vi obligada a salir y me senté en una banca fuera del templo, liberando lágrimas que habían permanecido contenidas durante años. Para mi sorpresa, cuatro jóvenes me rodearon con genuina preocupación:

—¿Qué te pasa? ¿Estás bien? Te vimos salir —preguntaron, atentos y preocupados.

Respiré profundo y, por primera vez, hablé con sinceridad:

—Chicos... padezco ansiedad. Este ayuno no ha sido fácil.

Su respuesta fue inmediata: me ofrecieron agua, me escucharon con paciencia, compartieron historias y bromas que me hicieron reír y me abrazaron con un amor genuino y desinteresado. Uno de ellos incluso me enseñó lo básico en el violín, ayudando a distraer mi mente y a aliviar el peso de la ansiedad. Poco a poco, sentí cómo los síntomas se disipaban, dando paso a una calma que me permitió respirar con libertad.

Llegó octubre, y con él, el evento más esperado: Gracia, donde nació nuestro grupo de jóvenes, Olivos Verdes. Para mí, fue un regalo inestimable. Cada alabanza reflejaba mi proceso, mis luchas y la fidelidad inquebrantable de Dios. Lloré de emoción, abrazándome a la fe que me sostenía; cada lágrima era un recordatorio de que, incluso en la dificultad, Dios estaba presente y activo en mi vida.

A través de Gracia, comprendí la infinita bondad de Dios. Aprendí a acercarme a Él sin miedo, a reconocer que cada circunstancia, aunque adversa, tiene un propósito divino. Fue un recordatorio de que, aun en medio de la lucha, Dios prepara y fortalece para cumplir el plan que ha diseñado para cada uno de nosotros.

Días después, en un ensayo de adoración, la ansiedad se presentó nuevamente. Esta vez, sin embargo, luché con determinación. Canté con todo mi ser la siguiente alabanza:

"Vacío, sin nada que saciase el corazón,
rodeado de pecados, mas su gracia abunda;
¿Quién soy yo para merecerlo? Tuyo soy antes del universo.
Al vaciarse la tumba, vaciaste mi temor;
al levantarte el tercer día, tu amor me levantó.
Oh, cuánto amor, oh, cuánta gracia que me salvó, me perdonó."

Mientras cantaba, sentí cómo la ansiedad se manifestaba físicamente: cuchillos y flechas atravesaban mi espalda, mis pies estaban heridos. Con manos temblorosas, oré y retiré cada dardo, cada flecha, hasta que las heridas desaparecieron, dejando únicamente el recuerdo del dolor. Una joven, con un corazón lleno de amor, me ayudó con un masaje, aliviando la tensión acumulada de tantos ataques y recordándome que no estaba sola.

Al día siguiente, durante el coro, mis fuerzas flaquearon y me desmayé. Una compañera me sostuvo, preguntándome con preocupación:

—Estrella, ¡responde!

Recuperé la conciencia y, al contarle lo sucedido, me dijo con firmeza y ternura:

—Tienes que vencer este gigante. Hay algo que haces que el enemigo ha querido usar para obstaculizar tu vida.

Esa noche, exhausta, cené poco y reflexioné sobre mi proceso. Mis inseguridades estaban a flor de piel, pero en un culto de jóvenes, decidí entregarle mi cansancio a Dios. Me arrodillé frente a Él y grité con todo mi corazón:

—¡No aguanto más!

Mi anciano G., como muchos le llaman, se acercó y oró por mí. Sus palabras fueron un faro de esperanza:

—Estrella, tu nombre significa luz. El Señor dice que eres luz en medio de la oscuridad. Naciste para ayudar a muchos. Tu ansiedad es solo un proceso; Dios usará tu experiencia para guiar y sanar a quienes luchan con ansiedad y depresión. No te define tu dolor; eres amada y brillarás aún más fuerte.

Ese momento marcó un renacer en mi alma. Comprendí que los procesos dolorosos, aunque difíciles, no deben menguar nuestra pasión ni nuestra fe. Cada capítulo de sufrimiento puede transformarse en un testimonio de victoria. Dios, en su infinita sabiduría, moldea nuestras vidas para propósitos que trascienden nuestra comprensión.

Aprendí que la ansiedad y las pruebas son instrumentos en la mano del Padre para fortalecernos, para preparar nuestra fe y carácter, y para capacitarnos en la misión que Él nos ha encomendado. Los capítulos oscuros tienen un final luminoso, y cada batalla ganada nos acerca a la plenitud del propósito divino.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora