Un viaje al pasado. Capitulo •3•

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Mis primeros años de colegio fueron todo un desafío

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Mis primeros años de colegio fueron todo un desafío. No era una chica preocupada por su apariencia; muchas veces no me peinaba, mi uniforme apenas estaba planchado y mi falda solo lo suficiente para cumplir con la norma.

Mis compañeras, en cambio, cuidaban cada detalle: maquillaje sutil para no ser vistas por el consejero, labios rosas, cejas definidas, pestañas marcadas. Yo apenas usaba un bálsamo labial, consciente de lo frágiles que eran mis labios, agrietándose con los cambios de clima. Me veía a mí misma como invisible, la "más fea" del salón. No había pretendientes, y sinceramente, no me interesaba buscarlos. Mi prioridad era estudiar, sacar buenas calificaciones y avanzar de año; los logros no caían del cielo.

En segundo año, un compañero que inicialmente me humillaba terminó convirtiéndose en un buen amigo. Para el tercer año, aunque su mejor amiga lo influenciaba en mi contra, él decidió conocerme de verdad. Descubrió que yo no era lo que decían y surgió una conexión genuina: compartíamos la música, él me prestaba su guitarra y juntos cantábamos en el patio y en la cafetería. Era un tiempo de descubrimiento, de pequeños momentos que hoy recuerdo con gratitud. Su novia era mi amiga desde el primer año, y aunque la amistad se transformó en recuerdo, aquel año me enseñó sobre la importancia de la verdadera conexión humana.

Al ingresar a la carrera enfrenté un nuevo desafío: una chica que yo consideraba amiga nunca lo fue. Se burlaba de mí, me llamaba con apodos y despreciaba mi uniforme largo. Un día, durante la clase de Ecología, mi paciencia se agotó. Con determinación, me levanté y le dije:

—Por favor, no te vuelvas a meter conmigo. Respétame como yo lo hago.

Ella intentó agredirme, pero no sentí miedo. Nuestro profesor nos separó y, al observar mi rostro, me dijo:

—Corazón, la saqué porque vi que en tu mirada ya no estabas tú. De verdad sentí miedo al ver que la chica humilde se fue.

Ese instante cambió mi vida. Aprendí a no permitir que nadie me humillara ni que los apodos definieran quién era. Comencé a cuidar mi apariencia, me peinaba, usaba accesorios y protegía mi piel. La Estrella que antes se sentía invisible había dejado paso a una versión consciente y fuerte de sí misma.

Ese mismo año llegó mi primer pretendiente. Al principio, pensé que no le agradaba por mi seriedad, pero descubrí en él un chico amable, educado y detallista. Le gustaba la filosofía, la música y los poemas; era diferente, y sus gestos me hicieron sentir especial. Aunque lo aprecié profundamente, mi corazón pertenecía a otra persona de mi iglesia. Siempre fui sincera, y aunque se decepcionó, nuestra amistad permaneció hasta que la distancia nos separó.

En enero de 2017, recibí un mensaje que me hirió profundamente. Tocó inseguridades que llevaba conmigo desde niña, criticando mi cuerpo y mi apariencia, intentando disminuir mi autoestima. Sus palabras me hicieron llorar y cuestionar mi valor, pero entendí que debía proteger mi corazón. Bloquearlo en Facebook por tres años no fue un acto de rencor, sino de preservación de mi paz mental.

Aprendí lecciones esenciales: cuidar mi corazón, respetar a los demás y, sobre todo, respetarme a mí misma. Comprendí que una palabra puede derribar mundos, que la aceptación propia es clave y que nadie tiene derecho a crear inseguridades en nuestra vida.

Hoy, dondequiera que estés, te deseo lo mejor. Sé que tienes una familia hermosa y una hija que ilumina tu vida. Gracias por los momentos compartidos, por las risas y por ser un brazo de apoyo y amistad en aquel tiempo. Incluso las experiencias dolorosas me enseñaron a crecer, a amarme y a reconocer mi verdadero valor.

Hecha De Sol ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora